Colombia no se acomide con su historia. Ni con los personajes que la han construido, a pulso.
Lo digo por la ingratitud de la que un hombre como Chucho Merchán —de lejos el músico de sesión más importante en la microhistoria del rock nacional— ha sido objeto.
Es un hecho indiscutible. Ningún artista local tiene en su haber el honor y privilegio de haber trabajado junto a George Harrison, Bob Geldof, Eurythmics o Pretenders, o de hacer parte de las grandes ligas del espectáculo mundial en los más exigentes escenarios del orbe.
Habrá quienes digan que Juanes o Shakira han sido protagonistas de eventos similares, y que la proyección de esta última no es equiparable en términos cuantitativos a la del bajista bogotano. Pero, desde el subjetivo punto de vista de la calidad sería un despropósito el mencionarlos siquiera dentro de un nivel acaso similar.
Después de todo el fenómeno de la barranquillera, mediático y gigantista, está más ligado a estrategias exitosas de mercado y a una condición inflada y sobredimensionada en donde sin duda el éxito y lo cualitativo no van de la mano.
Pero, de retorno al tema Merchán, nos encontramos con un hombre que sin mayores sobresaltos o escándalos ha emprendido diversos proyectos musicales y caritativos de comprobada eficacia.
El mejor ejemplo, quizá, sea el Colombian Volcano Concert del Royal Albert Hall en 1986, con un cartel de ensoñación conformado por Annie Lennox, David Gilmour, Pete Townshend y Mike Oldfield, entre otros, motivado por la tragedia de Armero. De ahí surgió Foneva, fundación bastante menos conocida, aunque tan importante como la de la currambera.
Así las cosas, desde los días de la legendaria banda Malanga y su ‘Sonata número 9 a la revolución’, hasta los actuales tiempos de su primer trabajo como solista, ‘De regreso a casa’, tal vez no haya en el panorama colombiano carrera más brillante que la de Merchán.
Por eso estuve, hace casi tres lustros, entre los que lamentaron con vergüenza la escasa repercusión del concierto Ecomundo 92, en la Sultana del Valle, coordinado y concebido por él. Por eso siento también la sensible ausencia de Merchán en la reciente y magistral presentación de Roger Waters.
Al parecer ciertos problemas de logística impidieron a última hora la presencia del talentoso Chucho en el escenario del Parque Simón Bolívar. Un hecho triste que, espero, no haya sido propiciado por los embelecos acústicos del ex Pink Floyd, quien más allá de cualquier consideración nos dio una lección de buen rock.
Nos esperan, tal vez, eternos años para volver a contar con la irrepetible oportunidad de disfrutar su presencia en un multitudinario recital.  Somos un pueblo ingrato y olvidadizo. Anquilosado en la triste ignorancia de lo que en verdad se constituye en nuestro patrimonio vivo. Quiera el destino que no se nos haga demasiado tarde para notarlo.