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Homenaje de El Blogotazo a aquel gran payaso, cuya muerte resultó opacada por la de otro famoso.

Si yo hubiera sido Bebé, y la providencia divina me hubiese conferido el envidiable derecho a saber lo que iba a ocurrir una vez mi alma partiera desde la Tierra en camino a la eternidad, me habría marchado muy triste.

Y no lo digo por aquel sentimiento mixto de alegría y frustración que debe provocar el saberse responsable de haber hecho desternillar de risa a durante tantos años a un país entero, pero de estar degustando a la vez, ya enfermo, cansado, envejecido y refugiado en algún hogar de caridad, el mal sabor del olvido.

Lo digo porque, al menos después de muerto, Bebé habría merecido todo un día de prensa para él solo, situación que por desgracia no ocurrió, gracias al impertinente y atravesado fallecimiento el mismo día del maestro Rafael Escalona. Una de las cosas tristes de la vida es que no nos es dado escoger la fecha en que llegamos ni aquella en la que nos vamos. Y eso nos lleva a morirnos en fechas inadecuadas.

A Escalona, figura prominente de nuestro vallenato, cuya vida realista-mágica fue llevada en los 90 a la televisión y cuyas composiciones habrán de seguir sonando ab aeternum, ya le había correspondido su propia y merecida dosis de gloria, y no tiene grado alguno de culpa por haberse muerto el mismo día del también legendario payaso. Pero no deja de ser triste el ver la relación de 80 contra 20 en lo tocante a los tributos póstumos. Así las cosas, la evidente descompensación entre el despliegue de homenajes tributados a uno y otro demuestran que incluso entre los finados la fama cuenta.

Yo, que soy admirador de Escalona, he optado por dejar que sean los demás quienes sigan hablando hasta la náusea acerca de su magistral carrera. Que sigan haciendo partícipe a la humanidad entera mediante su ‘status’ de Facebook, de aquellos clichés refraniles del tipo «Maestro… ya le estás haciendo compañía a Jaime Molina», «Oye, Colombia, te vas a quedar muy sola» ó «Rafael… por fin llegaste a tu casa en el aire».

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Con todo y eso, si es que hay algo así parecido a un más allá, y si yo fuera Bebé y estuviera mirando hacia el país desde el Cielo, estaría preguntándome por qué lamentable razón el destino tuvo que decidirse a llevarnos a Escalona y a mí el mismo día.

Ahora me supongo lo triste que sería para los de mi generación morir el mismo día que Juanes, Juan Pablo Montoya o Shakira. Concluyo entonces que si mi existencia en el mundo fuera medianamente relevante de seguro viviría angustiado porque el día en que me vaya no se me atravesara alguien más importante que yo a arrebatarme protagonismo.

Hoy, y por lo que quede de esta semana habré de pensar en Luis Miguel Noya Sanmartín. En el hijo de ese empresario cirquero chileno que alguna vez en los 40 habría de venir a Bogotá como uno de los miembros del circo Royal Dumbar, cuyo nombre de pila nadie recuerda, pero que aún hoy sigue atrapado en nuestras memorias de infancia bajo aquel remoquete de Pernito. En el hermano de Tuerquita y alguna vez compañero de Tribilín y Miky. En ese gigantón regordete de chistes simples de harina, baldados de agua, y pasteles arrojados en la cara de Pacheco. En el amante de Leo. El mismo hombre con su otrora voluminoso cuerpo reducido a la mitad de su peso y sometido a dos diálisis diarias.

Después de haber visto a Bebé, a su padre y a una buena cantidad de amigos perecer por la misma causa, y a la medicina aún doblegada ante la diabetes, sigo preguntándome si algún día habrá de ser posible contrarrestar aquella especie de sino trágico que rodea a quienes padecen tamaña enfermedad.

Ahora pienso en Animalandia. Con sus espléndidos patrocinios de zapatos Simanplas, su gigantesco bolígrafo Kilométrico engrasado, su presentador Fernando González Pacheco transmitiendo desde Sears o Inravisión en medio de una proverbial resaca, y en aquel inmenso búho de Gegar Televisión vigilando silencioso. Y luego me quejo de la imposibilidad de ver un programa de semejantes calidades colado en las actuales parrillas de programación de nuestros actuales canales de televisión y compitiendo con mediocridades rampantes y oportunistas del tipo Inversiones el ABC.

Porque de Bebé supimos por la televisión. Y de alguna forma, cuando por alguna razón él dejó de aparecer ahí, algunos, incluido yo, lo creímos muerto. Por ahí en 1986 me lo volvía a encontrar en algún programa de la franja de televisión educativa y cultural llamado Fantasía.

Tras su salida de Animalandia, según se dice propiciada por el advenimiento de una nueva generación de payasos y magos (entre los que recuerdo a Miky y a Fabriani) y de un Animalandia reestructurado, esta vez bajo la tutela de Álvaro Ruíz y de los Gegar Kennels de Germán García y García, alguna vez anciano esposo y mecenas de Edna Rocío, Bebé anduvo por Perú, Ecuador y por casi toda Colombia con su circo.

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Algo de aquella ambigüedad circense entre el drama y la comedia eterna que representa el hacer las veces de payaso sigue pareciéndome mágico. Algo de las carpas y el aserrín y la vida trashumante del artista de circo, del clown, y de su rostro maquillado, escondiendo sus tristezas detrás de pigmentos, pantalones a cuadros y overoles gigantescos aún me resulta deseable.

Hoy, 14 de mayo de 2009, después de más de 24 horas de saberlo muerto. Después de haberme reído al verlo hace tantos años, cuando aún había de qué reírse. Después de haber corroborado que pese a que yo no lo sabía él aún estaba vivo, he optado por recordar a Bebé sin lástima. No como aquel comediante en retiro, confinado en sus últimos años a los corredores del Hogar de Ancianos La Cosa Nostra del barrio El Carmen, y en este momento velado en la Funeraria Fatima, sino como aquel hombre-niño, robusto y bonachón que tantas veces nos divirtió.

Así, de uno en uno, se han ido y se seguirán yendo aquellos seres con los que crecimos. Perdidos en alguna parte de nuestra memoria. Consignados en el recuerdo de quienes aún creemos que el pasado sirve de algo.

A continuación un fragmento del corto, aunque interesante homenaje de Caracol Noticias a Bebé

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