No es cosa difícil detectar la verdadera naturaleza de quienes nos rodean a partir de la música de su predilección. Tampoco lo es el indagar en sus colecciones de discos, en los lugares por ellos frecuentados o en sus carpetas de mp3 con el fin de conocer de forma fidedigna y precisa algunas características de su condición humana.
Gustos hay de todas las posibles clases. Desde los presuntos radicales puristas y chovinistas, para quienes sólo la salsa es capaz de despertar algún asomo de sensibilidad, hasta los borregos radiales, para los que no hay profanación alguna al combinar las Tubular Bells de Mike Oldfield con el más reciente sencillo de Calle 13.
Los salseros fundamentalistas
Los primeros, por ejemplo, suelen ser habitantes de la noche, devotos e incondicionales admiradores de Andrés Caicedo, Héctor Lavoe o la Fania All Stars, de aquellos que creen haber nacido en el momento equivocado, pues según ellos mucho bien les habría hecho el haber podido vivir en aquella mítica Cali de los 70. Cantan a voz en cuello ‘El ratón’, con falso acento costero: “Mi gato se EJTÁ quejando, que no puede vacilar”. “Ella va triste y vacía”….
Son visitantes asiduos de un antihigiénico establecimiento capitalino en donde, después de unas horas de baile sin tregua, la transpiración colectiva suele subir hasta el cielo raso del local, hasta condensarse en gruesas y salobres gotas que cual lluvia ácida bajan de nuevo a su lugar de origen, salpicando a los danzarines. Usan un vestuario cuidadosamente desarreglado.
Los borregos crossover
Inmortalizados por Café Tacuba, los segundos –conocidos en los bajos círculos como ‘borregos’–, suelen pertenecer a un rebaño de obedientes discípulos educados por los caprichos de Alejandro Villalobos y su Mega. Son adoctrinados inconscientes del crossover, lo que los ha dotado de una imposibilidad para separar el rastrojo de la buena cosecha.
Creen ser dueños de un eclecticismo bendito y por ello afirman con el orgullo que da la ignorancia que a ellos “les gusta toda la música”. De lo malo escogen lo peor y es así como disfrutan de Obsesión, así como de los más recientes gimoteos de Diego Torres. Aman a Bonka y a Mauricio y Palodeagua.
Los yuppies neo-ochenteros
A una categoría similar a la anterior obedecen los centenares de yuppies ochenteros trasnochados. Me refiero a aquellos que, a su vez educados por La FM y La W, consiguieron treparse en el tren de los 80, antes menospreciado por ellos. Su poder de endeudamiento les permite acicalarse de manera minuciosa.
Muchos de ellos cursaron un seminario MBA de dudosa calidad en la Universidad de Florida. En sus días libres llevan una camisa Ralph Lauren tipo polo, una chaqueta Náutica de color verde limón, un reloj TAG Hillfigher, y pantalones Dockers o Levis 501 color hielo.
A esto hay que agregar la infaltable correa de cuero marrón y una gran billetera de de Pecarí. Apestan a Jean Pascal. De sus bolsillos penden las llaves de su automóvil Volkswagen o Swift Twincam de 16 válvulas, del que por lo general aún deben 10 cuotas. Oyen a Julio Sánchez y quisieran tener el inglés de su traductor oficial, Andrés Torres.
Siempre llevan consigo el más reciente modelo de teléfonos móviles con tecnología bluetooth, y algunas canciones de Culture Club, Men at Work, Cindy Lauper y Hall & Oates almacenadas en su memoria. Cuando desean posar de populares van a La Mazorca, en La Calera, aunque la sagrada visita quincenal a Andrés Carne de Res, o en casos de austeridad al Humero, es requisito ineludible.
Mamertos de chimenea
Otra especie que merece un alto en la ruta con mención de honor es la de los mamertos de chimenea. Prefieren indumentarias artesanales y se ubican frente a una fogata, masmelos y salchichas en mano, para oír al espontáneo y marihuanero intérprete de voz aguda, sobaquina y pelo largo, con aquellas “armonías rebuscadas y hermosas” a las que Los Prisioneros denunciaron.
“Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo, para que no las puedas convertir en cristal”.
Gustan de Serú Girán y de Sui Géneris, y lloran cual plañideras al oír las notas marciales del Unicornio azul. En el peor de los casos prefieren a Silvio Rodríguez o Mercedes Sosa. Los más jóvenes abren gozosos sus puertas ante las voces de Andrés Cepeda, Alberto Plaza o Fito Páez. Sus películas predilectas son La noche de los lápices o Tango feroz.
