En un país rebosante de pujanza, recursividad y oportunismos a granel no es extraño que disqueras, editoriales y demás industrias productoras de cultura hayan hecho del terrorismo, el secuestro y el conflicto su temática predilecta.

«Lo mejor que podría sucederme
es que las Farc me secuestraran.
Así el país se acordaría de mí
y volverían a comprarme mis discos».

Palabras reales de un músico olvidado, quien por ahora
solicitó permanecer en el mismo anonimato en el que anda sumido en virtud de *
la desgracia de vivir en una patria olvidadiza, y miembro de número de la Fundación País Liebre.

 

Según parece el publicar testimonios de ex secuestrados, biografías de paramilitares, crónicas de proxenetismo y biografías noveladas acerca de intimidades sexuales de gran jaez se ha convertido en una de las actividades en las que nuestra tambaleante industria cultural, siempre a los bandazos, ha encontrado mayor número de réditos.

El caso del apadrinamiento a un naciente talento ofertado por el popular Juan Manuel Correal -‘Papuchis’ para sus desconocidos-, quien bien supo anunciarle al soldado William Giovanni Domínguez su intención de lanzar la canción norteña escrita por él en homenaje a los rehenes del país, es uno entre los incontables botones que conforman la penosa muestra.

Supongo que el llanto afloró en las cuencas de los ojos de varios televidentes sugestionables, y que el asunto fue aplaudido por las muchedumbres, ávidas de tener cosas con qué conmoverse.

Por espantosa que la canción haya sido no vamos a sumirnos en honduras y juicios estéticos. Dejémoslo en que Domínguez -quien aparte de las desafinaciones y los tecnicismos estéticos, que al final no importan, pues otros personajes con talentos musicales aún menos prolijos han llegado lejos en la constelación de estrellas locales-, está enviando a su manera su propia voz de apoyo a quienes combaten de su lado y que hoy están en desgracia. Y que lo hace de buena fe.

Lo mortificante es que ante tales expresiones espontáneas de sentimentalismo no falten los oportunistas que cual gallinazos comienzan a planear sobre los cadáveres insepultos.

Desde los lejanos e inocentes días del ‘rap ecológico’ de Luna Verde «Ay qué calor, qué calor» estaba claro que saber sintonizarse con el dolor de las muchedumbres en materia de canción social tiene ventajas considerables. De hecho, es poco lo que el país ha cambiado de entonces al día de hoy, cuando ya la Operación Jaque ha servido de inspiración y lucro a unos cuantos.

Recuerdo al país entero embelesado con el diario de cautiverio de la señorita Leslie Kálli, a quien he visto por ahí en la bandera de alguna de las publicaciones del grupo Semana y por cuyo bienestar ruego. Más tiempo se tardó ella en descender del avión que la editorial en comprar los derechos de su historia.

Y más se tardó el libro en aparecer que los medios en exaltarla como emblema de nuestras nuevas juventudes y en promoverla como la futura Ana Frank criolla. No fue su culpa. Supongo que aparte de movilizar miríadas de ciudadanos, los crímenes de lesa humanidad gozan además de la facultad mágica de poner a girar las rotativas, a la vez que hectolitros de tinta van manchando el papel con su negra y a veces mentirosa perorata.

Las cosas siguen como en 2000. El ya no muy actual listado de los libros más vendidos del año que terminó, comentado por Nicolás Morales en su columna de Arcadia, y acotado inteligentemente por Martín Gómez en su Ojo Fisgón, demuestra que los libros más apetecidos por la generalidad de lectores en Colombia se refieren a temáticas como secuestro, narcotráfico, violencia, o en el más ideal de los casos a las tres.

Así fue. «El cartel de los sapos», de Andrés López (Planeta), «Mi fuga hacia la libertad», de John Pinchao (Planeta), y «Siete años secuestrados por las Farc», de Luis Eduardo Pérez (Aguilar), se repartieron el podio con cinco semanas punteando la lista para cada uno. «El trapecista», de Fernando Araújo (Planeta) fue otro de los beneficiados por el favoritismo colectivo.

Algo semejante sucede en la televisión, en donde las adaptaciones de historias sobre narcotráfico y terrorismo, siguen imperando en el oscuro mundo del rating. «El cartel» es tal vez el mejor ejemplo. Aunque, por ejemplo, no he visto «Sin tetas no hay paraíso», la sola mención del asunto ya me resulta saturadora.

El hecho es que la violencia y el delito, o por lo menos el posar de dolientes ante los mismos, son una buena fuente de lucro, y no sólo para los delincuentes. Venden. Y venden muy bien. Así Natalia París se hubiera enojado con quienes la acusaron de ‘prepago’, y así los afectados se armen de tutelas y argumentos en su defensa.

Sintonizado con las sensibilidades e intereses del asunto, algunos personajes del tipo Gustavo Bolívar han extraído el debido -y en ocasiones indebido: eso estará en la conciencia o en la inconsciencia de cada uno- provecho de la situación.

Sensato, Gómez llama la atención sobre el excesivo protagonismo otorgado por la Casa Editorial El Tiempo a las obras de Planeta, que bien anota él, cuentan desde 2007 con una participación accionaria cercana al 50% de la firma. Tener al tiempo y al planeta en su favor es algo que nadie puede permitirse el lujo de despreciar. ¿O sí?

