Uno se alegra de ser útil
Andrew Martin
Sobre el futuro próximo hay muchas aproximaciones, y entre ellas está la de un mundo plagado de máquinas inteligentes. La literatura y el cine de ciencia ficción han regalado momentos tanto para la esperanza como para la desconfianza en ese lugar temporal. ¿Cómo deberíamos alistarnos para afrontar ese nuevo mundo y que los miedos no pasen de ser imaginaciones de los autores? ¿Le podremos sacar el mejor provecho? Estas preguntas abarcan todos los ámbitos del ser humano. Sin dejar la costumbre estamos dejando que pase el tiempo para ver si él trae la respuesta.
Solo basta imaginarse un mundo en donde los humanos ya no trabajaran porque todo lo hacen máquinas. Literalmente: ¿qué vamos a hacer? La forma en la que se rige la sociedad de hombres y mujeres como hasta ahora la conocemos entrará en revisión y será sacudida con intensidad. Se proyecta un impacto aún más grande que el de todas las anteriores Revoluciones Industriales juntas. La economía —basada en el trabajo—, el marketing, el consumo, la Ética, el derecho, la medicina, la Filosofía, el Arte, el deporte, el ocio. Todo lo que llamamos vida se vería atravesado como nunca. Ya hoy vemos cambios en la forma de comunicarnos, pero apenas empieza. Las mutaciones del cómo relacionarnos están en etapa embrionaria. Un ejemplo simple: un hombre ciego al que se le implantan dos ojos robotizados, o exoesqueletos en reemplazo de la sillas de ruedas, ¿con cuántos elementos robóticos aún seguimos siendo humanos? ¿Quién lo define?
En un principio nadie podría negar las ventajas de estos progresos, pero más temprano que tarde llegaríamos a asuntos contradictorios. Estos avances tecnológicos supremos, estarían al alcance de todos o solo de una minoría selecta, como ocurre ya en el Silicon Valley, ¿qué pasaría con los demás? ¿Volveríamos así a la época feudal? Donde una élite hipermillonaria, pensante y generadora de tal riqueza puede jugar con batimóviles mientras a su alrededor circundan sirvientes bien pagados, pero sirvientes al fin y al cabo, para los cuales el uso de su principal herramienta vital, el cerebro, se empieza a volver una utopía. Ni mencionar la inequidad, que ya hoy es problema analizado hasta por el Banco Mundial, ¿qué cotas alcanzaría? ¿Sería posible con estos lastres realizarse como ser humano?
Suponiendo que se pasa por encima de los asuntos económicos y que la promesa de la tecnología se hace realidad cuando nos facilita, prolonga y hace más llevadera la vida a todos. Las preguntas llegarán al resorte de lo filosófico. Y tal vez lo más trascendental, ¿en qué vamos a gastarnos el tiempo libre? ¿Con cuántos cables y circuitos dentro de un cuerpo aún se podría este considerar humano? ¿Será la última Revolución un cuerpo limpio de máquinas internas? ¿Cómo competir con esos súperhumanos potenciados? Artistas con ojos biónicos vs. artistas naturales. Y al final, ¿será nuestro futuro como el del Wall E, como el de Matrix o como el de Yo, robot?
¿Qué pasará mientras llega ese paraíso? Basta recordar el pasado reciente en Colombia para entender cómo impacta el peso de la tecnología dentro del campo laboral. Las empresas en su afán de competitividad prefieren invertir en tecnología que en aumentar la mano de obra. Y así el gobierno proclame iniciativos y ayudas al contratar empleados, la verdad es que con la competencia global no hay mucho que esperar dentro de esta absurda carrera. La mano de obra será sacrificada. La pesadilla de Marx se dará cuando el desarrollo lleve a los hombres a no necesitar de sus iguales para producir riqueza. Vivir sin pagar el castigo por el pecado original. De la alienación del trabajo a la del tiempo libre.
Más preguntas. Cómo y cuándo empezamos desmontar la economía basada en la fuerza laboral, cómo y cuánto deberá recibir una persona por el hecho de existir, cómo seguimos manteniendo la competitividad, la creatividad y la innovación durante ese proceso, y qué tendrá que pasar para empezar.
Ve, y el Leicester es ¡CAMPEÓN!
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