A diario, sin que se pueda hacer nada para detener su avance tiránico, inescrupulosos colombianos del común ejercen sus minúsculos poderes, provocando inmensos daños a sufridas víctimas.
Todo poder, al margen de sus alcances, goza de cierto grado de relatividad. Pero en esa medida, más allá de cuán minúsculo o inmenso sea, cada pequeño reducto de poderío trae consigo una carga de posible tiranía, según sus dimensiones.
No es igual ser Bill Gates a ser Luis Carlos Sarmiento; como tampoco lo es ser Postobón a The Coca-Cola Company; como tampoco lo es ser Álvaro Uribe a George Bush; como tampoco lo es ser Pirry al Cazador de Cocodrilos; como tampoco lo es ser el propietario de la miscelánea de Conchita al de Wal Mart. Pero cada uno, según sus alcances hace lo propio.
Ahora bien, el poder no es sólo cosa de Bill Gates, Álvaros Uribes, y Luis Carlos Sarmientos.
Agazapados en oficinas, edificios, calles, colegios y empresas menores, se esconden aquellas ladillas sociales que son los dueños de micropoderes.
Los hay en cualquier ramo de la actividad humana.
Con ello no quiero decir que todos los representantes de las profesiones a continuación citadas, las ejerzan con mezquindad, o que sus gremios sean en líneas generales conformados por seres deshonestos, autoritarios o crueles.
De hecho he sido bendecido con inmensas bondades por parte de secretarias, recepcionistas, vigilantes, tesoreros, técnicos en diversas disciplinas, porteros de bares y demás, y me duele que sus nobles oficios sea opacados por quienes con su diaria antipatía desdicen de ellos.
Así pues, este es, por decirlo de alguna forma, un ejercicio de análisis con respecto a quienes en muchas oportunidades han hecho sentir en sus respectivos campos, con todo su peso y a escalas inimaginables esa pequeña fortaleza infame de la que son dueños.
Si usted, amable lector, ha sido victimizado por alguno de estos dictatoriales seres en medio de una dolorosa cotidianidad, este texto le servirá para saber que su caso no es único, y que ese dolor ha sido desde tiempo atrás compartido por otros, en circunstancias tan o más dolorosas que la suya.
1. Secretarias y recepcionistas
‘No. Qué pena. El doctor no puede antenderlo. ¿Para qué sería?’
A consecuencia del grado de confianza del que se supone son depositarias por parte de sus jefes, creen ser las segundas al mando.
Como tales ejercen su tiranía en todo su esplendor. Se empeñan con furor de harpías en bloquear toda posibilidad de acceso al todopoderoso ejecutivo del que fungen como representantes e intermediarias.
Al responder nuestras plegarias telefónicas y luego de identificarnos con nombres y apellidos propios suelen preguntar, entre socarronas y odiosas ‘¿De dónde lo llama?’, interrogante éste que se constituye en un anticipo a un ‘En este momento está en una reunión’.
2. Vigilantes
‘Por mí fuera yo lo dejaba entrar, pero ¿no ve que yo sigo son órdenes?’
Son el obstáculo que precede a las secretarias en ese largo sendero burócrata que es el empresariado colombiano.
El portar consigo un uniforme les hace creer, quizá, que han sido bañados con una investidura especial, la que a su vez los convierte en miembros de una infranqueable legión de seguridad.
La indumentaria que les rodea, conformada por armas, radioteléfonos, cámaras y otros dispositivos de intercomunicación los dota de cierta suficiencia molesta. Tal certeza les hace sentir propietarios únicos del bien a resguardar.
Su misión parece ser no dejar ingresar a nadie al edificio a su cargo, no importa cuántas justificaciones sean esgrimidas en el estéril afán por vulnerar su virtual barrera.
3. Tesoreros
‘No. Su cheque no ha salido’
Encargados del pago de nóminas y de la cancelación de honorarios a proveedores y a otros súbditos del tinglado corporativo, tienen en sus manos la omnipotencia suficiente como para privarnos del más preciado bien de cuantos podamos ansiar. Se trata del dinero, peldaño más alto en la discutible escala de valores del mundo actual.
Entorpecen los procesos de pagaduría, consignaciones y demás. Dilatan hasta la desesperación los trámites que anteceden a la esquiva llegada de los rubros correspondientes. Y lo que es peor, mediante la aplicación de cargas impositivas, diezman nuestras ya menguadas arcas hasta niveles que frisan la pauperización.
Por lo general establecen los viernes en la tarde como días escogidos para la entrega de los títulos valores, impidiendo mediante tal política que las mencionadas cantidades sean hechas efectivas antes del fin de semana y neutralizando cualquier tentativa de reclamo. Su mantra profesional, al recibir llamadas inquiriendo por los venideros pagos responden, es aquel de “Llame por ‘ay’ en 15 días…”.
Enojarse ante su proceder equivale a un suicidio económico. Después de todo son ellos los que pagan.
