Todos los 8 de diciembre, con motivo del aniversario de la muerte de Lennon, quienes se dicen sus discípulos discípulos continúan oyendo y cantando las mismas canciones año, tras, año, tras década…
Hoy, que es 8 de diciembre, no voy a oír Imagine ni Woman. Ni voy a prender el radio para atender a las mismas palabras de homenaje pronunciadas  todos los años por Manolo Bellón o Diana Uribe. No voy a encender el televisor para ver qué están haciendo en Central Park, o en el Dakota, o en lo que alguna vez fuera La Caverna; ni voy a compadecer a Yoko Ono. No quiero hacer las mismas cosas hechas 27 veces distintas, desde 1980.
Y, que quede claro, no dejaré de hacerlo por lo poco importante que John Lennon me parezca, ni porque me resulte inoportuno recordar a quienes se fueron. Lo dejaré de hacer porque creo que si John Lennon o el Ché Guevara o Jim Morrison o Kurt Cobain o Jorge Eliécer Gaitán o Luis Carlos Galán, o el mismísimo Jesucristo, fueran más que los figurines que han querido crear a partir de sus cadáveres, su aporte a lo humano sería decididamente mayor.
Es irrespetuoso, oportunista y mediocre el suponer que los Doors fueron tan sólo la sobreexplotada y sobreestimada figura de Adonis de Morrison. También lo es el creer que el Ché no es más que esa permanente fuente de ingresos para fábricas piratas de afiches y camisetas, o que Jesucristo es esa famélica figura carente de significado y adherida a un crucifijo.
Si esa triste mayoría de discípulos vulgares de Gaitán, Jesucristo, Morrison o Lennon se detuvieran por un instante a hacer algo distinto a repetir cual aves parlantes las trasnochadas consignas de ‘People are strange’, ‘Abajo el imperialismo yanqui’ o ‘Amaos los unos a los otros’ y se detuvieran por una fracción de vida a examinar el significado de esas frases rezadas sin espíritu alguno de reflexión, algo en el mundo cambiaría, creo. Son lecciones más complejas. Son menos que refranes de adolescente anarquista.
Por eso, hoy, que es 8 de diciembre, voy a resguardarme, como aquel nowhereman que él fue, que él quiso ser, sin mayor ceremonia.