Recuento simple y doloroso acerca de las miserablezas con las que pagadores, contadores, recepcionistas y secretarias suelen castigar al trabajador independiente.

El efecto cuenta de cobro aflige sobre todo a los trabajadores independientes y a los ‘freelancers’ de profesión.

Suele por tanto ser ajeno a los hábitos y a las experiencias cotidianas de quienes, por voluntad, suerte, desesperación, o por algún grado de consentimiento del esclavismo, se han hecho a un contrato laboral a término indefinido.

Debido a ello el efecto cuenta de cobro es en la mayoría de los casos ajeno a aquellos a quienes con o sin puntualidad (pero al fin de cuentas temprano o tarde) les suele ser consignada una cantidad determinada de dinero en su respectiva cuenta de ahorros, y a los que, por lo tanto, les resulta más familiar el también penoso efecto ‘pago de nómina’ y ‘revisión telefónica del saldo’, del que El Blogotazo aspira a hablar en una futura ocasión.

El efecto cuenta de cobro y su impacto sólo pueden en consecuencia ser entendidos en su compleja y lamentable dimensión por quienes lo han padecido en alma, cuerpo y bolsillo propios.

No obstante, la sintomatología y las frases ya reconocidas de antaño por quienes han sufrido los rigores del efecto cuenta de cobro son de fácil e inmediata identificación para cualquiera.

Ayer aquello a lo que desde mi propia experiencia muchos como yo han vivido infinidad de veces pudo por fin ser verbalizado por alguien. Ese alguien es el bueno de Gonzalo Valderrama, a cuya memoria deberá alguna vez erigirse un monumento, no sólo por haber sido pionero en lo suyo, sino por tratarse del primer ser humano que, hasta donde entiendo, ha conseguido dar su debido nombre al efecto cuenta de cobro.

En las líneas que siguen habremos de entender por ‘efecto cuenta de cobro’ a la cadena de acontecimientos y fenómenos subyacentes a la condición desfavorable soportada por los trabajadores independientes, una vez estos quedan a merced del departamento jurídico o contable de alguna empresa.

Nos referimos a ese instante en que, con cierta especie de ansiedad contenida, éstos llegan a comprender que su supervivencia, entendida en términos del pago de la renta, cuentas de servicios públicos o transporte, terminan en manos de la decisión arbitraria de algún contador, de la firma caprichosa de algún cheque, o de la voluntad a destiempo de algún mando medio. También aludimos, por supuesto, a la alegría indecible y tardía que es por fin ver el fruto de su trabajo reflejado en unos pocos billetes recibidos de manos del cajero del banco, después de haber hecho fila por 45 minutos.

Cuando todo esto se sucede en una especie de macabra cadena, entonces estamos hablando con certeza de algún caso más en donde el efecto cuenta de cobro está involucrado.

Por alguna razón el efecto cuenta de cobro, como la mayoría de las cosas malas, tiene la propiedad de afectar particularmente a los más pobres y a la clase media. A los últimos eslabones en la extensa cadena de individuos que a la fuerza se van sumando al perverso engranaje laboral.

En concordancia, y para citar solamente un ejemplo, el efecto cuenta de cobro no suele perjudicar a las grandes productoras de televisión ni a las acaudaladas agencias de publicidad.

Como si se tratara de un cruel organismo vivo empeñado en obstaculizar la vida de los más débiles, en casos como los anteriores el efecto cuenta de cobro se ensaña contra quienes, por honorarios miserables, suelen ser contratados a quemarropa por estos conglomerados gigantistas del mundo empresarial.

El efecto cuenta de cobro perjudica entonces preferencialmente al ilustrador, al fotógrafo o al traductor a sueldo, pero raras veces al gerente, al ‘project manager’ o al presidente.

Puesto que aún después de señalado todo lo anterior sigue quedando en el ambiente la sensación de que las definiciones anteriores previas de poco, y de que no hay discurso capaz de explicar el verdadero significado encerrado en una palabra o un término de pocas letras. Y dado que al final no parece haber otro recurso por esgrimir distinto a la ejemplificación, el departamento pedagógico de El Blogotazo acudirá a ciertas frases que, sin duda, habrán de ser más dicientes e ilustrativas que cualquier definición enciclopédica.

Así pues, y una vez más, aquí van las sentencias y sus correspondientes explicaciones en orden de causalidad…

1. ¿Ya salió mi cheque?

