El mundo planteado por ambos candidatos, Rodolfo Hernandez y Gustavo Petro, es una distopía desde distintas aristas. En lo concerniente al debate económico, la sociedad colombiana tiene que escoger entre dos candidatos unidos por el factor populista. El propósito de éstas líneas no es más que vislumbrar el panorama económico del país buscando la postura más responsable posible -o la menos irresponsable-, haciendo un paneo general de las similitudes y diferencias entre propuestas y posturas, dejando de un lado los pasionalismos. Economía con sentido común, ceteris paribus.  

Lo primero, es que el factor populista es uno que acompaña a ambos candidatos y es esto lo que los llevó a encontrarse en  segunda vuelta. Tanto Rodolfo como Petro, proponen ideas cuya pertenencia política puede perfectamente confundirse -Rodolfo y Petro no ofrecen una postura ideológica necesariamente distinta-. El ingeniero no representa ningunos principios programáticos y tiende a lo que brille más para el ciudadano de a píe. Desde ideas proteccionistas que destruyen la capacidad adquisitiva de los más vulnerables como la prohibición a las importaciones de productos agroalimentarios, hasta diseñar un sistema de control de precios para el sistema de salud buscando reducir los costos operacionales pero verdaderamente destruyendo el mismo. 

Si de populismo se habla, tocar el tema tributario es una obligación para medirle el aceite a Petro y Rodolfo. Rodolfo, fuera de cualquier órbita lógica y realizable, propone acabar con  el 4×100 y reducir el IVA del 19% al 10% -las principales fuentes de recaudo del Estado- y  además, promete financiar el déficit que esto genere recortando el gasto público. Por otro lado, Petro tiene un programa de gobierno que lejos de ser posible, implicaría una reforma tributaria de 50 billones de pesos -la de Carrasquilla que tuvo al país en paro nacional por más de dos semanas era de 20 billones, apenas 40%-. Los dos son completamente obtusos.

Más allá de lo desfasado y absurdo que suena cada una de sus propuestas e incluso de sus similitudes, la variable institucional es lo que pone en desventaja a Petro sobre el Ingeniero. Rodolfo no prende las alertas de ser una amenaza para instituciones que han garantizado por décadas la estabilidad macroeconómica del país, no habla de convocar a una asamblea constituyente -qué pánico- y curiosamente, parece ser una cara amigable para el empresariado colombiano y para los mercados internacionales y de capitales -este martes, el dólar cayó a $3.767 pesos-.

Al ingeniero no le cuesta reconocer que somos una economía minero energética que está en proceso de transición como lo índica nuestra matriz energética -la sexta más limpia del mundo- pero que no puede prescindir sin más de la extracción, refinación y comercialización del petróleo. Lo más importante, no habla sandeces fuera de la teoría económica clásica como la de reestructurar el Banco de la República o la relativa a la impresión de billetes para financiar gasto público. Conoce de las dinámicas empresariales, ha padecido la inflación a causa de políticas irresponsables -como cualquier empresario- y conoce perfectamente acerca de la imposibilidad de implementar medidas antiempresa como las de cobrar impuesto del 70% sobre dividendos y prohibir la repatriación de capitales. Todo esto, a estas alturas, por más básico que parezca, no es poco en un candidato. 

Sí. El ingeniero está lejos de ser perfecto y de ser lo que el país necesita, le cabe perfectamente el apodo del Trump o incluso Bolsonaro colombiano pero dada la situación del país, donde casi 20 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza monetaria, tenemos elevadas presiones inflacionarias y el Estado está desfinanciado, no es posible ni aceptable jugar con la política económica del país ni mucho menos con las instituciones que han cimentado la estabilidad del país a pesar de si mismo. 

Mi invitación, nuevamente, desde el ring económico, ceteris paribus, es a que escoja qué tipo de economía y modelo económico quiere para Colombia, pero no pierda de vista la realidad de nuestras necesidades, de nuestra canasta exportadora. Pero sobretodo, y no lo olvide, de la necesidad de preservar y no destruir las instituciones. Todo esto, por encima de cualquier ideología política, pues las instituciones son el esqueleto del apropiado funcionamiento del país. Recuerde, sin pasionalismo.