Todo lo que no es tradición es plagio.
Eugenio D’Ors
Se hizo ya costumbre que desde noviembre los centros comerciales se llenen de elementos decorativos alegóricos a la Navidad. Igual pasa en la mayoría de las familias. Sin ánimo de juzgar los motivos de unos y otros, sobre el porqué del afán de celebrar estas tradicionales festividades, lo que destaco es la importancia de la letra d dentro de la palabra tradición. La forma en la que nos estamos empeñando en agringar esta fiesta diluye esa d fundamental en el significado de lo celebrado. Y como nos dice el escritor y filósofo español solo nos queda el plagio.
Es la primera vez que no le he podido hacer el quite al montaje de la Navidad y me he dado cuenta que nada funciona, nada encaja. Más allá de creer o no en el mito de Jesús, porque al fin y a cabo todas las tradiciones provienen de alguna religión, creo sinceramente que esta es una de las cosas que deberíamos de conservar de esta antigua tecnología. Celebrar la buena voluntad, el compartir con familiares y amigos, hacer un balance del año, hacen de ella una festividad valiosa. Sin embargo, es la adaptación de la forma anglosajona a la que hemos desembarcado la que termina por resultar tan pobre y barata que esta celebración llegó a perder el sentido.
Qué tan de poco valor esta adaptación, ah mal que nos está saliendo. ¡Qué tan escasa estéticamente! Lo extraño es no despertar si lo que hacemos es como un libro mal adaptado al cine; acá todo hace agua al no tener asidero en la realidad donde estamos parados. Cómo es posible que el sopor — porque es el calor lo omnipresente en Colombia — que sentimos la mayoría al ir a comprar el arbolito, de plástico imitación pino en el Éxito de Neiva o Sincelejo, no nos haga abrir los ojos. Además, la posición geográfica hace que sea una imposibilidad ontológica la existencia de la nieve. Y por supuesto que tampoco hay renos, salvo los fakes que por esta época están en todas sus formas y adornados con lucesitas. De esta manera todo aparece igual de postizo a la nieve sintética pegada a las guirnaldas plásticas.
La Navidad llegó a nosotros de tas tas. Fue una de las herencias de la colonización española. Con base en la religión que nos quedó, la Iglesia habían logrado montar una adaptación decente. Muchos se acordarán del enorme pesebre y del chamizo al que los abuelos llamaban “el arbolito”. Pero llegó otro época colonial, una más sutil, pero no por ello menos arrolladora. El colonialismo cultura mediante el cual la televisión y el cine, esas películas de Navidad, hollywoodenses nos influenciaron tanto que del enorme pesebre y humilde chamizo hemos llegado a un pesebre ínfimo y un enorme christmas tree. Pasamos de pedirle al niño Dios, a cartas a papá Noel Santa. Pero en lugar de darnos vergüenza por hacer estos calcos patéticos, muchos se siente felices y se despachan en una estrafalaria competencias de fotos y videos del que tenga el arbolito más agringado posible.
Pensando y adornándonos con el deseo llegan hasta montarle un trencito alrededor. Ya quisiéramos tener un berraco tren funcional en el país. Lo peor es que los cambios estéticos son un síntoma de los cambios éticos por los que pasamos, y de compartir con amigos y familiares solo nos está quedando el estrés consumista. Ya no hay tamales, hay pavos rellenos. Solo queda la traición por cuenta de la negación de lo que fuimos. ¿A cuánto estamos de empezar a celebrar el thanksgiving day?
Ve, algunos han pasado de creer en lo que no se ve a negar lo que se ve
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