En menos de dos semanas, y en diferentes capitales de Occidente, han ocurrido eventos significativos dentro del ambiente cinematográfico. Un festival, la Berlinale; y dos entregas de premios, los César y los Óscar. Aunque el último sea el más mediático, y el que nos hace críticos de cine a todos, como bien lo dijo el crítico Juan Carlos González, los tres tienen su importancia en el mundo artístico. Y político. Porque “El arte es la última resistencia antes de empezar con las balas”. Ustedes sabrán decirme el dueño de esta frase.

 

 

Tratando de reconocer el arte que debe haber en cada propuesta cinematográfica, desde 1975 la Academia de Cine Francés viene entregando los César a lo mejor de su cine. Este año, el 24 de febrero, galardonaron a Elle, la valiente propuesta donde Paul Verhoeven (Bajos instintos, 1992) insiste en su idea de posmujer. También fueron reconocidas I, Daniel Blake — se llevó para el Reino Unido el premio al Mejor Filme Extranjero con su visión de la crisis del estado de bienestar europeo; La vida de Calabacín, Mejor Animación, y Merci patrón !, Mejor Documental, siguen la misma línea de acusación: único lugar en el que el arte debería sentirse realmente cómodo. En general, la ceremonia y el discurso de George Clooney revelan ese afán político del que el séptimo arte no escapa.

Dieter Kosslick, director de la Berlinale, decía que este año la selección oficial recogía el pulso político mundial desde los más diversos lugares del globo. Y no le sobró razón cuando hasta los blockbusters hablaron de ese tema. Trainspotting | T2: se queja del estado de vigilancia actual y la estandarización occidental; Logan: camufla, mal, en su drama la doble moral del Primer Mundo en sus relaciones asimétricas con el Tercero; The party advierte los problemas internos y la vacuidad resultante de la Izquierda que ha dejado de ser opción política… y nos ha tirado en manos de gente que parece usar bisoñé —y que siguen tan como si nada— tipo Trump y Boris Johnson. Por supuesto, el repaso al pasado colonialista europeo, y los desastres que por esa aventura seguimos pagando todos, que cada vez sienten más dentro de sus tierras: Félicité, o versión africana del “ay qué pesar esos tercermundistas como viven de mal”; Toivon tuolla puolen (The other side of hope) con el más cáustico humor finlandés de Aki Kaurismäki insiste en que para hacer lo correcto no se necesita mucho más que ser humano. Y por supuesto Beuys, el biopic de este gran artista y su intención de hacer un arte militante trayendo el arte a la vida cotidiana. Cotidinidad que para muchos es más que injusta, como da cuenta I am not your negro, el documental sobre el inacabado libro de James Baldwin Remember this house sobre el asesinato en un lustro de sus amigos activistas Medgar Evers, Malcon X y Martin Luther King Jr.

Debido a que ni Francia ni Alemania son hoy Imperio alguno, poca mención hubo de los anteriores eventos. Hoy el Imperio se llama Estados Unidos de América, y por eso es tan importante y diciente para el mundo lo que pasa en su suelo. También lo que nos dice su arte sobre ello. Así es, pues, que todo el mundo sí sabe de los Óscar. Y se opina, y se toma partido —algunos más papistas que el papa—. Después del bochornoso, y hasta profético, momento final Luz de luna se quedó con el premio a Mejor Película por encima del favoritismo de La la land. De alguna manera era un Óscar que se presentía desde el #OscarSoWhite del año pasado. Los premios en general, como las listas, nunca dejan contento a nadie; sin embargo, que se lo hayan dado no dejó de sorprenderme en un principio. Y lo hizo en cuanto considero que ya dentro de las nominadas había películas más completas que Luz de luna. Mas la almohada permite decantar el ruido del momento.

Porque, aunque por gusto seamos críticos de cine por un día, no podemos dejar de ser políticos nunca. Así pues —si aceptamos como verdaderas las afirmaciones de Jameson sobre la posmodernidad como “la lógica del capitalismo tardío”, y que en ella se presenta el “fin del arte”— el arte es hoy más un asunto estético que uno político. Por ende, todo cálculo político dentro de una premiación artística hace parte del mismo concepto de arte. O de su fin.

 

Ve, ¿cuáles son los adalides anticorrupción?


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