Seis historias desde el istmo.

 
Prosigo con el ejercicio de caprichosos listados acerca de lo que pienso acerca de algo (llámese país, música, libros, recuerdos, personajes), desde mis muy subjetivas, sesgadas, y desequilibradas apreciaciones.
 
Hoy, por segunda vez intentaré hablar de Panamá. No de aquel Panamá vacacional proclamado a gritos por las desactualizadas, mercantilistas y no siempre sinceras guías turísticas impresas y vivas, sino de aquel que percibo a través de la lente pesimista que tengo, que es mi único mecanismo de visualización del externo mundo.
 
Antes de dar inicio a este conteo –que espero y supongo todos aguardan porque resulte sucinto y poco cargado de las acostumbradas florituras, pero que tal vez no lo sea–, diré que, más allá de lo que pueda criticar, gusto de Panamá y de los panameños en forma considerable, y que volvería aquí cientos de veces, si es que la vida me alcanza para ello.
 
¿Ejemplos? El Casco Viejo está cargado de historias que merecen ser contadas, las ruinas del antiguo Panamá ostentan cierta magia que nunca había visto en lugar alguno y admiro esa suerte de cosmopolitismo tropical del moderno país también.
 
El caso es que recojo en los siguientes seis puntos algunas de mis experiencias de viaje y de aquellas cosas que me han impresionado, tal vez porque temo a olvidar la intensidad con que hoy las experimento y porque, aunque poco puedan interesar a alguien más, son vivencias que para mí gozan de significado y que debo escribir, para no perderlas del todo.
 
1. El talingo
 
Si algún día se me pidiera utilizar una palabra o concepto al que con mayor fuerza asociaré con Panamá, me remitiría de inmediato al talingo, una especie de ave de cuerpo afilado cuyo científico nombre es Quiscalus mexicanus.
 
Sí. Es cierto. Su nombre delata una procedencia bastante más azteca que ístmica, pero yo lo conocí en Panamá y para mí será de aquí.
 
Me parece que en la mayoría de los casos el panameño nativo no es del todo afecto a los talingos, de la misma forma en que un amplio sector de la población bogotana aborrece a las muy cachacas palomas que rondan nuestros parques.
 
El talingo es en opinión de muchos (y no sin razón) un ovorraptor que diezma la población ornitológica, que deteriora el tendido eléctrico y la pintura de los automóviles, y que, cual si esto no fuera suficiente motivo como para procurar su eliminación, contamina con sus efluvios el humano medio ambiente.
 
No obstante, lo encuentro bello, un tanto marginal y solitario, como si intuyera el poco aprecio que despierta entre sus connacionales. Habría que preguntarle a mi psiquiatra si me veo en él. Me impresiona cuando permanece inmóvil, exhibiendo su cuerpo iridiscente y mirando hacia ninguna parte con atención.
 
Entonces quisiera preguntarle algo o quisiera que él me preguntara algo. Pero no me atrevo y él tampoco.
 
 
2. Taxis colectivos
 
Duele decirlo, pero hay pocas especies humanas más hostiles que los conductores de taxis en Panamá (aunque si hay algo que odio es aquello de gregarizar a un gremio).
 
Así que procuro la salvedad de aclarar que también los he encontrado amables y cálidos, aunque estos últimos corresponden a un linaje privilegiado. Único y no muy frecuente.
 
En tal sentido, en términos de transporte público, Panamá se asemeja a lo que era Bogotá al comenzar los 80. Los taxis te llevan a donde desean hacerlo y no tienen miramiento alguno a la hora de negarse a un recorrido, sin decir que no, sin explicación y sin espetar excusa o mirada alguna.
 
Pero lo que más sorprende es la costumbre de recoger a tres, cuatro o hasta cinco viajantes durante el trayecto, procurando, eso sí, que los destinos de todos se hallen dentro de la misma ruta.
 
Digno es de ser reconocido, el que los precios son bajos. Como máximo el más largo tramo puede tener un costo de algo así como cinco dólares.
 
3. “Cuando Colombia hacía parte de Panamá”
 
Así es. Lo he oído decir. Para muchos panameños fue Colombia quien se disgregó de Panamá y no lo contrario. ¿O será acaso que así es y no hemos comprendido tal mentira histórica?
 
Algunos reclaman, supongo que con algo de mofa, por la injusticia de no ser depositarios de la “ansiada” nacionalidad colombiana.
 
