
Parece que olvidamos que lo que hace un vino «bueno» es, al final, el disfrute que nos proporciona. Mi invitación es que usted, como amante del vino, se permita disfrutar de lo que le gusta sin tener que justificarlo ante nadie.
Personalmente, como sommelier, pero sobre todo como alguien que disfruta de probar cosas buenas y a buen precio, me he encontrado con colegas que parecen más preocupados por demostrar su «estatus» en el mundo del vino que por compartir la riqueza de esta bebida con todos.
Lo digo con respeto, pero también con firmeza: me parece que debemos bajar de ese pedestal, porque el vino, al igual que la vida, es para disfrutar, no para exhibir.
En Colombia estamos ante un panorama fascinante. Aunque nuestra cultura vinícola aún es joven, es innegable que el interés por el vino ha crecido enormemente en los últimos años. En las cartas de restaurantes y en las tiendas especializadas ya es común ver etiquetas de todo el mundo.

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Sin embargo, nos encontramos con un desafío: los sommeliers y expertos locales, muchos de los cuales han sido educados bajo las estrictas normativas de la vieja escuela, se comportan como si tuvieran haciendas en Champagne. Se suben al pedestal del «sabe más», del «gusto sofisticado» y del «este vino es mejor que el otro porque tiene tal denominación o ha sido producido en tal región». Y en este proceso, muchas veces dejamos de lado lo que realmente importa: el placer de beber algo que nos guste.
En un país como Colombia, donde la industria vinícola apenas empieza a despertar, esa actitud elitista se vuelve un obstáculo. Nos está limitando, nos está impidiendo abrir la mente y permitir que el vino se convierta en algo verdaderamente accesible.
Es hora de que los amantes del vino bajemos de ese pedestal. En Colombia la pasión por el vino está floreciendo y deberíamos ser los primeros en abrazar esa evolución. Hay que compartir la riqueza de esta bebida de una manera que invite a todos a probar y descubrir sin temores, sin prejuicios y, sobre todo, sin etiquetas. Es momento de disfrutar, más que de juzgar.
Yo lo invito a usted, lector, a que se tome el vino que le gusta, así sea el más barato, el del supermercado o el que le regaló su tío en navidad.
Le aseguro que usted no necesita comprender todas las añadas de Bordeaux o la historia detrás de cada denominación de origen. Al final, lo que importa es la experiencia, lo que ese vino significa para usted en ese momento. Y créame, en un país como Colombia, donde la pasión por el vino solo está comenzando a tomar vuelo, eso ya es más que suficiente.
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