Un incompleto listado para demostrar que las canciones sobre Bogotá son más que gatas golosas, cucaracheros y filipichines. También las hay a ritmo de rock.
Triste es que cuando se necesita mostrar televisivas imágenes de la Bogotá antigua, los editores, productores y encargados de archivo en noticieros, magazines y demás programaciones de índole cultural e incultural, sean por lo general cortos de inventiva.
Y que no tengan ideas diferentes a acompañarlas con los muy manidos compases de La Gata Golosa, o de Los Cucaracheros, o de Los Filipichines (a la que muchos prefieren llamar “la de Don Chinche”, así como a su propia y precaria vez se refieren a Paint it Black como “la de Misión del Deber”). Nada en contra del maestro Fulgencio García o de Ema Perea de la Cruz, o de Jagger y Richards.
Lo cierto es que, pese lo poco que los editores, productores y encargados de archivo saben al respecto, Bogotá ha inspirado a compositores, locales y no tan locales, para hacer canciones de muchas especies, cualidades, calidades y naturalezas.
De tal suerte que, como una contribución al repertorio de fondos musicales para una ciudad, hablaré de seis obras correspondientes al rock en donde la capital está presente.
Después de todo, si The Clash pudo cantarle al London Calling y Fito Páez a la Ciudad de pobres corazones… ¿qué hay de malo en hacer lo propio… y lo impropio en Bogotá?
El blues del bus (Banda Nueva)
Imagino que aquella Bogotá de 1973 tenía mucho de distinto a la que hoy caminamos.
Porque pertenezco al grupo de quienes creen que, sin olvidar las legítimas diferencias que podamos tener con la egolatría megalómana mockusiana o el modelo efectista peñalosístico, o con el desdén con el que Garzón parece tratar las gestiones de sus antecesores, hay considerables avances en el ramo de civismo y demás. Me detengo una vez más para no sonar a demagogo a sueldo.
El blues del bus, una composición que a la fecha ajusta unos 33 años de vida (cifra cabalística en opinión de algunos), es, sin embargo, un retrato muy vigente de las anecdóticas miserias experimentadas por quienes sufren la diaria desgracia de verse a avocados a hacer diario uso de los autobuses de público servicio.
La canción fue escrita por Jaime Córdoba, baterista de la agrupación y una de las instituciones de la música publicitaria en el país. Es una improvisación a partir de un clásico esquema de blues aclimatado en la fría capital colombiana.
Vigentes siguen las sentencias de entonces, muy a pesar del mesianismo que se pretende imputar a los Mercedes rojos que “han mejorado el sistema circulatorio y respiratorio de Bogotá”.
“Tienes que hacerles muchas señas
y de pronto hasta te empacaran,
como sardinas enlatadas
al montar en un bus en Bogotá”
“Si les parece se detienen,
cuatro cuadras más allá,
y si te subes sin monedas
es probable hasta que te hagan bajar…
y este es el principio de montar en un bus en Bogotá”.
¿Quién dijo que todo ha cambiado?
Oír testimonio de Jaime Córdoba y canción
La calle (Compañía Ilimitada)
Casi dos décadas después de su apogeo transitorio sigo sosteniendo que Juan Pulido y Camilo Jaramillo (léase Juancho y Pyyo) son uno de los más subestimados ensambles en la incipiente historia del pop-rock hecho en Colombia.
Si bien Shakira, Juanes o Cabas fueron los escogidos por el dios de la fama y el dinero para volcar sobre ellos sus inmerecidas bendiciones, claro está que el éxito en materia musical, así como en casi todos los ámbitos vitales, no siempre va en directa proporción a la calidad o al mérito, y sí con mucha frecuencia en sentido opuesto.
Con esto imagino voy a ser decapitado por el ejército de patrioteros. Así que otra vez me abstengo de seguir, anotando no obstante que las caderas no se hicieron para cantar. ¿O sí?
El caso es que Juancho es un compositor talentoso y Pyyo un buen letrista. Y aunque sé que muchos se opondrán de forma vertical y obstinada a este postulado, insisto en que merecen un lugar prominente cuando alguien concrete la aún etérea idea de escribir la crónica de nuestro rock.
La calle es una vívida descripción de esa Bogotá de los 80. La Bogotá de bares y cafés y vitrinas y heladerías y almacenes. Para mí La Calle no es una calle. Es más bien la carrera 15, eso sí, entre calles 85 y 100, entre 1986 y 1990. Supongo que para otros será la avenida Primero de Mayo con sus bares y luces en neón, y para otros la Boyacá. Son esas licencias imaginativas que permite la magia de la música.
Todavía me invade un extraño entusiasmo al oír las motivantes frases de sus líricas, bien simples:
“Toma tu walkman
ponte en camino,
déjate llevar,
que la calle será tu amigo,
el sedante de tu soledad (…)
En la calle
algo bueno va pasar.
Ven, sale a la calle
sal a caminar”.