4. Técnicos de empresas de servicios públicos
‘Eso se le demora’
Dueños de un saber poco común, gozan del nada despreciable poder de arrebatarnos o volvernos a conceder el acceso a aquellos bienes innecesarios, que a fuerza de ser cotidianos se nos han hecho indispensables.
Como modernos gladiadores urbanos están ataviados con overoles y botas, lo que les confiere cierto halo de magnificencia e intimidación.
La puntualidad no es una de sus virtudes. Llegan cuando les apetece, y disfrutan retrasando los procesos hasta el tedio.
‘Eso no se va a poder hoy’. ‘Hay que esperar hasta mañana’. ‘Eso se le demora’. ‘Es que no traje la herramienta para eso’. Todas ellas son sus frases de batalla.
5. Administradores de edificios y conjuntos residenciales
‘¿No ve que el reglamento del edificio no permite?’
La constante anarquía reinante en las unidades de vivienda contemporáneas fue el ideal caldo de cultivo para la proliferación de estos emperadores modernos, señores absolutos de salones comunales, zonas compartidas, ascensores y pasillos.
Son los encargados de frenar la realización de fiestas, mudanzas, reparaciones locativas y demás. Es por esto que los vigilantes se constituyen en sus más estratégicos y fieles aliados, y en eficaces informantes.
Tienen las llaves de acceso a la caja telefónica, a terrazas, y a espacios vedados.
Redactan encíclicas represivas que adhieren con presteza a las carteleras y ascensores. Se apropian de las edificaciones a su cargo y encuentran en los vigilantes a sus más incondicionales servidores.
6. Monitores de rutas escolares
‘¡Decomisado!’
Bien es sabido que el poder obnubila a quienes lo consiguen en forma prematura.
Embriagados por esa ambrosía engrandecedora, los monitores de los autobuses escolares han sido asignados para ejercer una autoridad policiva sobre los tripulantes de aquel microinfierno que es la ruta de colegio.
Son estudiantes de grados superiores, facultados para decomisar alimentos y reproductores de audio, asignar ubicaciones dentro del vehículo, pero sobre todo para arremeter con calvazos, reprimendas y castigos de todo jaez a quienes a su cargo están.
7. Porteros de bares
‘Es un evento privado’
Hombres atléticos doblados de cancerberos, son una peligrosa mezcla entre maitres de club social, fisiculturistas y escoltas mercenarios.
Bajo la premisa del ‘derecho de admisión reservado’ se atribuyen de la potestad absoluta para impedir o permitir el acceso a quienes ingenuos desean por instantes formar parte de esa elite festiva que son las tabernas, bares, discotecas y demás.
Lo más aborrecible de su actitud son sus tontas excusas: ‘Perdónenos, pero ya no queda cupo’, ‘es una fiesta sólo para invitados’ y el consabido ‘es un evento privado.
Caer dentro del grupo de parias lejanos a sus afectos es firmar la sentencia perpetua de no acceso.
8. Profesores frustrados
‘El que no me trabaje pierde el año’
Antagonistas de quienes ejercen su apostolado con vocación y amor, son por lo general individuos frustrados en sus respectivos campos laborales, que han encontrado en la docencia un medio de subsistencia a regañadientes.
Disfrutan endilgando molestos quehaceres a quienes han sido castigados con la desgracia de ser sus alumnos. Derivan un morbo enfermizo espetándo calificaciones indecorosas y obligando a quienes dentro del alumnado no se han mostrado favorecidos por sus preferencias, a concurrir durante sus periodos vacacionales a cursos remediales y habilitaciones.
La imposición del nuevo e incomprensible sistema de ‘logros’ y la implantación de novedosas forma de calificación no han sido antídoto suficiente como para erradicar esta perniciosa subespecie pedagógica.
9. Operarios, técnicos, maestros de obra, fontaneros, plomeros y ensambladores de computadores
‘Eso se le demora II’
Ante la postración que representa el ver cómo nuestros domicilios se ven afectados por el deterioro de tuberías, agrietamientos, obstrucciones en cañerías; o la forma como nuestros ordenadores dejan de funcionar por ‘fallas en el sistema’ o virus inoportunos, no logra avizorarse otra solución que acudir en busca de estos por lo general cruentos trabajadores.
Gozan hasta el paroxismo retrasando los procesos. Cierran los registros de agua, dejando a los hogares sumidos en una transitoria sequía. Desmantelan el orden cotidiano en los domicilios para abrir paso a su febril actividad. Confunden a sus clientes con terminologías técnicas inexpugnables y lenguajes imposibles de comprender por los ciudadanos rasos. Se solazan esbozando presupuestos imprecisos y mencionando repuestos y materiales desconocidos por la mayoría. Pero sobre todo… están convencidos de que de la demora en el correcto desarrollo de su labor depende la cuantía de su sustento.
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Por hoy digo adiós, pero estoy seguro de haber olvidado muchos otros poderes que pese a su minúscula condición pueden provocarnos gigantescos perjuicios.
Prometo en un futuro dedicar otro apartado a la causa de acuerdo con sugerencias.