Según un sabio pronóstico del señor Juan Pablo Plata, uno de los luchadores de alma por la literatura en el país, a Planeta le habrá de ir muy bien al lanzar, según sus palabras, «de a libro por secuestrado».

Lo mismo, aunque ya no desde la óptica de las víctimas lo hizo Oveja Negra con Carlos Castaño y ‘su confesión’. Y no creo que hubieran sido pocas las ofertas si Tirofijo hubiera querido iniciar un escenario de negociación con alguna editorial.

Por eso, y aunque de seguro las injurias, insultos e imprecaciones lloverán en mi nombre, no me resulta del todo insensato el que algunos creadores ignorados como el de la cita comiencen a ver en el secuestro una forma de emerger del fango en el que el ostracismo y el desconocimiento público los han sumido. Es una actitud desesperada y extrema a, similar a la de quienes toman alguna entidad ineficiente por la fuerza armados con una granada, en espera de encontrar atención.

Con lo de los libros, largometrajes, canciones y seriados dirán otros que se trata de un ahondar autocrítico en nuestras problemáticas de siempre, que en cualquier caso resulta un tanto más sano y liberador que el regreso a los tiempos en los que «Ahora soy libre», de Álvaro Gómez Hurtado (cerebro excepcional aunque un tanto puritano), fue censurado en el marco de alguna Feria del Libro; o cuando los implicados en las historias de la ya clásica «Mala hora» o los afectados por «Cuando quiero llorar no lloro» pidieron retirarlos del aire.

Sólo como referencia, menciono a otras obras en esta misma línea, tales como «Bitácora desde el cautiverio» del ex ministro de Defensa Gilberto Echeverry, muerto en Cautiverio (de Eafit), «Diario de un gobernador secuestrado» de Yolanda Pinto, viuda de gobernador Guillermo Gaviria (Número), «Cartas a mamá desde el infierno» (Grijalbo), la correspondencia cruzada entre Sor Ingrid e hijos durante el cautiverio, y «Diario de mi cautiverio», de María Carolina Rodríguez (Norma).

La saturación es un tanto evidente y ya va empobreciendo un tanto las colecciones disponibles y la oferta en materia de seriados de televisión. Ya comienzan a hacer lo propio en el ámbito musical, con Juanes convertido en héroe nacional indiscutible, y con un sector radicalizado de la opinión en su favor. Medio país le agradece haber escrito canciones que sin duda consolarán las noches de vigilia experimentadas por quienes en medio de este conflicto en el que nadie cede, han sido sometidos por esa abominación que es el secuestro.

Pese a ello los realities siguen funcionando, y la proliferación un tanto descarada de presuntas «stand ups» que de éstas no tienen nada, demuestra que en cuestión de consumo no siempre la variedad es nuestra predilección.

¿Por qué no intentarlo esta vez con lo norteño? Desde el más pragmático de los puntos de vista el asunto obedece a lo que llamarían los expertos en mercadeo algo así como una «curva oferta y demanda». Una curva descendente en términos de calidad, claro.

El país clama por oír hablar sobre sí mismo y sobre sus defectos. Las editoriales responden a esa necesidad con un arsenal de publicaciones al respecto, para no dejar dudas. Los ex secuestrados autores venden y de paso media nación siente que su morbo y su deseo de sentirse piadosos están encontrando su lugar. A mí parecer, sin embargo, es un poco frustrante que las obras de ficción hayan perdido terreno en un mundo plagado de fórmulas y de tendencias a la repetición imitativa.

Como una corroboración del postulado anterior, Felipe Ossa, reconocido librero de la Librería Nacional admitió a la revista Cambio que el éxito de este tipo de publicaciones no sólo se debía a su contenido sino «a la solidaridad de los colombianos con esas víctimas».

No voy a replicar las palabras que sirvieron de epígrafe al presente texto porque la soberbia es uno de los defectos más mal vistos y peor castigados. Y no me gustaría verme a mí mismo ni a nadie secuestrado. Y porque incluso con las ventas anticipadas de mi crónica sobre mi plagio como garante, soy adepto al agua caliente y al libre desplazamiento. Y poco amigo de las cadenas.

Pero aquí estamos, con Juanes convertido en ‘actor político’ de relevancia, embriagado de alabanzas y laureles orquestados por la acertada intuición comercial de su manejador, Fernán Martínez, y aplaudidas por revistas y periódicos. Con las librerías cuajadas de centenares de volúmenes consagrados a tan importantes asuntos. Con las bocas abiertas de sorpresa por tener en nuestras filas a unos artista, a unos libretistas, a unos escritores y a unos ex secuestrados tan inteligentes, creativos y conscientes.

Con nuestras editoriales, disqueras y productoras de televisión buscando ex rehenes y narcotraficantes arrepentidos para contarnos sus historias. Y con varios cientos de miles de lectores ávidos de oírlas.

Terminaré entonces con un Post Scriptum positivo:

«Ayer era uno
y hoy soy otro».

Versos compuestos por el soldado
William Giovanni Domínguez,
muy cerca de convertirse en estrella de la música norteña,
a raíz de su secuestro.

Quienes quieran leer los comentarios de Martín Gómez pueden hacerlo aquí…

Quienes quieran leer el texto de Nicolás Morales pueden hacerlo aquí…

Quienes quieran oír el ‘demo’ de William Giovanni Domínguez, pueden hacerlo aquí…


Andrés Ospina
andres@elblogotazo.com
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