Los morrisonianos
Un capítulo aparte debe estar dedicado a los seguidores irrestrictos del señor James Douglas Morrison (Jim Morrison para sus desconocidos).
Visten ropas de cuero y, en un irracional impulso por alcanzar una admiración femenina equiparable a la del mal vocalista de Los Doors (hombre suertudo que nunca en su vida supo lo que significaba tocar algún instrumento), tratan de imitar sus modales, movimientos y ademanes exhibicionistas. Ignoran que el verdadero cerebro tras la banda fue Ray Manzarek.
Los kitsch
¿Y qué decir de los amantes del kitsch encarnado en la balada pop latinoamericana? Son los mismos que hace no más de 10 años gesticulaban mostrando repudio ante las canciones de Daniela Romo, Yuri o Raúl Santi, aunque hoy las coreen a gritos en las ahora llamadas “fiestas de plancha”.
Dentro de esta onda obsesionada con esa estética, un tanto ridiculizante de lo popular están también los nuevos fanáticos de Locomía, El General o El Símbolo. Parecen querer legitimar su condición social demostrando un disfrute morboso por tales sonidos.
Los chunquetos
Del otro flanco van los chunquetos radicales. Algunos ubican sus orígenes en los hoy desaparecidos candies. Son visitantes regulares de establecimientos como Socorro o Escobar Rosas. Estudian y trabajan. Su rango de edades va desde los 18 a los 24, aunque se han visto casos crónicos de individuos cercanos a los 30 aún vinculados a este grupo.
Llevan medias de malla rojas o negras, con algunas costuras estropeadas de forma deliberada; sobre éstas hay otras de algodón prensado y encima de las anteriores, otra vez, un par de Converse.
Las calaveras se ven por doquier. Dicen conocer la discografía completa de New Order, Joy Division, Artik Monkeys, Franz Ferdinand, The Strokes, y de María Daniela y su Sonido Láser. Al igual que sus parientes lejanos, los kitsch, profesan un sustancial interés por las baladas de tiempo atrás en castellano. Es fundamental que sus ropas estén sucias.
Los depresivos
Sus parientes cercanos, los depresivos, visten colores oscuros. Gustan de Radiohead (las representantes del género femenino confiesan tener sueños húmedos con su bajista), Stereophonics, Garbage, Nine Inch Nails, Portishead, The Cure, Leonard Cohen o Massive Atack. Hacen bromas sexuales entre los miembros de su camada. Saltan como energúmenos al oír Love Will Tear us Appart.
Los electrónicos
Al igual que los depresivos, los electrónicos llevan ropajes negros. Estudiantes en su mayoría de la facultad de diseño gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, son fieles seguidores de las más recientes tecnologías. Oyen a Air, Rinocerose, Bajo Fondo Tango Club, Fatboy Sim y Modjo. Como sus festividades tienen lugar a horas tardías suelen congregarse como hormigas ante un terrón de azúcar en alguna cigarrería aledaña al bar de turno para consumir unas cervezas previas.
Los afroposmodernos
Los afroposmodernos pueden ser considerados una variación latinizada de los Electrónicos. Prefieren las creaciones de Sidestepper, Pernett and The Caribean Ravers o de La Mojarra Eléctrica.
No pierden oportunidad de pagar altas sumas por ver a sus artistas favoritos en vivo, y son renuentes a toda aquella producción inferior a cuatro años de edad.
Los rastafaris
Para quienes aman al reggae criollo y presumen de rastas, también hay un lugar. Veneran a Nawal y siguen lamentando la prematura muerte de Bob Marley. Sus lugares de habitación están decorados, invariablemente con la bandera de Jamaica. Llevan pantalones caídos y camisetas blancas. Su andar es desprevenido. El afeitarse no está dentro de sus diarias rutinas de vida. Defienden la legalización de la marihuana y aborrecen a Babylon.
Los salseros de nuevo cuño
Impensable sería para los ya mencionados salseros tradicionales, el siquiera considerar la posibilidad de incluir entre sus colecciones de discos aquellas grabaciones preferidas por los de nuevo cuño.
Llamamos salseros de nuevo cuño a quienes por diversas razones, por lo general debidas a inescrupulosos programadores de emisoras con pésimo gusto como Tropicana u Olímpica han optado por ser seguidores de Elvis Crespo, Jerry Rivera, Gilberto Santarrosa, y a seguir los consejos de Eddy Herrera y Luis, en cuanto a aquello de “dormir juntitos”. Llevan jeans y camisas ceñidas.
