Pese a lo mucho que pueda alegrarnos, la visita de de los ‘merengues’ al país dejó en claro lo poco que hemos avanzado en materia de complejo Bochica.
Después de ver a nuestro señor Presidente de la República engalanando los cuellos de cada uno de los jugadores, directivos, aguateros y cuerpo técnico del Real Madrid, de visita por unas horas en el país, con la veintena de condecoraciones del caso, comencé a pensar en una eventual situación inversa.
Imaginé al Independiente Santa Fe –aunque igual habría podido hacerlo con el Cali, Millonarios, La Equidad, Pereira o Boyacá Chicó- de gira por el mundo. Imaginé a los miembros de las escuadras albirroja, albiazul, matecaña o motilona solicitando sus visados para viajar a suelo ibérico y a los funcionarios consulares negándoselos.
Imaginé a los restantes representantes de la nómina cardenal arribando a Barajas y a los oficiales de Inmigración despojándolos de sus malolientes prendas interiores, y escudriñando entre los intersticios más privados de su pobre, sudaca y colombiana intimidad, en busca de algún cargamento de estupefacientes. Pensé entonces en la improbable reciprocidad de las cosas.
Pues sí. Así fue. En una exhibición más de provincialismo, tercermundismo y de lambonería (no quise decirlo en esa forma, pero a veces la falta de sinónimos obliga al uso de adjetivaciones extremas y dolorosas), acabamos de dar una prueba más de lo poco que hemos evolucionado en materia de complejo Bochica.
La visita del Real a Colombia paralizó a buena parte del país, ameritó un seguimiento de infiltrados por parte de la prensa, y se constituyó según muchos en el evento deportivo del año. A mí el asunto me produjo cierto pudor vergonzante. Una reconquista en el más precario sentido del término. JetSet movió fotógrafos, productores y periodistas para dar seguimiento al hecho y mostrar con orgullo al curioso y arribista país la cantidad de famosos presentes en las graderías comiendo adiposas raciones chicharrón con arepa y grasientos palitos de queso.
Las cuñas radiales lo coreaban, como si se tratase de un hecho imposible de creer: Es real. Los más emotivos se refirieron a esta como la visita más importante al fútbol colombiano en 49 años. De ser así, sería un reflejo más de la postración y la pobreza cultural y deportiva en la que hemos vividos sumidos desde hace ya demasiado tiempo. Sinceras, algunas crónicas admitían que un buen número de jugadores del onceno galáctico no tenían siquiera claridad acerca de la ubicación cardinal de Colombia en el mapamundi.
Lo leí en El Tiempo. Los operativos de seguridad para proteger al elenco de estrellas de las turbas de fanáticos aguardando por verlos recordaban a los intentos por evadir a las chusmas gritonas que se aglomeraban frente a los cuatro de Liverpool en tiempos de la Beatlemanía.
Un autobús de la firma Expreso Bolivariano condujo a los 15 futbolistas hasta la desapacible Zona Rosa bogotana, para alojarnos en el Sofitel. Tres jovencitas, a cual más tercermundistas gritaban histéricas halagos alusivos a las piernas de Van Nistelrooij, al rostro de de Raúl o a lo ‘hembro’ que era Guti.
Periódicos, televisoras y radiodifusoras lo documentaron  con lujo de detalles. En la crónica sobre el asunto entrecomillaban la palabra ‘dioses’ a la vez que hablaban de los deseos de mortal expresados por uno de los miembros del Olimpo hispánico, al demostrar ser de carne y hueso pidiendo un café en el Juan Valdez en medio de un escuadrón de miembros de la Fuerza Pública, fanáticos histéricos y periodistas en busca de justificar sus salarios.
Los encargados del tránsito hacían llegar comunicados frecuentes alertando a la ciudadanía capitalina acerca de los embotellamientos ocasionados por cuenta del ya reseñado provincialismo criollo. Un jovenzuelo de 21 años correteó el bus bolivariano-madrileño en busca de una rúbrica de Raúl sin recibir su inmerecida recompensa.
A don Bob, el pobre del conductor del vehículo, Robinho, que como la mayoría de los residentes en España suele creer que todo cuanto se hace en Colombia es salsa, le pidió una dosis de esa música. Desesperado comenzó a hurgar en la guantera en busca de discos compactos, hasta llegar al borde de la intranquilidad y el desconsuelo al no hallarlos con prontitud. Sentía que era la carrera de su vida. Y así lo coreó Jimmy Montes, cronista del periódico, al hablar del recorrido más rápido de autobús en los 470 años de historia de la ciudad. Como si Gonzalo Jiménez de Quesada o Rafael Pombo se hubieran desplazado en colectivo.
La prensa, que al final despojó de trascendencia a la derrota sufrida por los santafereños, porque después de todo lo importante era que semejantes deidades del balón hubieran tocado suelo colombiano, centró su interés en la reunión entre el Primer Mandatario y los miembros de la escuadra merengue, con el meritorio aunque populista hecho de la fundación auspiciada por el equipo de una escuela de fútbol en el país. El festejo en Andrés Carne de Res no podría haber faltado.
Ahora bien. Una cosa es la satisfacción natural que debe acompañarnos al ver desfilar por la grama de nuestros escenarios a verdaderas figuras del deporte internacional. Pero otra, y bien diferente, es el de dar connotaciones diplomáticas de relevancia al asunto.
No es que me moleste el que Colombia entera y en particular los cientos de miles de seguidores del club Independiente Santa Fe y del que es considerado el mejor equipo futbolístico del mundo se hayan deleitado con la visita a suelo patrio del legendario Real Madrid. Por el bien del espectáculo, de nuestra cultura balompédica, y de las aporreadas arcas de nuestros clubes de fútbol, soy y seré partidario de la aún lejana posibilidad de ver al Ajax o al Liverpool en El Campín, o en el Metropolitano, o en el Manuel Murillo Toro.
Pero el despliegue diplomático, mediático y policial que este evento trajo consigo, es, como lo dije, una señal inequívoca del complejo de inferioridad del que sin duda seguimos padeciendo. ¿O si el Real Madrid fuese en gira hasta Pescara, diminuta ciudad italiana, habrían sacado el carro de bomberos y habrían paralizado las actividades regulares de la ciudad para hacerlos sentir bienvenidos?
Por ahí una empresa de televisión por cable cubrió al día siguiente los carteles publicitarios del partido con un mensaje que decía algo así como “si ese es su único contacto con la liga española suscríbase a DirecTV”. Creo que tenía razón.