Es la clásica pregunta telefónica del trabajador independiente de profesión, cuya respuesta ya es recitada de memoria por secretarias y recepcionistas.

Lo que comienza como una solicitud tímida, asustadiza, desenfadada y paciente venida de los labios temblorosos del implicado, va con los días convirtiéndose en una firme exigencia.

Ya con el transcurso de algunas semanas o meses la relación entre los interlocutores a distancia va tomando el cariz de mutuo aborrecimiento, hasta que, semanas después y ya por causa de la desesperación provocada por la dilación en los pagos, se convierte en enemistad.

2. Llame por ay en 15 días (sic)

La estrategia de desmoralización de las empresas, ejercida con pericia y mezquindad por secretarias y demás encargados de pagadurías, es la de desanimar al cobrador, para así rebajar la condición de sus legítimos honorarios a la de limosnas. O a la de algún favor de grueso calibre por el que éste debe considerarse agradecido y bien servido si es que alguna vez se hace efectivo.

Podría decirse 20, 30, ó 40, pero cierta especie de halo cabalístico parece rodear al número 15.

Al cabo de 15 días, el plazo se refrendará de nuevo y en sucesivas oportunidades por un lapso idéntico.

3. El viernes de 3 a 5

El anterior procedimiento suele ser acompañado de otro, no menos desagradable e irrespetuoso, de reducir los rangos horarios en los que se pueda entregar información acerca de las acreencias o en los que se deba ir por fin a recogerlas.

Así las empresas suelen disminuir eficazmente la cantidad de horas en las que habrán de recibir llamadas de este tipo, y al mismo quitan tiempo al sufrido cobrador, quien, en semejante momento tan convulsionado de la semana y ya en la víspera del sábado, terminará por dar espera al asunto hasta el viernes siguiente, en lo que se convierte en una concatenación interminable de padecimientos, ruegos y frustraciones.

4. El señor que firma no vino hoy (la variable anterior puede reemplazarse por «salió más temprano», «está en licencia», «está enfermo» o «renunció»)

Con el fin de poner la responsabilidad en cabeza de un ausente y de diezmar al máximo las oportunidades de tener a quién reclamarle, muchas secretarias, contadores y otros empleados avezados en materia de evadir los pagos y alentados por sus jefes han hecho de este su pretexto predilecto.

Por alguna razón que aún nadie ha podido explicar ni comprobar, usualmente el personaje ausente hacia el que éstas consiguen volcar toda la ira del interlocutor acostumbra llevar algún nombre de caballero cincuentón cascarrabias parecido a Don Ignacio, Don Libardo o el señor Pachón. Del mismo espíritu están los pretextos del tipo: «No. Margarita ya no trabaja aquí. Ahora eso es con Gladys. Pero Gladys está incapacitada». Ni Margarita, ni don Libardo, ni el señor Pachón, ni don Ignacio ni Gladys contestan jamás su extensión.

Es fundamental hacer énfasis en que en la mayoría de los casos estos vicios empresariales son propiciados por las órdenes de superiores, y que casi siempre los contadores, secretarias y recepcionistas son otras víctimas más de su tacañería.

5. Su cheque ya está, pero no lo han firmado

El alivio moderado que genera el oír aquella consabida mentira de que el título valor ya está ‘casi listo’, no es otra cosa que un mal paliativo para el dolor intenso que en la práctica provoca el entender que aunque ya elaborado, hay una rúbrica (generalmente de puño y letra de Don Ignacio, de Don Libardo o del señor Pachón) que aún no ha sido dibujada en su superficie inferior del documento, y que sin ésta el cheque es lo mismo que nada.

Uno de los procedimientos curiosos de rutina de estos evasores profesionales de responsabilidades es dotar al cheque de cualidades autónomas y humanas.

No es común oír a nadie admitir, como cierto sería, que «no hemos hecho su cheque», o que «no lo tenemos listo». Las argumentaciones siempre van en el tono de «el cheque no ha salido» o «no está listo». Semejante estrategia dialéctica, en apariencia carente de importancia, es toda una táctica de antropomorfización corporativa.

6. Hay un problema con las transferencias

Peor que trasladar la culpa a seres vivientes es el de hacerlo con máquinas o las fechas.

Quienes endilgan la culpa por su mediocridad al ‘sistema’ o a cualquier otro obstáculo tecnológico están sin duda entre las más despreciables bestias del tinglado corporativo.

