Una de las premisas más realistas e interesantes de la teoría microeconómica es la referente a la ley de rendimientos marginales decrecientes. Este concepto establece que llega un momento en donde al incrementar la cantidad de un factor productivo (tierra, trabajo o capital) en la producción de un bien o un servicio, la productividad de la compañía en observación decrecerá. Si se mira gráficamente, la curva de rendimientos marginales es decreciente y la de costos de producción es notablemente creciente. Esta idea, por más teórica o, incluso, corporativa que parezca, es perfectamente extrapolable al sistema político colombiano y más específicamente, a la desagradable realidad que vivimos luego del 13 de marzo.
Si se toma el sistema político como un homólogo de lo que en microeconomía se entiende por empresas o ‘firmas’ en un espacio electoral y los factores de producción son los candidatos y sus riñas políticas, dado lo que estamos viviendo, sobrepasamos el punto donde la productividad es nula y los costos para la sociedad además de ser ascendentes, tienden a infinito. Luego del 13 de marzo en dónde se definió verdaderamente quiénes serán los candidatos presidenciales es evidente que sobrepasamos el punto de la productividad política. Francamente es deprimente el nivel y la ligereza que acompaña al debate político de hoy.
No es sorprendente que Gustavo Petro puntee las encuestas y que, en las elecciones legislativas, el Pacto Histórico (PH) haya logrado resultados que como su nombre lo indica son históricos para un partido de izquierda en Colombia. Todo esto es el resultado de la erosión del sistema político, de un establecimiento mediocre incapaz de producir resultados y de dirigentes invidentes ante la realidad del país pero sobretodo de una clase política inoperante a la hora de defender un modelo económico que a pesar de sus fallas, ha demostrado tener éxito en la búsqueda del bienestar general.
Los costos de elegir a una persona que busca modificar el modelo económico y productivo del país son crecientes y además, son consecuencia de los rendimientos marginales -excesivamente- decrecientes de nuestro sistema político. De nuevo, estos costos son crecientes pero a continuación nombro tres factores que incluso parecen hacer que tiendan a infinito: 1.) La imposición de cerrar la exploración de petróleo a pesar de los costos fiscales que esto implica. Sí, hay que hacer una transición energética pero medida y no impuesta a la fuerza. 2.) La exclusión como modelo político y de gobierno. Todos conocemos las peleas de Petro a sangre fría con quienes fueron sus pares, por nombrar a algunos: Claudia López, Ángela María Robledo y Antonio Navarro Wolf. 3.) El autoritarismo como instrumento de gestión ‘efectiva’ que utilizó en Bogotá volándose las reglas institucionales.
La realidad es que alcanzamos nuestro punto máximo de optimización con grandes logros a nivel de país como la consecución de los acuerdos de paz, la creación de un tribunal especial que busca la verdad y la reparación para las víctimas y la ampliación de la clase media como medida de superación de la pobreza. Una vez se logró esto y a raíz de las afectaciones causadas por la pandemia y la ineptitud del gobierno actual, empezamos a tener rendimientos decrecientes.
Rendimientos marginales decrecientes en elecciones
Germán Vargas tiene toda la razón. No hay mucho que hacer. Y la verdad, a pesar de sus mejores intentos, el candidato del Gobierno y del Uribismo, Federico Gutierrez parece ser una versión más empeorada e incluso más triste del presidente Duque, que sin duda llevará los rendimientos de nuestro país a cero. Sin mencionar que la victoria de Petro sea igual o peor.