¿Cómo puedes decirle a tu hermano: deja, echaré afuera la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el tuyo?

Lucas 6:42

 

En algunos sitios en donde confluyen multitudes suele haber una ventanilla lost and found. Nunca he visto una en Colombia. Cuando la usanza es dar gracias a Dios por el detallito, a muy pocos se les ocurre pensar de dónde salió eso encontrado, y menos la necesidad que el otro tenga de ese objeto. Siempre me imaginé que eso allá era como las drogas de diseño, una vaina que los poco afortunados no conocen ni entienden. Cualquiera puede pesar que esa gente que devuelve los celulares que se encuentran es porque lo tiene todo. Cosas de ricos.

 

 

Como la corrupción. Se vive pensando que casos como el de Odebrecht se dan exclusivamente en gente con la vida resuelta. Como si tener más dinero que el común fuese sinónimo de bueno, se llegó a la estratificación social de los delitos. Dicha exclusión hace que “pero si lo tenía todo, ¿cómo llegó a eso?” en lugar de una frase de cajón sea un mantra que avala el juzgar con más dureza al personaje de estrato alto cuando desciende a esos comportamientos. El caso Samboni – Uribe Noguera es un buen ejemplo de lo que intento decir en cuanto de seguro si el protagonista hubiese tenidos las mismas condiciones socieconómicas que Yuliana, lo mediático de la noticia no sería igual hoy. Así pues, mientras este caso se hace cada vez más un nuevo paradigma de la corrupción multinacional, y nos volvemos expertos en él, nos enteramos de cómo un gigante de la construcción repartió a varios buenos muchachos el dinero de nuestros impuestos.

Gente divinamente que pudo estar en el lugar y en el momento adecuado, pongamos Panamá o Madrid en reuniones de altísimo nivel, viendo cómo hacernos la vuelta. Y se vuelve a ver el humo de las antorchas de la indignación en transcurso de esta serie de diarias entregas donde la justicia intentará explicar el “cómo llegaron a eso”. Ojalá antes de que salte al horario triple A otro asunto y quedemos como siempre: viendo cómo nuestros antihéroes se van a vivir a otros lugares, o se inventan triquiñuelas hasta que les aparece su anhelado vencimiento de términos. Más allá de lo anterior, debemos revisar el por qué se dan esos comportamientos. Unos dicen que pasa como a los perros que se lamen la entrepierna, que lo hacen porque pueden; otros le echan la culpa a la justicia negligente y a una sociedad permisiva que no condena a los culpables. Sin embargo, ¿no será que la alcurnia de los participantes y el monto de lo mal habido es la niebla que no deja ver el paisaje? Como dijo Peña Nieto ¿Qué harían ustedes?

Porque, y bien guardadas las distancias, no son casos de corrupción colarse en la fila, atravesar el carro, acelerar con el semáforo en naranja, pagarle al policía, copiar en el examen o mandar a hacer la tesis, comprar de contrabando o robado. ¿No estamos todos ahí reflejados? Y por si hay que aclarar, el versículo del encabezado termina con Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano. Este escrito no es para exonerar a los de la corrupción política en tanto sí para decir que el mal está enquistado y que va a ser más difícil extirparlo. Al ser un pecado transversal a toda la sociedad, que no tiene distinción de raza, creo, condición económica o preferencia sexual, cuando cada uno corrompe, o se deja corromper, de acuerdo a lo que pueda; entonces lo que hay que definir son las proporciones que menciona Turbay Ayala al decir “Reducir la corrupción a sus justas proporciones”.

Cuáles son esos límites donde se fija la raya entre lo venial y lo mortal en este asunto. Si el cristianismo como faro moral mayoritario en Colombia falló en esta tarea de delimitación ética, ¿quiénes deben ser los que lo hagan? Y más importante, ¿bajo qué mecanismos lo implementaremos? Si lo logramos, devolver las cosas encontradas dejará de ser una cuestión de clase social y más una de ser social.

 

Ve, ¿qué le dice uno a un uribista que dice echar de menos a Obama?

 


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