Tal vez el festival de cine más espectacular y prestigioso del mundo ocurre cada año en Cannes. En la fabulosa Costa Azul francesa. Que el cine sea el espejo de la sociedad es una verdad, por ello mismo se hizo frase de cajón. El cine hecho en el viejo continente siempre ha sido bien valorado por propios y extraños por su riqueza tanto en formas como en contenidos. Sin embargo, últimamente se ha puesto soso tal vez debido a su cercanía cuando ahora parece cine hecho en Latinoamérica.

 

 

Que los autores a lo largo y ancho de Europa anden haciendo este tipo de cine da cuenta del retroceso dentro de las motivaciones de su sociedad. En la famosa pirámide de Maslow, ya este cine no nos habla de las necesidades de “desarrollo del ser” como lo hacía antes y denuncia por el contrario cómo se ha venido descendiendo a las de Pertenencia y mayoritariamente a las de Seguridad. En esta última no hablan de la seguridad física en cuanto sí de la del trabajo y los ingresos que este genera para mantener una vida digna donde la realización personal fuese la meta a alcanzar. ¿Suena bien? Utópico, dirán algunos.

Poco más. Ver algunas muestras de su más nueva filmografía podría ser la forma más rápida, y relativamente fácil, de darse una idea de cómo va Europa y de cuales son los principales problemas que afronta. En filmes como el más reciente ganador de la Palma I, Daniel Blake, y anteriores como Dos días una noche, La tête Haute, La ley del mercado, los europeos nos relatan sus cuitas con el estado de bienestar del que fueron creadores y que se veía como futuro plausible, pero que hace aguas y van en retirada. La defensa del trabajador y las prebendas que este tenía como base del sistema están bajo la lupa hasta en los gobierno de corte socialista como el de Hollande en Francia.

Y todos perdemos. Porque desde que el fin de la Historia, como dijo Fukuyama, llegó con la caída del Muro de Berlín, ya parece no quedar más solución que irnos por el camino que extrema el capitalismo. Las huelgas en Francia de hoy son el ejemplo. Sus trabajadores están en pie de lucha defendiendo reivindicaciones ya ganadas como jornada la laboral de treinta y cinco horas, el respeto por los descanso en los fines de semana y noches, vacaciones pagadas por treinta días. Y lo más complejo es que lo hacen contra un gobierno que debería estar proponiendo otras salidas: unas que premien la eficiencia, la iniciativa y el esfuerzo en tanto se redistribuye la abundancia y cuiden del trabajador. Por el contrario lo que parece es que tomaron los modelos colombianos y los quieren aplicar allá.

Quizá porque la sociedad europea ha borrado de su imaginario la amenaza que representaba el modelo soviético, hoy la izquierda de allá se ha ido derechizando cada vez más. Tanto así que en los últimos años de crisis ha ido en contra del mismo oráculo del capital que le recomiendan la receta de marras: aumentar el gasto para incentivar el consumo. Se cambió de coacción y de la del comunismo se llegó a la de la competencia. A la del mercado. Hoy todo pasa entonces por aumentar las ganancias mientras se disminuyen los costos. Sin margen para nada más cuando cualquier tipo de solución que no cambie la manera de abordar estos dos ejes apenas se presentan insensatas por los economistas.

Tristemente la sinsalida de los socialismos europeos se presenta entonces como el entierro de toda esperanza para un futuro donde el hombre fuese menos explotado en la búsqueda de la acumulación de dinero. ¿Cuál es el futuro que le espera al hombre? Ya el Credit Suisse —¿qué hay más capitalista que un banco?—confesó el secreto a voces: el 1 % de la población del mundo, ochenta familias tienen el 49 % de todo el capital. Y es que creyéndolo o no, de seguir en este paso llegaremos a un nuevo estilo de feudalismo, uno donde esa élite tendrá un 99 % de población sometida a modernos tipos de esclavitud y consumismo. ¡Qué chévere vivir en un mundo como el de Wall E!

 

Ve, ¿y allá también tienen jodidos a los campesinos?

 

Las buenas familias y sus negocitos 

Un Violator especial

 


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