Y en realidad el tema sorprende. Panamá es heterogénea. Es Panamá. Pero también es algo así como una extraña amalgama entre Miami, Barranquilla (en donde nunca he estado), Santa Marta, Tumaco y Quibdó.
 
Colombia se ve, se oye y se saborea, por todas partes. Además de los manidos Shakira y Juanes suenan Calixto Ochoa, Diomedes Díaz y Niche, entre otros muchos (muy buenos y muy malos) representantes de la colombiana música.
 
Es Colombia, o mejor, Panamá, en todo su esplendor…
 
 
4. Fonemas y curiosas expresiones.
 
En Panamá todos, no importa cuan valetudinarios seamos en realidad merecemos ser llamados “jóvenes”.  No es extraño referirse, y no sé debido a qué extraña razón, a un hombre de 70 u 80 como “joven”, para luego continuar con un “Joven: tráigame aquello, por favor” en una especie de jugarreta protocolaria. A mí me resulta curiosa.
 
El dígrafo ch” se pronuncia “sh”. No se dice “ochenta y ocho”. Se dice “oshentaiosho”. Aquí no se prohíbe Parquear: se prohíbe Estacionar. Así que la letra surcada por un aviso de restricción en las señales de tránsito es una E. No es algo que ocurra tan sólo aquí, pero aquí ocurre.
 
 
5. Meretrices colombianas
 
Ayer pedí a un taxista (éste sí muy amable) me condujese al más prestigioso centro lenocínico de la ciudad. No soy adepto a las fornicatrices ni a esta clase de establecimientos (entre otras razones por sus elevados costos y pocos beneficios que a la postre quedan), pero había poco qué hacer y no podía dormir.
 
Él me habló de un lugar en donde todas eran “de su país”, cosa que ya había oído antes, pero que pensaba era una especie de gracejo, dada mi colombiana condición.
 
Su nombre es Le Palace. El mismo que tuvo algún establecimiento análogo en la Bogotá de los 80, que creo ubicado estaba en la Carrera 15 con Calle 96. De hecho el logosímbolo y la imagen corporativa guardan estrechas semejanzas con los de su homónimo.
 
Hay espectáculos en los que las nobles damas, ataviadas a la usanza de distintos personajes y épocas, van exhibiendo sus cuerpos a medida que suenan standards del repertorio bailable internacional. Hay, por supuesto, posibilidades de interacción contractual con éstas.
 
Consumí dos cervezas a muy altos precios, y ya algo lenguaraz por causa del etíl, comencé a indagar entre las empleadas del lugar, todas vestidas de blanco, acerca de su noble oficio.
 
Me sorprendí al notar que de hecho todas, sin excepción, hacían gala de inconfundible acento colombiano. Me invadió un extraño sentimiento de patriotismo y orgullo.
 
–¿De dónde eres?
–¿De dónde crees que soy?
–Bien, tienes acento del Antiguo Caldas o de Antioquia.
–Sí. Soy de Antioquia. ¿Me necesitas para algo?
 
De hecho, había oriundas de casi todas las regiones del país: Risaralda, Bolívar, Bogotá, Ibagué.  Al ver que mis intenciones no iban más allá del periodístico rigor mis compatriotas huían defraudadas de no poder cobrar sus correspondientes honorarios de 150 dólares.
 
Antes había contado que en Panamá hay sedes de Crepes & Waffles, Croquet, Pronto, Armi, El Corral o El Sándwich Cubano, a granel. Pero ahora veo que nuestro pujante empresariado ha conseguido que la cuota colombiana en el próspero comercio panameño trascienda el mundo de las confecciones o la gastronomía…
 
 
 
6. Arroz con guandú
 
El guandú es para el panameño una especie de fríjol. A mí me resulta mucho más parecido, por tamaño y sabor a una lenteja.
 
No he visto un grano parecido en lugar alguno del mundo, aunque he oído es muy común en Centroamérica.
 
De hecho es bien posible que esté cayendo en el mortal error de la ignorancia y que haya plantaciones de guandú por doquier a lo largo de nuestras propias costas. Creo que hay un plato típico barranquillero denominado Sancocho de guandú, aunque no lo sé.
 
Me pregunto, no obstante, el por qué tan suculento plato, muchas veces aderezado con coco, no ha conseguido penetrar, tal como ocurre con la arepa de huevo o el dulce de tamarindo, los contornos de nuestra meseta. Porque aquí venden guandú enlatado, y no es una mala opción rápida.
 
………………….
 
Bien… Por hoy culmino….Y reitero… la discusión abierta está…