Dios creó a Adán y Eva, no Adán e Iván

 Senador colombiano

 

 

Referidos a libertades individuales, nuestro imaginario colectivo dice que somos abiertos, amplios y tolerantes. La discriminación, de cualquier tipo, no existe. Una nación de libre pensadores. No obstante, un día sí y al otro también, las pruebas de que somos unos godos envueltos en piel de liberales están a la vista. Unos llevados que defienden el statu quo. El tan mentado castrochavismo, no ha estado muy distanciado de estas posiciones; porque en la platanización que se hizo de los pensamientos socialistas que abogaban por la libertad individual e igualdad respecto tanto de la mujer y como de los LGBT no tuvo mucho éxito en Latinoamérica.

 

 

El anterior presidente conservador que tuvimos, Uribe, llegó a oírse incluyente cuando impulsó en su gobierno, y por primera vez en el país, el debate sobre los derechos civiles y patrimoniales de los pertenecientes a la comunidad LGBT. Ninguna lagaña de mico. Ocho años no fueron suficientes y su gobierno dejó este asunto, como otras culebras, sin resolución. La semana pasada la Corte Constitucional rechazó la ponencia del magistrado Pretelt contra el matrimonio igualitario. Pero aún falta camino antes de que los mil líos para estas parejas sean solo el recuerdo de un mal sueño. La falta de un marco legal para sus uniones: notarios que no los casan, jueces perseguidos por la Procuraduría por hacerlo, Registraduría que no acepta sus papeles; los tiene aún en el purgatorio.

 

Nomás leer y oír las reacciones que tuvo esa victoria, una más para una reivindicación aplazada, nos desnuda. Desde ¡hasta dónde hemos llegado!, hasta ¡Sodoma y Gomorra!, han venido gritando de forma histérica muchos. Otros con idéntica forma de pensar, con menos alharaca pero tal vez más dañinos, presentan sus falacias tan bien mimetizadas que se ven como argumentos. Hablan de respetar libertades individuales siempre y cuando estas no se opongan a la ley natural. La ley de Dios. Y pues claro que sí, solo se hacen hijos cuando el gustico se lo permiten un hombre y una mujer. Sin embargo, decir que si se iguala en derechos a los que viven su sexualidad de manera antinatural se llegará una amariconamiento colectivo y por ende la sociedad estará en vía de extinción no pasa ninguna prueba lógica.

 

Y como la enajenada señora de los Simpsons que grita «¡¿y los niños? ¿Alguien se ha puesto a pensar en los niños?!», llega la otra mentira disfrazada cuando hablan de la familia, la bíblica, la que únicamente puede estar formada por hombre y mujer, como el pilar de los valores, de la moral y “fuente insustituible de armonía social” —palabras del expresidente— que deben ser transmitidos a las nuevas generaciones. Y es tan fácil como preguntarles de dónde ha venido saliendo tanta lacra en este país. Tanto ladrón, tanto corrupto, tanto curita manoseador, tanto bellaco como algunos de esos que se ganan los contratos de la alimentación para los escuelas, o los que les dan la binestarina a los cerdos, o los que dejan morirse a los niños de sed y desnutrición. Tanto avispado para los negocios, a esos a los que sí se les debe respetar la privacidad de sus movidas.

 

No es que ser conservador esté mal por sí mismo. Alejar a un niño de la televisión, o a las pantallas portátiles, se mira tan extraño que en lugar de conservador se ve transgresor haciéndose liberal. Mas es completamente diferente si son los llamados liberales los promotores de un referendo en contra de la adopción por parte de este colectivo. Ante lo anterior solo me queda decir que el problema de alienación de identidad, o de ubicación dentro del espectro político, que tenemos es bien jodido. Una de las formas en las que avanza una sociedad es precisamente mediante la discusión abierta y franca entre los que quieren cambios y los que no; y si los partidos políticos no se toman el trabajo de enmarcar a los suyos dentro de un ideario, pues, llegamos a los bolsillos de payaso que son en Colombia estas agrupaciones. Y en ese fárrago nos perdemos todos.

 

Ve, entre más engallado está el transporte público menos llama la atención.

 


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