Incomprensible resulta la celebración atemporal de los 10 años de una Radioactiva más antigua.
El 15 de mayo de 1989, desperté, a eso de las 5 AM, con el propósito eterno de cumplir con la eterna y tormentosa jornada escolar. Había entre la indumentaria de mi habitación un radioreloj, al que, no importa cuánto lo intentase, era imposible sintonizar con éxito en mi idolatrada estación de entonces, 88.9, Súper Stereo. Yo tenía 12.
Los 102.9 del FM eran habitados por una emisora de baladas, mucho antes de la acuñación del despectivo vocablo ‘música de plancha’. Su nombre era Nota Stereo. Mi costumbre era dejar el transistor sintonizado en esa frecuencia, pues era la única en FM con la sana costumbre de dar la hora cada determinado tiempo, lo que facilitaba la programación de mi itinerario matutino, contribuyendo a mi ingente esfuerzo por elongar al máximo el sueño previo a la diaria rutina de aseo.
Pero ese día no hubo baladas. No hubo señal horaria, ni voces dulzonas ambientando el inicio de la faena académica. Sin mucha ceremonia Nota Stereo se había ido, a la vez que surgía en el panorama radial una nueva opción de ‘música joven’.
Para mí, el en apariencia intrascendente hecho se constituía en todo un hito cabalístico. Por entonces sólo había a lo largo del bogotano dial dos frecuencias dedicadas de lleno a la difusión de éxitos pop y rock. Una era la hoy desaparecida 88, bajo la dirección de Fernando Pava Camelo. La otra, algo menos popular y de más reducido presupuesto era Todelar Stereo, regentada por el bueno de Daniel Casas.
Unos dos años atrás había desaparecido Stereo 1-95 FM, y Caracol Stereo era más una propuesta adulta contemporánea que cualquier otra cosa. También existía Radio Tequendama. Pero Radio Tequendama estaba en AM, y mi generación poco o nada quería saber de amplitudes moduladas.
Esta primera fase de la emisora estuvo comandada por el gran Armando Plata Camacho, y respaldada por figuras de trayectoria considerable como Camilo Pombo, el Dr. Rock, Hernán Orjuela, y otras más noveles aunque talentosas, del tipo Jorge Marín o Deysa Rayo; entre algunos más.
El experimento incluía una página completa en El Espectador –los viernes–, una programación ecléctica en donde se mezclaban los éxitos del pop latinoamericano con algunos nuevos sencillos del rock. El propósito era, según parecía, retornar al concepto del disc jockey ‘fabricante de éxitos’, y dotar a la radio de un dinamismo en el que se amalgamaran la experiencia y los nuevos valores del medio. Se invirtieron cerca de 500.000 dólares en el montaje del proyecto.
Cosa extraña, el formato pareció no funcionar. 88.9 era una costumbre afincada con arraigo de hiedra a los corazones de la bogotana juventud. Don Fulgencio, Carlota, Andrés Nieto, Hernando Romero Barliza, Tito López y –por absurdo que parezca– el mismísimo Alejandro Villalobos eran por entonces ídolos indestronables.
Así las cosas, Caracol Radio, optó por la más fácil de las vías. Desmantelar la planta de personal –aquel equipo ensoñación de 1988– de Súper Stereo, sonsacar uno a uno los talentos mediante ofertas imposibles de despreciar, y remedar con éstos la fórmula de comprobado éxito. Es una triste paradoja el pensar en la nula capacidad de riesgo de la que una firma con el poderío de la afamada cadena puede adolecer, pese a los gigantistas presupuestos.
Ver desfilar, como fichas de un triste dominó mediático, a cada una de las estrellas de 88, de camino a los 102.9, era dramático. Tito –tal vez el gran cerebro tras el reciente éxito de la Súper Estación– fue el primero en irse. Con él se marchó todo el séquito.
Hubo quienes nos enlistamos en el ala radical y dedicamos nuestros días a llamar, sistemáticamente a Radioactiva para espetar toda suerte de insultos a los ‘traidores radiales’. Hubo quienes no soportamos La Locomotora y rendimos nuestro incondicional e irracional apoyo al Zoológico de la Mañana, incluso en sus peores etapas.
Radioactiva se convirtió en un sistema nacional de emisoras, con frecuencias en todas las grandes ciudades de la topografía nacional. La mencionada Locomotora fue un éxito contundente y la gran responsable de mucho de lo que hoy es la radio actual. Pocos lo recuerdan.
Pero fue allí donde surgieron los primeros asomos del inimitable imitador que es Guillermo Díaz Salamanca. Era en la Locomotora en donde Julio Sánchez Cristo comenzó a comentar noticias. Fue Radioactiva el crisol para el surgimiento de interesantes figuras del panorama radial como Tuto Castro, Gabriel de las Casas, Juan Manuel Correal y algunos más, a los que de momento olvido.
¿Quién no recuerda los buenos días de Moure y De Francisco con su Tele en radio? Ahí por cierto obtuve una vez algún espurio premio como el estudiante universitario con mayor conocimiento sobre The Beatles en Colombia.
Por allá en 1997, tras la adquisición de la cadena de radio chilena Finísima por parte de Caracol, unos estudios de mercadeo apuntaron hacia el concepto de ‘planeta rock’. Se suponía que una estación dedicada por entero al minoritario ritmo gozaría de comprobadas posibilidades de éxito.
El asunto era discutible. Después de todo el ‘planeta rock’ tuvo poco de emisora especializada en el tema, y lo que es peor, el sistema de frecuencias Radioactivas fue desmantelándose, tras la implementación del concepto –que al final tan sólo añadió una ‘k’ entre la ‘c’ y la ‘t’– gradualmente hasta quedar reducido a una sola emisora, como al principio.
Antes de haber Gallo hubo Locomotora, antes de haber Correo de la Noche hubo A que no me duermo, antes de haber Rock 8, hubo Top 40 Radioactiva.
De ello hace 10 años. 10 años que a diario vienen siendo coreados con júbilo por los actuales herederos de la saga radioactivesca. El tema del decenio y del aniversario me resulta irrespetuoso. ¿Acaso Radioactiva fue fundada hace tan poco? ¿Acaso el mal llamado planeta rock borra con su propia existencia la gloriosa historia de la radioestación antes del surgimiento del fallido concepto?
Celebrar los 10 de Radioactiva equivale, en sus niveles de absurdidad y nula memoria a conmemorar los 7 años de la más reciente remodelación de Unicentro Bogotá, olvidando de manera deliberada y descarada que antes de ello hubo un Pedro Gómez, un Uniplay y un Casa Reines. Que Unicentro nació hace 30.
Los colombianos, amnésicos de profesión, ni siquiera osamos planteárnoslo. No me sorprende en una tierra tan desmemoriada.