Dudo que haya una situación más indigna que limpiar por unas horas la sucia fachada de nuestra sociedad con la visita del primer mandatario estadounidense como única motivación.
Ahora resulta ser que la Plaza de Bolívar ha sido sometida a un tratamiento especial de aseo con el objeto de preparar a la ciudad para la visita de Bush Jr.
Algo similar ocurrió cuando intentaron purgar a Cartagena de mendigos e indigentes —al mejor y más hitleriano estilo— para que Bill Clinton no fuese testigo del luctuoso panorama de pobreza que reina sobre el nacional territorio.
Difícil resulta olvidar a la ciudad preparándose presurosa para la ocasión y maquillando sus calles para que lucieran lustrosas ante el visitante VIP. Como si encontráramos embarazoso mostrar ante el mundo y ante el más poderoso de sus líderes lo que en realidad somos, fuimos y seremos.
Es sin duda un acto de genuflexión, pues no existe ningún sentido lógico en acicalar de manera especial rutas y barrios por cuenta de la visita de personaje alguno, cuando éste no es un hábito al que nuestro pueblo esté acostumbrado.
Cómo olvidar al perro amaestrado dispuesto estratégicamente frente al entonces presidente Bill Clinton con el propósito de darle la bienvenida al país. Pocas diferencias había entre él sabueso y el entonces líder de este barco en inminente naufragio constante, Andrés Pastrana Arango. Ambos eran fieles sirvientes.
Quiero decir con lo anterior que el acto de lavar los exteriores del hogar porque esperamos una célebre visita (que de célebre tiene poco, dada la paupérrima gestión de quien sin duda ha sido uno de los peores hombres al mando de Estados Unidos) se mueve dentro del terreno de lo vergonzoso, lo inapropiado y lo absurdo.
Se trata, sin duda, de un irrespetuoso acto para con ese pequeño resquicio de amor propio, donaire y gallardía que debería quedarnos.
¿Acaso nos resulta embarazoso reconocer ante el resto del mundo, poco interesado en nuestro bienestar, que más allá de cualquier consideración indulgente, nuestro país está atiborrado de errores sin visible solución?
¿Es que la gigantesca cantidad de problemas afrontados por la nación sólo merece ser atendida desde el punto de vista cosmético?
Qué diferente sería todo si tales jornadas de higiene trascendieran el ámbito ornamental y fueran en realidad una rutina diaria (más allá del tonto menester de disparar torrentes enteros de agua en las inmediaciones del Palacio de Nariño un día antes de la recepción), en lugar de ser una especie de ilusión óptica perpetrada con el único propósito de mostrarnos en transitoria forma como un país próspero, pacífico y exitoso.
La problemática cotidiana de nuestro entorno va mucho más allá de la diaria resignación estética a la que debemos someternos, y no hay pintura, escoba, jabón o estadística en capacidad de esconder tan inocultable verdad.
Así es. Por más que lo intentemos no hay detergente alguno capaz de remover la infecta suciedad de nuestro entorno, y no hay faena de limpieza suficiente como para dar por terminada tal situación, en movimiento circular.
Los problemas estructurales no deben ser combatidos con un discurso mesiánico, tan trillado como inútil.
Las fallas en ese organismo agonizante que es Colombia no pueden ser solucionadas a base de reparaciones en su mampostería y de la inoculación de lavandas exquisitas en un entorno que desde su esencia misma huele y sabe mal. Por más estadísticas optimistas que se presenten, la verdad cotidiana está lejos de asemejarse a lo que éstas profesan.
Así las cosas, no nos resta más que decir, en tono resignado, mendicante e irónico: “Adelante, Presidente”. Siga usted protagonizando esta abominable comedia estética. Al final, gran parte de su pueblo continúa creyéndole.