Cuenta la ancestral leyenda que algún día, tras ser invocado por la sufrida caterva de chibchas desesperados, descendió vía arco iris desde los plomizos cielos sabaneros, quien se convertiría para siempre en su deidad mentora.

Era Bochica, según las descripciones un hombre de largo pelaje, barbas níveas, y ojos azul de Prusia. Era sabio como ninguno. Era el mejor de los educadores. Les transmitió las más exquisitas formas de orfebrería, las técnicas de elaboración para los más indecibles brebajes fermentados y alimentos a base de maíz, cubios, nabios y tubérculos varios, y les civilizó.

Cual Moisés atravesando el Mar Rojo, extendió su mágico bastón para dar a estas tierras esa poco accidentada topografía que aún hoy conservan, creando de paso el nacional emblema que es El Salto del Tequendama.

Ciertos osados historiadores han llegado a afirmar que el bueno de Bochica fue el primer europeo en visitar suelo muisca.

Este relato, cómico por cierto, y dotado de cierto tinte eurocentrista se constituye en el mito fundacional compartido por quienes aún hoy seguimos habitando el fértil altiplano cundiboyacense.

La verdad es que la herencia de este misterioso ser sigue todavía sintiéndose a lo largo y ancho de los otrora dominios del Zipa.

Por inexplicable que resulte, tal veneración hacia los foráneos ha seguido perpetuándose hasta alcanzar proporciones excesivas.

Quizá es por esto que determinados personajes, muy de seguro varados en sus respectivos suelos natales, suelen venir aquí con el objetivo de alcanzar, amparados en esta hospitalidad rayana en la idolatría, aquello que jamás conseguirían en lugar alguno.

Porque no me vengan a decir que si Kendon McDonald fuera oriundo de Cáqueza y no fuera Kendon, ni fuera McDonald, sino que llevara por nombre un modesto Nelson y por apellido un autóctono Chiripatecua, sería la figura de la gastronomía que hoy es.

¿O será que el señor Chiripatecua gozaría de las prebendas que hoy recibe con largueza, por cuenta de una jauría personal de adoratrices y pajes, ávidos de sofisticación y cosmopolitismo?

Tuvo que llegar el simpático escocés para que por primera vez se nos ocurriera que la cocina local tiene un valor más allá de los espontáneos expendios de fritanga, pelanga, bofe y demás.

Si acaso hubiese en nuestros medios impresos una periodista en su mediana edad, pretendida dueña de una absoluta independencia de pensamiento, y si su nombre fuera Circuncisión Chicuazuque Fetecua, y si hubiera nacido en Firavitova, ¿sería tan reputada y oída como Salud Hernández Mora, columnista madrileña?

La lista sería harto extensa. Me pregunto qué habría ocurrido si César Escola hubiese nacido en Choachí, y llevara por nombre Crescencio Bogoyá, o si Salvo Basile fuera Salvador Pataquiva, y su gentilicio fuera el de chinacotense.

Aparte de su carisma y su condición de extranjería, no creo que haya en Salvo Basile una condición superior como para haberlo convertido en aquello que hoy representa para el país. Tampoco me parece que César Escola sea un músico, presentador o actor excepcional. De hecho dudo que sea actor y presentador, y en cuanto a sus calidades musicales… Bueno…

Entonces… y para citar tan solo un ejemplo, más allá de la amargura destilada en cada uno de sus textos, no veo qué es aquello que faculta de manera especial a Salud Hernández para saetear al país entero con sus opiniones, al margen de cuán sensatas o insensatas sean.

Por otro lado no hay justificación de ningún tipo para prohibir a la señora Hernández su derecho legítimo a opinar como cualquier otra periodista acerca del TLC, del intercambio humanitario, de la reelección y demás problemas que aunque al fin de cuentas competen principalmente a los nacionales, terminan por involucrar al resto del planeta.

Pero tampoco existe razón para impedir que esa posición, que por derecho debería ser asignada a un colombiano, quede en manos de alguien para quien tales situaciones son bastante más nuevas que para quien las ha sufrido y vivido por la totalidad de sus días, y que, contrario a ella, no ha podido jamás abandonar suelo patrio por la dolorosa condición de parias a la que somos sometidas por naciones vecinas y lejanas. ¿Cuántos colombianos no querrían, al menos por una sola vez, una columna en el diario de mayor circulación en el país? ¿Alguno de quienes está leyenda lo ha intentado?

Otras veces, aunque muy pocas, no obstante, Salud tiene razón.

No está comprobado, pero me parece que Kendon McDonald ha roto las marcas de egolatría con cerca de 10 colaboraciones semanales en distintos medios, además de su vanidosa revista Crítica Ácida, en cuya más reciente edición hay más de tres textos con su firma. Aplaudo su decisión de adoptar la poco ambicionada nacionalidad colombiana. Pero excesos megalogastronómicos de ese tipo no pueden ser vistos con liviandad.

Por lo mismo, no quiero culpar al señor McDonald, ni a doña Salud, ni a César Escola, ni a Salvo Basile, ni a los mediocres actores centro y norteamericanos traídos al país como parte de las nada estratégicas alianzas entre Telemundo Internacional y RTI.

Mucho menos desearía incurrir en xenofobias, porque la historia ha demostrado que éstas son culpables de imperdonables genocidios y atrasos culturales que se apilan siglos, y porque de ahí surgieron pandemias de las que aún no nos hemos repuesto como el apartheid, el nazismo y otras tantas más.

Y aún menos, soy amigo de aquellas premisas nacionalistas del tipo: ‘No me den trago extranjero, que es caro y no sabe a bueno’.

Pero de seguro, desde los cielos, Bochica debe mirar con satisfacción la forma como aún sus discípulos siguen ungiendo a los foráneos con toda suerte de prebendas y favores con los que jamás se les ocurriría agasajar a los propios, alentando una especie de discriminación en nuestro propio territorio.

Con la notable excepción de Argentina, los países de donde provienen estos figurines internacionales han esgrimido la visa como odiosa medida de control para erradicar a los indeseables de sus predios.

¿O es que acaso Circuncisión Chicuazuque Fetecua, Nelson Chiripatecua, Crescencio Bogoyá o Salvador Piraquive son estrellas en tierras hispánicas, escocesas o italianas?