Los dinosaurios del medio
El gremio rockero es asimétrico y heterogéneo. Están los dinosaurios del medio, aferrados hasta más no poder a los 60 ó 70. Son fieles seguidores de videobares varios o de Abbot y Costello. Sienten que el rock murió en los 80 y mantienen congeladas en sus mentes las figuras de bandas como Led Zeppelín, AC/DC, Black Sabbath, Rolling Stones, Deep Purple, Yes o Rush.
En lugares como la Calle 80, frente a Atlantis Plaza, o la Avenida Primero de Mayo abundan los cándidos seguidores de lo que ellos creen es el rock clásico. Su único insumo musical procede de alguna colección barata equiparable a “14 cañonazos del rock” comprada a vendedores ambulantes de la Carrera 15. De forma invariable e insoportable repiten una tras otra vez éxitos manidos como Hotel California, Angie, Stairway to Heaven, Let it Be, Dust in the Wind o Love is Like Oxygen. Su cultura melómana es de sencillos; no de álbumes.
Los universitarios de rockola
Son los que hacen posible que la industria de las rockolas por computador sigan vivas. Son amigos del repertorio de rock en español albergado por ordenadores acondicionados para tal fin. Gustan de los colores escandalosos y de videos de damas bañándose en playas paradisíacas. Oyen El baile de los que sobran, Mi agüita amarilla o Vivir sin aire.
Los metaleros anacrónicos
Los representantes del conglomerado conocido como metaleros anacrónicos siguen obsesionados con los viejos pelos largos y motocicletas de los 80. Hay dos vertientes ideológicas. De un flanco están los admiradores de Bon Jovi, Guns’n’Roses, Warrant, Slayer o Poison. Del otro, un tanto más influidos por historias de hadas, faunos, magos y ondinas, están los seguidores de bandas como Rata Blanca, Kraken o Mago de Oz.
Los punketos
También están divididos en dos bandos. El uno conformado por los ortodoxos, admiradores de The Ramones o Sex Pistols. Más de uno quisiera ser un Sid Vicious con Nancy a bordo.
Pero en el otro se encuentran algunos, bastante más puristas en cuanto al género, apegados con terquedad a quienes ellos suponen “no son comerciales”.
Los sesenteros criollos
Como una especie prehistórica más los sesenteros criollos aparecen en el panorama. Sus edades bordean los 55 y los 65 años. Por alguna razón sus oídos se perdieron de oír a los Beatles, The Who, y los Stones; e incluso a bandas locales como Los Speakers o Time Machine.
Es debido a ello que a su juicio los más importantes músicos de entonces fueron los miembros del Club del Clan, Ana y Jaime, Pablus Gallinazus u Óscar Golden. Son fieles visitantes de viejotecas y establecimientos decrépitos.
Lo skaceros
Un tanto más lejos del trópico están los skaceros. Llevan jeans, tirantas y Vans. Su pelo es muy corto a los lados.
Con respecto a bifurcaciones es de mencionar la de los skaceros, populares o radicales. Los primeros tienen como referentes a The Specials, Los Fabulosos Cádillacs, Manu Chao o Doctor Krápula. Para sus opositores estas bandas son demasiado “caspeadas”, por lo que sus gustos se mueven en un terreno más subterráneo.
Los serenatófilos
Aunque proceden de bandos distintos, los serenatófilos, bien sean amigos de ensambles vallenatos, mariachis o música de cuerda, cuentan con ciertas características comunes que bien pueden servir de pretexto como para agruparlos.
Más allá de las diferencias entre diversos estilos se encuentra su meritoria condición de aferrarse de forma romántica, y a veces un tanto desafortunada, a los viejos esquemas de conquista o recuperación del perdido amor.
Frecuentes organizadores de fiestas de 15, declaraciones amorosas sensibleras y aniversarios, los serenatófilos tienen un invariable repertorio de temas por dedicar.
Si se trata de una conmemoración de bodas de plata, platino, hojalata u oro es una gran posibilidad que Veinte años menos sea la llamada a abrir la noche.
En su defecto puede acudirse al siempre infalible Camino de la vida, en tanto la simpleza de la prosa es garantía de éxito.
Cuando nos enfrentamos a ese ritual que es la fiesta de 15 años para las jovenzuelas despertando de su letargo pueril, entonces sonará Mi niña bonita.
Si el problema es de reconquista la escogida será la manida Tú eres la reina.
Llega hasta aquí esta insuficiente tipificación de gustos musicales entre los habitantes de la ciudad. Es evidente su irresponsabilidad parcializada, aunque creemos que el aceptarla debe ser tenida en cuenta a la hora de un juicio penal.
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