En la víspera del más reciente jueves santo (5 de abril), por uno de aquellos inevitables retrasos en la cancelación de deudas pendientes, el costoso y precario proveedor de internet, televisión por cable y telefonía que algún día tuve la ignominiosa desgracia de elegir, me cortó de tajo todo acceso, con justa causa, a los tres mencionados servicios.

Ante la perspectiva de verme privado de toda conexión mediática para con el universo telefónico, ciberespacial y televisivo, me vi precisado a echar mano de préstamos, sobregiros, empeños, y de algunas otras permutaciones monetarias para cancelar la onerosa acreencia.

Acudí con presteza y angustia a las oficinas del poderoso aunque mediocre ente con el objeto inmediato de cubrir mi obligación mensual para que, como en el caso de todo aquel colombiano que merezca ser considerado como tal, una vez la factura hubiese sido pagada, las luces de módems, líneas de teléfono y la señal televisiva volvieran a su inusual normalidad.

Una vez cubierto el rubro correspondiente a la trilogía mensual, rogué al hombre tras la ventanilla que notificara al personal competente –o incompetente, para ser fiel a los hechos– la necesidad de una imperiosa reconexión.

Desde hace años –por decir lo menos desde 2001– he sido abonado a la red mundial por esta vía. Según mi entender, durante todo el lustro subsiguiente, la reconexión era un proceso efectuado de manera automática en un lapso nunca superior a 15 minutos.

Con una notoria mueca de preocupación con tufo a cinismo, el cajero, una vez mi dinero ya había entrado en las arcas de la perversa empresa, me puso al tanto de la imposibilidad de llevar a cabo la por mí ansiada rutina práctica, arguyendo la ausencia de cupos disponibles para reealizarla en el término de las escasas horas hábiles que a la santa semana quedaban.

Le pregunté, entre sorprendido y abrumado, cuál era la necesidad de encargar a un funcionario de TvCable para que se dirigiera al humilde predio que por domicilio tengo con el fin de volver a poner los alambres en su debido sitio, para que la ya mencionada señal recuperara su lugar en mi residencia.

Su respuesta me llenó de ira y estupor en dosis equivalentes:

–"Es que en su caso es especial y no se puede reconectar automáticamente. Hay que ir hasta la caja y enchufar los cables".

Algo resignado, aunque consciente de mi cuota de culpabilidad en el infortunio, decidí resignarme y solicitar de manera inmediata y por vía escrita al asesor de turno mi decisión de disminuir a la mitad el monto del ancho de banda y de suspender de forma definitiva el acceso a la señal de televisión –para menguar costos–, cuyo irónico rótulo es Smart (Inteligente, listo, en inglés). Dejé constancia escrita de mi deseo, y se me aseguró que éste se haría efectivo en un lapso no superior a un mes.

Para rubricar el hecho imploré al personaje para que programara la reconexión para el lunes inmediatamente posterior a la culminación del día festivo, a lo que él replicó que no podía programarla hasta tanto ese día no hubiera llegado.

Partí con una esperanza alentada por la ingenuidad de la que a pesar de los infaustos sucesos mantengo, creyendo todo estaría solucionado en unos días, y que ello sería un buen pretexto para dexintoxicarme de bits y bytes.

Entretanto fue remitida hasta mi buzón una carta de respuesta a mi decisión de cambiar de plan en aras de la economía, rogándome una explicación de los motivos que me llevaban a tal extremo y prometiendome llegar a un acuerdo benéfico para las dos partes si resignaba tal determinación. Me dio risa.

Llegó el consabido lunes. Y llegó la tarde. Y la noche avanzaba. Y la preocupación prevalecía.

Cuando el hecho de que todo andaba mal se hizo evidente decidí dirigirme de nuevo a la sede de la firma para indagar acerca de la odiosa dilación de la que era protagonista.

Me respondieron que todo se solucionaría, que lamentaban la dolorosa espera y que la reconexión sería efectuada a primeras horas del siguiente día.

El martes en la noche, retorné ansioso a mi domicilio. Pero los leds del módem confirmaron mis pesimistas sospechas. No había red.