Bajo el sol de Bogotá (León Gieco)
Lo curioso de este talentoso y diverso talento, procedente de Cañada Rosquin, en Argentina, es que gracias a sus incursiones en diversos géneros se ha granjeado el respeto de heterogéneos públicos. Como un buen folclorista, como músico folk (entendiendo folk, como música folk y no como folklore, of course), y como uno de los padres del rock argentino.
Recuerdo haberle seguido alguna vez hasta el Hotel Tequendama, en donde alojado estaba durante alguna de sus musicales correrías por la ciudad, con el idolatra objetivo de pedirle un autógrafo y regalarle una cinta en donde había algunas de mis malas creaciones registrada. Fue tan amable…
Pero en lo tocante al bogotano caso cuenta la urbana leyenda que Raúl Alberto Antonio Gieco fue durante meses residente de nuestros céntricos barrios. Que estableció su teatro de operaciones en La Candelaria.
Algo de eso quedó en dos cortes presentes en un trabajo denominado Pensar en nada. Uno es la Cumbia de ciudad. El otro es el que nos convoca.
Es una canción corta. Con dificultad supera los dos minutos. Tiene un coro y un par de estrofas, impregnadas de sabor a avenida Jiménez y a San Victorino, y a aquel “mercado de diez mil cosas a la vez” cuando “se transa el tiempo en las calles”. Eso sin olvidar la invitación a dejar que el gamín “te tumbe un poco de lo que traes”. Toda una maestra obra.
Río Bogotá (Sociedad Anónima)
Carlos Posada es Sociedad Anónima. De manera similar a como Saúl Hernández es Caifanes y Jaguares, o a como Jorge Velosa es Los Carrangueros de Ráquira, o a como Jay Kay es Jamiroquai.
Hay dos álbumes de Sociedad Anónima. El primero, publicado, se llama El álbum de menor venta en la historia del disco. El segundo, inédito, se llama El segundo álbum de menor venta en la historia del disco. Ingenioso ¿No?
El asunto es que las líricas de la anónima sociedad de Posada tienen un componente que se mueve entre lo cómico y lo cáustico. De ello da fe Los porcinos, una vengativa mofa a una horda de chismosos oriundos de la Villa de Leyva, escrita en honor a los correveidiles de turno, quienes acostumbraban divulgar las mal vistas aventuras de Posada, hijo de un hacendado de la región.
Río Bogotá es una denuncia acerca de la forma como nuestro mayor afluente local ha venido viéndose invadido por un sinfín de fétidas y malsanas materias químicas procedentes de las industrias de curtiembres, abonos, fumigantes, y fábricas de polímeros y demás porquerías.
“Nos fuimos a bañar un día, al Río Bogotá
mi novia me tenía aburrido porque se quería bañar,
nos fuimos con unos amigos al lugar,
y cuál fue la sorpresa al encontrar aquel barrial…
Todo el mundo bota las basuras al Río Bogotá…”
Oír versión acústica, testimonio de Carlos Posada y canción original
Esto no es Madrid (Hotel Regina y la Orquesta Sinfónica de Chapinero)
Es, de entrada, una buena parodia a El loco de la calle, de El Último de la Fila. Tal vez de difícil digestión en principio, Esto no es Madrid, compara mediante simples ejemplos las condiciones de una capital “en vía de desarrollo”, como Bogotá, con la presunta magia del Primer Mundo.
Tiene algo de punk. Para mí es evidente que se trata de una muy buena broma, aunque bien sé que nunca faltan quienes no entienden las bromas, por evidentes que sean.
Troller y Arias han hecho grandes cosas y esta es una.
“Fui por un Picasso,
y me dieron un Botero,
quise ver la de Almodóvar
y me dieron Nieto Roa”
¿Algo más elocuente?
El excusado (Distrito Especial)
Antes de ser Distrito, y antes de no ser, de haber dejado de ser, Distrito se llamaba Distrito Especial. Antes de que la nacional y reconstituyente asamblea decidiera llamarnos Santafé y D.C., y demás… Antes de que volviéramos, por fortuna, a ser Bogotá.
D.E. Mentes, primer y único larga duración cobijado por este concepto hizo de Bogotá su protagonista e inspiración. Tal vez por esto, de entrada, se plantea la eterna pregunta ¿Dónde estás Bogotá? Tal vez por esto las ondas se fugan al acueducto local. Tal vez por eso se habla del CAI Policía y del falso Krishna en el Hare-Quipe.
Pero es en El excusado, en donde, de más acertada forma se sintetiza el verdadero espíritu bogotano. Es la historia de un hombre cuya costumbre es responsabilizar a la suerte de sus vejaciones y padecimientos, sin consideración alguna.
Refleja, palabra por palabra, el espíritu de tantos, tantos bernabés bernales y simeones torrentes…
“Puse un negocio en Chapinero,
pero un gamín me lo incendió,
los del seguro se burlaron
su póliza ya se venció” (…)
Por fin murió mi tía rica,
dejándome su dineral,
por no gastarlo fui y lo puse…
en la Caja Vocacional”.
El listado no termina porque, lo dije desde el principio, es a sabiendas incompleto. Así que queda abierto el espacio para insultos, comentarios, sugerencias y adiciones.