Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Las mujeres tejen, hacen reuniones, planean encuentros. Lo hacen ver simple. Hace un tiempo una compañera de oficina, por ejemplo, logro reunir a 6 de sus amigas para viajar al mar en una tarea que para mi resulta titánica. Otra amiga cercana, por su parte, organiza encuentros para intercambiar prendas que ya no usa, pero que finalmente funcionan como excusa para hablar, reír y compartir.

No sé si es una cuestión de género, o soy un mal ejemplo, pero en mi caso, reunirme con amigos significa encontrarme con espacios de discusiones absurdas, de alcohol, de recordar los mismos momentos que recordamos desde hace años y de terminar, cómo no, hablando de mujeres. Corrijo, hablando de cosas mentirosas hasta para nosotros mismos sobre las mujeres…pero ese es otro tema.

Y menciono que las mujeres se reúnen a hacer ciertas cosas manuales porque debo reivindicar la labor de las manos como un eje articulador de la sociedad, como un punto de encuentro y reflexión o como un espacio para la no soledad. Ahora recuerdo, por ejemplo, la primera escena de la película de Almodovar: ‘Dolor y Gloria’, en la que las lavanderas cantan majestuosas al borde del río mientras dejan sus prendas impecables. Es una especia de oda a la limpieza, de la ropa, lo más evidente; pero en el fondo, la limpieza del alma.

Hace poco recordé que uno de mis cortos días como neocampesino me llevó a uno de mis pocos recuerdos de la infancia. Recuerdo que mi abuela me asignaba la importante tarea de desgranar arvejas para el almuerzo. Siempre pensé que esa labor era la forma sencilla de mantener a un niño en silencio y concentrado, fuera de sus intereses exploratorios que resultan exasperantes.

Pese a esa idea, aquel día al que me refiero, en el que la importante labor llegó, tuve que sentarme con Óscar (un campesino de la zona) por delegación de su esposa, a desgranar arvejas. Una tarea que no tuvo discusión y que, luego de algunos minutos de absoluto silencio, acabó con la incomodidad y se convirtió en honestidad.

Las arvejas fueron la oportunidad para dialogar sin mirar a los ojos. Para planear metas incompletas y encontrar discusiones comunes. Un gran momento para que un mal conversador, como yo, propiciara temas al ritmo de los granos sobre el recipiente, mientras reconocía en el hombre que suele ayudarme en el campo, a una persona que incluso comparte mis mismos sueños: viajar en moto por el continente, montar un negocio, vivir tranquilo y sin presiones.

Ahora recuerdo que desgranar arvejas en mi infancia era de gran agrado porque era el momento en el que mi abuela me contaba historias de su propia infancia, cargadas de humor, entusiasmo y un poco de fantasía, quizás, pero que me encantaba escuchar una y otra vez porque me acercaban de una forma que no se lograba en otros momentos.

Quizás hace falta que los hombres nos demos más tiempo para desgranar arvejas, si es que el tejido, los encuentros no alcohólicos o los intercambios de ropa usada nos parecen precarios, poco masculinos o tontos. Quizás nos falta volver a usar nuestras manos para construir cosas imprecisas, pero conversaciones importantes.

Compartir post