Mucho se ha hablado de lo peligroso que puede llegar a ser el populismo antiempresa y más aún de los candidatos que tienen como emblema político, establecer al empresariado como el culpable de todos los males de Colombia. Si bien es común que en aras de ganar popularidad los políticos establezcan un enemigo común como elemento unificador, el hecho de que el tejido empresarial sea el enemigo, es llamar a la autodestrucción en un escenario donde el futuro del país depende de la reactivación económica y de las medidas que tome el próximo gobierno para reorientar la economía en términos de reducción de deuda externa, políticas para la graduación de subsidios, generación de empleo y superación de la pobreza, entre otras. 

Hace ya veinte años, Álvaro Uribe Vélez ganó las elecciones a la Presidencia de la República utilizando a las FARC como enemigo común de la sociedad. Claro, en ese momento pensar distinto era prácticamente imposible luego de las fracasadas negociaciones del Caguán pero lo interesante es, el éxito de la estrategia del enemigo común como elemento unificador.  Ahora bien, hoy en día, varios candidatos al Congreso de la República y por supuesto, Gustavo Petro como candidato presidencial utilizan la estrategia del enemigo común para culpar al empresariado de todos los males que tiene el país. Pero ojo, a pesar de que él es el más evidente porque lo hace de manera discursiva, en las acciones de la derecha y partidos como el Centro Democrático y Cambio Radical están las iniciativas más antiempresa de los últimos 4 años. 

La lectura de muchos que defienden al empresariado es pensar inmediatamente que Gustavo Petro es el único que lo utiliza como enemigo común, sin duda lo hace discursivamente -pero no es el único en la contienda electoral-. Con propuestas como la del ‘patrimonio improductivo’, o incluso,  con la promesa de que en su gobierno las ganancias obtenidas por la supuesta reducción de costos de producción con la protección a importaciones, se distribuirán entre el empresario y los trabajadores, se acentúa el populismo de primer nivel que desconoce de manera descarada cómo funciona la industria y la lógica empresarial. Una ilusión irresponsable y mentirosa para los incrédulos y el primer paso para ahuyentar toda la inversión extranjera. Esto, sin mencionar la estolidez de la restricción a la repatriación de dividendos. 

Como ya se mencionó antes, el populismo anti empresa no pertenece solo a la izquierda. En la derecha agonizante también se encuentra y no solo ahora en elecciones sino a lo largo de los últimos cuatro años frente al dormido y torpe gobierno de Iván Duque. Para la muestra, la ley que reduce la jornada laboral cuyo autor es el expresidente Álvaro Uribe Vélez, sin mencionar todas las demás arandelas originarias del Centro Democrático que tienen los apellidos ‘fraternos’ o ‘solidarios’. 

Esto le abre una oportunidad al centro político representado por la Coalición de la Esperanza. Deben replicar la estrategia del enemigo común estableciendo al populismo como la verdadera amenaza a la prosperidad y el bienestar social. Alejandro Gaviria, Sergio Fajardo, Juan Manuel Galán, y Carlos Amaya han sido servidores públicos que se han caracterizado en su trayectoría política por tomar decisiones responsables y por su honestidad intelectual. La empresa no es santa pero tampoco es satánica, es indudablemente el motor del progreso social y debe ser la primera aliada de cualquier Estado y no su enemiga.