La masa estaba jugada por lo que mueven los sentimientos y no la razón. Y allí el insulto y la descalificación del otro como interlocutor válido tenía buen asidero. Nos sentamos desde nuestra moral y manera de pensar a catalogar a los que opinaban diferente a nosotros entre inocentes y brutos. Así pues, aunque algunas facciones de los opositores a los acuerdos de paz de La Habana contaban con objeciones profundas y válidas, mas en general, fue un debate pandito en donde los puntos importantes ni se miraron.

 

 

En ese sancocho aderezado con montajes y mentiras de ambas orillas ganó el No. Buscando culpables de un lado encontramos a Santos y las Farc, incapaces de aglutinar alrededor de este asunto a muchos del 62 % de abstencionistas. Del otro lado los del C.D. y Ordoñez, que con el miedo de sus medias verdades mezclado con el asunto Moral dentro dio el puntillazo final. En este último punto se dio la batalla cuando discutir las creencias de los demás es ya otro tema. Ningún secreto es que la mayoría de los que apoyaron el No tampoco son partidarios del matrimonio y la adopción gay, el aborto, la eutanasia, la redistribución de tierras, entre otras. Pero eso no significa que sean tontos de facto. El referéndum se vio como en un pulso entre libre pensadores y dogmáticos; no obstante haberlos en las dos orillas.

Desde esta perspectiva es más fácil explicar la frase dicha por un amigo: “Yo voté por el Sí porque quiero un mejor país para mis hijos; pero con la victoria del No siento un fresco”. Porque más allá de las contradicciones de cada cual, esta manera de pensar refleja el enfrentamiento de esas dos facciones. Los que buscamos un Estado laico y los que siguen implicando algún dogma, en principio religioso, dentro de las decisiones y el funcionamiento del mismo. De seguro que enredados en esas dicotomías mentales se encuentran muchos colombianos. Al fin y al cabo, nosotros no somos ajenos al mundo y este resultado es apenas una evidencia de la polarización que vivimos. Una que allende a otras divisiones sociales hoy parece que la mayor separación del pueblo occidental se da en el campo moral. En el caso particular de los acuerdos, aunque sí se tocaron cuestiones de política económica, la verdad es que en La Habana no se discutió el modelo político y económico de la nación. Acá no hay si quiera asumo de algún socialismo. Al fin y al cabo Santos, Uribe y Ordoñez pertenecen a la clase privilegiada, a la misma donde aterrizarían los dirigentes de las Farc.

Sabiendo lo invariable, dado por perdido, que hoy se presenta el juego económico, para muchos el santo grial que hay que conservar es el de los principios éticos; porque allí sí hay diferencias. Para muchos, la base de la moral es la Religión, y sin ella el Mundo iría en una deriva ética. Sin embargo, actuar bien o mal no pasa por profesar una confesión religiosa. Hitler y Stalin los terribles ejemplos. Y la pregunta más bien es qué tipo valores queremos: unos incluyentes donde tengan cabida todos en sus diferencias o uno donde se nos uniforme según la interpretación que se le da a un libro —religioso o no—. Y como en el ejemplo anterior, ha habido muchos momentos en la historia en donde esos valores profundos han estado terriblemente equivocados cuando no se oye al otro.

McLuhan decía: “El medio es el mensaje”. Leyendo muchas de las reacciones de los partidarios del Sí parece que todos fueran fanáticos y que fueran muy pocas las voces sensatas allí dentro. “País de mierda, odio a los uribestias, este es el país que nos merecemos” son frases recurrentes de los dogmáticos de la paz que demuestran estar dentro de esa misma moral que tanto se critica. Más que reflexión hay visceralidad y falta de argumentos dentro del discurso que sigue siendo retardatario al no aceptar al que piensa diferente.

 

Ve, chévere volver al ruedo.

 


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