Molesto, me comuniqué de nuevo con uno de los encargados de soporte técnico, después de haber soportado alrededor de unos 48 "su llamada es muy importante para nosotros" repetidos en loop. Me preguntaba mientras tanto el porqué si la infeliz llamada es de tanta relevancia para ellos no se aprestan a contestarla con prontitud. Odio los conmutadores accionados a control remoto por los tonos de teclados.

–¡Pero, don Andrés! Eso está muy raro porque aquí tengo el reporte de que la activación fue realizada ayer en horas de la tarde.

–No sé si lo fue o no. Pero la realidad es que no dispongo de señal.

–En ese caso le voy a programar una visita técnica para, a la mayor brevedad posible, detectar y corregir la falla. Por favor déme su número de teléfono para avisarle cuándo van a ir.

La prometida llamada nunca sucedió.

Llamé, una vez más, encontrándome con un mensaje automatizado que rezaba: "Usted tiene una visita programada para el 19 de abril entre 10 de la mañana y 1 de la tarde".

Con lágrimas empozadas en las cuencas de mis ojos, lastimeros y enrojecidos, me sometí a la segunda resignación, tras rogarles que adelantaran el plazo para la esquiva llegada.

Vino el anhelado jueves 19 de abril. Por compromisos laborales impostergables tuve que ausentarme de mi habitáculo, lo que me obligó a acudir a los nobles oficios de mi amable amiga Anna, quien se hizo presente en el teatro de operaciones para aguardar por el tan esperado arribo de los técnicos.

Cuando era la 1:05, tras haber notado que los operarios intentaban ganarme por W, a control remoto, tomé el auricular –tembloroso y exasperado–para indagar en TvCable acerca de las inexplicables causas del ausentismo.

Me dijeron que había un contratiempo de última hora y que tuviese 40 minutos más de paciencia.

Y fueron las 3, y fueron las 4, y fueron las 5.

Presa de la desazón y la incredulidad, tratando de buscar alguna medida de consuelo para mi larga tristeza, Anna descendió a los bajos de mi hogar, encontrándose con un recado indebidamente firmado por funcionarios de la aborrecible empresa. El falso documento arguía la imposibilidad de haber accedido al predio por no haber recibido respuesta tras sucesivos timbrazos.

Era mentira.

Por quincuagésimotercera vez me puse en contacto con TvCable. Sostuvieron contra toda evidencia que la unidad móvil había ido hasta el portal de mi humilde mansión, y que después de sucesivos intentos habían claudicado en su afán por encontrarnos. Que para corroborarlo habían marcado a la línea de LIBRE (servicio provisto por ellos mismos, y que –como es más que obvio– llevaba cerca de 15 días sin funcionamiento. Hace falta ser demasiado imbécil como para no deducirlo.

¿Libre? ¿Smart? ¿Libertad? ¿Inteligencia? Nunca había encontrado mayor contrasentido que el uso de tales palabras como emblemas de marca.

TvCable es una apestosa olla de ineptitud y mediocridad sin parangón posible en la ya de por sí deshonrosa historia del país en materia de servicios públicos y atención al cliente.

Me harté de los recurrentes "su llamada es muy importante para nosotros"

De los eternos "Si usted vive entre la Avenida Circunvalar y la Avenida Ciudad de Cali o entre Bosa y San Cristobal Norte su servicio presentará intermitencias".

Del maltrato desprevenido al usuario.

Cierro con esto el triste epitafio de mi historia de desamor con TvCable.

Renuncio de forma irrevocable a seguir haciendo uso de sus pésimos servicios.

Me harté de esperar por tres semanas sin encontrar solución.

Envío copia de la presente a la Superintendencia de Servicios Públicos, a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, al Boletín del Consumidor y la Alcaldía Menor de Chapinero.

 

POST SCRIPTUM: Acabo de entrar en comunicación con la buena Anna María. Me dijo, enfadada, que ante la comunicación verbal entre ella y la dependencia encargada de TVCable, tengo, por obligación, que permanecer vinculado a TvCable hasta febrero próximo, o en caso contrario cancelar una multa correspondiente a cuatro meses de uso. ¡Deplorable!