Así es el restaurante Tracks and Records, propiedad del campeón olímpico y ubicado en Jamaica.

¿Y qué si no soy buena con el humor? Mis chistes son tan básicos que, sentada en el restaurante de Usain Bolt, les dije a mis compañeros de viaje “ojalá sirvan rápido”. El comentario sacó risas entre esos recién conocidos, a quienes la cortesía les pesaba más que la honestidad.

Pero el remedo de chiste resultó pertinente después, cuando, frente a una mesa vacía y sin haber sido atendidos por nadie, descubrimos que el restaurante de Usain Bolt es ofensivamente lento.

Para esa noche, ya había conocido la escuela donde estudió Bolt, una modesta construcción de color verde claro en donde se detienen todos los tours; estaba aturdida con tanto merchandising que había en los centros comerciales y el aeropuerto de Kingston con la figura del atleta haciendo su clásica señal del brazo alzado en diagonal; y me percataba de que su importancia para Jamaica era mucho mayor de la que hubiera imaginado, como si en El Dorado vendieran camisetas de Nairo Quintana y en Unicentro hubiera una tienda exclusiva de productos con su rostro, incluso para neonatos y mascotas.

Tracks and Records, el restaurante de Bolt con sedes en Ocho Ríos y Kingston, no podía ser la excepción: imágenes del deportista en todas las paredes, una tienda con productos que llevaban su imagen, una carta que en todas las páginas tenía la figura del atleta encabezando cada categoría de platos y bebidas.

Y, sobre las mesas, un individual de papel con un dibujo de Bolt para colorear, junto a la frase: “¿Sabías que Usain Bolt es el hombre más rápido del mundo entero?”. La paradoja se hacía más grande a medida que avanzaba el tiempo y los meseros (jamaiquinos que usaban camisetas con la silueta del campeón mundial) seguían sin atender.

Uno de los trabajadores se acercó a la mesa, tras nuestro insistente llamado. Mientras cantaba el tema que sonaba en el karaoke del segundo piso del restaurante, nos acercó el menú: 13 páginas que abarcaban sólo un poco de cocina jamaiquina y lo mezclaban con pastas, pizzas, hamburguesas, sanduches, carnes, sopas, ensaladas y hasta quesadillas. Demasiado variado para ser llamado “jamaiquino”. Demasiado incompatible para ser llamado “ecléctico”.

Treinta minutos después de haber llegado a Tracks and Records, nuestro pedido arribó. Jerk Chicken, típico plato jamaiquino que sazona el pollo de forma celestial con la cantidad justa de picante que el paladar colombiano puede aguantar. Por si acaso, una porción de Festival, amasijo dulce que acompaña todas las comidas del país y cuya función es la de disminuir el picor que queda en la lengua con cada preparación. Para cerrar, una torta caliente de vainilla con helado encima.

¿Si valió la pena la espera? No sé decirlo. Este restaurante está al mismo nivel de cualquier establecimiento promedio que cuente con un chef. Además, tiene una ventaja adicional: la comida jamaiquina es, en sí misma, el mayor tesoro del país y, si el turista no se aventura a probar la gastronomía del lugar, la oferta de platos corrientes es enorme.

Un visitante que se contente con pedir alguna entrada, plato fuerte y postre, podría cenar en Tracks and Records por menos de 80 mil pesos. Nada mal si se compara con otros establecimientos de figuras de talla mundial, pues un menú completo en el restaurante del basquetbolista Michael Jordan no cuesta menos de 250 mil pesos, al igual que en el del jugador de fútbol americano Brett Favre, ambos en Estados Unidos.

Sin embargo (y aunque suene paradójico), el éxito económico de Tracks and Records quizás radique en la lentitud del servicio, que hace que la cuenta sea más abultada de lo que debería.

El negocio, para que facture los varios ceros a la derecha que debe facturar, consiste en las decenas de pantallas que transmiten las carreras de Bolt, la tienda de souvenirs que ofrece botellas de ají con su silueta (sí, tiene su propio ají) y los exhibidores con ropa alegórica al deportista. Además, el karaoke y los cocteles con cerveza a buen precio, distractores perfectos para un restaurante con servicio lento.

En los 30 minutos que el mesero tardó en llevar nuestros platos a la mesa, cabe más de 180 veces la marca mundial de Usain Bolt en los 100 metros planos. Pero, en medio de la euforia que acompaña a todo viajero cuando visita un lugar extraño, la molestia con el servicio y la tardanza con la comida pasaron a un segundo plano. Al final, pedimos varios cocteles a base de cerveza y terminamos probando algunos tragos típicos de Jamaica.

El resultado fue una cuenta abultada, varios grados de alcohol en la cabeza y una bolsa con la silueta del campeón llena de ají y ropa.

Quizás sus medallas de oro no sean la única razón para decirle Usain Gold.