Una de las más humanas tendencias de cuantas tendencias humanas hay es la de esconder verdades mediante conceptos laberínticos y oscuros. Ocurrió por ejemplo cuando se cambió el nombre de la mortal enfermedad UPAC por el de UVR, algo que en la práctica no surtió efecto benéfico alguno.
Se me antoja manido aquello de estar hablando de globalización, y evidentemente no soy Stiglitz, Chomsky o Tomlinson. Supongo de entrada que cualquier experto en el trillado tópico encontrará absurdas cuando no inútiles o ingenuas las siguientes consideraciones.
Pero hace poco menos que poco un amigo cercano me hizo pensar en la gran patraña reduccionista que puede ser aquel concepto de globalización tomado como única realidad posible en la orbe terrestre.
El concepto es simple y comprensible, al menos en principio. Los muros antes infranqueables entre países, estados, naciones y seres, ahora, gracias a una suerte de herramientas tecnológicas y a determinadas dinámicas de mercado e intercambio comercial, se han hecho de lona.
Nos es fácil establecer comunicación simultánea con algún paciente en Burkina Faso, Peruggia o La Paz. Bien podemos solicitar por vía domiciliaria las antes inexpugnables delicias de la cocina ‘internacional’. Y de poca dificultad es el establecer contacto inmediato con las más recientes sitcoms o los más afamados certámenes deportivos en Warner Channel o Fox Sports, si es que, por supuesto contamos con los suficientes fondos como para hacernos a un proveedor digno de televisión por cable.
Lejanos están los días en los que teníamos que aguardar por semanas enteras para tener preciso conocimiento acerca de las canciones más exitosas de la temporada en la Billboard.
Las galletas de higo, antes sólo disponibles en los ahora venidos a menos sanandresitos, abundan en casi todos los supermercados.
Si queremos soñar con un falso cosmopolitismo podemos dirigirnos a las inmediaciones del centro comercial Atlantis Plaza de Bogotá en donde encontraremos, concentradas en un solo espacio (antiestético por demás) las respectivas sedes de Tower Records y Hard Rock Café; y a unos pocos bloques, un par de sucursales de McDonald’s o de Friday’s.
No soy mamerto, repito una vez más. Pero si hubiera una palabra aún más adecuada para describir aquella mal llamada ‘globalización’ quizá esa sería una bastante más precisa ‘norteamericanización’, tendiente a suprimir a su paso el frágil cascarón de las vulnerables culturas locales.
Así, bajo la engañosa palabra se esconde una vedada homogeneización de los valores de la cultura a través de la imposición. Global es el cine de Hollywood. Global es desayunar con Corn Flakes de Kelloggs, o con pancakes y miel de maple. Globales se han hecho los tacos mexicanos por la fuerte presencia chicana en las urbes estadounidenses.
Global es José Gabriel queriendo ser Larry King; Pirry, pretendiendo ser la versión urbana del cazador de cocodrilos; o el ya mencionado Atlantis procurando transferir mediante groseras argucias arquitectónicas sin justificación los paisajes de La Florida a una ciudad cuya temperatura promedio no va más allá de los 14 grados centígrados
Pero las cuecas chilenas, la chicha suramericana o las polkas checas no lo son tanto. Y no lo son, porque de fondo, podríamos hablar de globalización sólo si ésta no estuviese condicionada por esa asimétrica unilateralidad que la caracteriza.
La palabra imperio se me antoja odiosa. Pero esos periódicos procesos de aculturación llegan al capricho de la potencia de turno, y consigo se llevan lo que somos, lo que fuimos, lo que creímos ser.