La inconformidad en redes sociales por la ligereza del debate público ha sido una constante en estas elecciones. Independientemente de la orilla -o extremo- político,  la academia y demás sectores intelectuales han reclamado a través de las redes sociales la mala preparación de los candidatos aspirantes a la presidencia. Expertos en comunicación política han afirmado en la última década de manera incansable que las redes sociales no representan un factor decisivo en elecciones. Los seguidores están lejos de representar el número de votos y además, las reacciones a cualquier situación son algo estrictamente coyuntural la mayoría de veces -dependiendo de su gravedad, eso sí-. Las redes sociales, como una extensión del entretenimiento de los medios de comunicación sirven para que los votantes reafirmen su voto, no para cambiarlo. 

La verdad es que el razonamiento de la academia de exigir cifras, expertos y metodologías que arreglen el país no representa ni el 1% del censo electoral y en respuesta a esto, los candidatos que buscan los votos del otro 99% porque son la mayoría, no invierten su recurso más escaso, el tiempo, en responder a lo que el país realmente necesita: Reformas. En el entretanto se encuentran los medios de comunicación a quienes perfectamente se les podría otorgar el papel de intermediarios entre la ciudadanía -los demandantes- y los candidatos -los oferentes-, como en cualquier mercado.

Recientemente, los candidatos publicaron sus planes de gobierno. Algunos candidatos como Sergio Fajardo y Federico Gutierrez lo hicieron a través de videos, cuyas vistas no superan el 4% del censo electoral. Sin embargo, como sociedad terminamos atrapados por videos en donde a Francia Marquez la muerde un perro y por esto se pretende que tiene alma ‘maligna’ -más de 1 millón de vistas- o para no ir tan lejos, el video irrepetible de Gustavo Petro hablando borracho en Girardot. 

La realidad es que muy pocos candidatos abordan la realidad de las cifras, que es espeluznante para cualquier sociedad. Según la OCDE, las familias colombianas tardaran hasta 11 generaciones para salir de la pobreza, concerniente al desempleo, todos los candidatos prometen bajarlo a un dígito sabiendo que tenemos una tasa de 12,9%, según datos de febrero, y que ni un 9%, 8% o 7% es aceptable desde cualquier punto de vista. Ni hablar de la informalidad en Colombia, posiblemente el problema macroeconómico más serio, que bordea casi el 50%

Todo esto es responsabilidad nuestra como sociedad. Nos quejamos de la ligereza con la que los periodistas indagan a los candidatos pero vivimos por los 5 minutos de la entrevista que dura una hora en la que periodistas como Vicky Dávila logran ofuscar a un candidato y colapsa en pleno momento prime. Todo esto, en respuesta a la demanda, de nuevo, como en cualquier mercado.

Nos merecemos unos candidatos mediocres porque precisamente somos una sociedad mediocre que no ha sabido exigirle a sus dirigentes y su demanda ha sido amarillismo sin más. Como demandantes hemos acostumbrado a los oferentes, los candidatos y los estrategas; y a los medios de comunicación, los intermediarios, a darnos lo más mediocre. En fin, la democracia y el mercado de la información funcionan como cualquier otro de su especie en donde la ley de oferta y demanda opera por sí sola.

A la campaña presidencial le ha faltado rigor, eso está claro. Pero también la explosión de las redes sociales y con esto, la demanda por el morbo erosionó -ojalá no para siempre-, el debate de país que Colombia necesita. Todo parece apuntar que la suerte de Colombia está a la lanza de una moneda, en donde cualquier cara parece arrojar un resultado espantoso.