7. La cuenta no ha sido aprobada por Jurídica

Peores que los impedimentos fijados por Don Ignacio, por Don Libardo o por el señor Pachón están aquellos establecidos por las oficinas jurídicas en donde un bufete de leguleyos incompetentes parece haberse especializado en el cruel arte de hacer cuanto esté en sus manos para detener el libre trámite de los pagos en cuestión.

Así las cosas, parapetados en las leyes del fisco y la normatividad vigente, son muchas las posibles trabas ya utilizadas de memoria por los equipos jurídicos de las empresas con el fin de hacer más difícil la vida a quienes han sido castigados por la vida encontrándoselos. Ello está relacionado en forma directa con los pretextos relacionados en el punto siguiente.

8. Los pretextos de rutina

«Falta la póliza de cumplimiento». «Falta el pago de la planilla de pensión y salud». «Para poder bajar las cuentas tienen éstas tiene que haber sido firmadas y autorizadas por Don Libardo y por el señor Pachón, y para estar del todo seguros, por don Ignacio, también». «Su RUT no aparece». «Eran tres copias firmadas y usted sólo trajo una». «Su nombre no está en la lista de proveedores de la empresa. «Se le olvidó lo de la retefuente».

Como si el pobre del cobrador pudiese ir a Codensa, a donde su casero o a donde los cajeros mal encarados de TelMex con semejantes estolideces, y como si por tanto estos tuvieran disposición a dar espera a los inminentes cobros jurídicos.

Lo más detestable del asunto es que los miserables incompetentes dedicados al oficio de decir que no, jamás habrán de tomarse el trabajo de llamar a avisarles a los perjudicados, quienes solamente suelen enterarse de estos pormenores «los días viernes de 3 a 5», cuando ya no hay nada qué hacer.

9. Listo. Su cuenta ya quedó radicada. Son 90 días hábiles a partir de la fecha

Uno de los peores errores del iluso trabajador independiente es el de comenzar a contar por anticipado con un dinero que, al momento de hacerse efectivo ya es propiedad de los prestamistas que en momentos desesperados solventan los baches económicos de final o principio de mes.

Nunca, por regla general y a no ser que se trate de un milagro, el pago habrá de estar listo antes de 30 días.

Y ello cuando las súplicas y la insistencia han sido disciplinadas, recurrentes y metódicas.

El afán por retener el dinero durante el máximo tiempo posible, para así generar el mayor número de ganancias por intereses, es una de las estratagemas favoritas de las grandes empresas.

De esta manera, en lugar de cancelar con puntualidad los honorarios causados por la prestación de un servicio, éstos prefieren dejar el dinero por 90, y de ser posible incluso por 120 días en la cuenta corporativa, lo que, a una tasa del 4% y sumado por todos los dineros represados de los demás trabajadores, habrá de generar unos intereses en modo alguno despreciables.

En contravía de la paciencia que los empresarios esperan de sus colaboradores espontáneos está su deseo de que, si bien los trabajos por ellos solicitados deben ser ejecutados de forma inmediata y urgente, los pagos correspondientes sí pueden tardarse tres, cuatro o seis meses.

A ello debe sumarse no sólo la dificultad que representa el llevar a cabo una función determinada en tan poco tiempo, sino también el tener que luchar durante 90 días para que ésta sea pagada.

Y lo que es peor, el gastarse en un suspiro o el ya estar debiendo la totalidad del dinero tan arduamente recaudado.

Tal derroche afanado no es más que el producto de la frustración y la ira reprimidas durante tanto tiempo.

10. Por política nueva de la empresa hemos decidido no firmar más cheques. Denos su número de cuenta y le consignaremos cuando sea posible

Con el objeto de evitarse la incomodidad quincenal de aguantar al menesteroso cobrador llamando a preguntar qué ha sido de su dinero, muchos pagadores terminan por acudir a esta argucia, de nuevo tendiente a desviar la responsabilidad hacia un ente impersonal y sin vida.

Este procedimiento es primo hermano del efecto ‘consulta de saldo’, tan padecido a su vez por los empleados de empresas venidas a menos o en desgracia.

11. El proyecto no salió y por tanto su trabajo no se lo podemos pagar

Quienes suelen acudir a semejante imbecilidad parecen apelar en a una especie de desconocimiento deliberado y sistemático de una verdad sencilla, y es que, más allá de lo que ocurra con el supuesto proyecto, el trabajo fue realizado con prontitud y responsabilidad y que no hay excusa para no pagarlo.

12. Lamentablemente nuestra empresa entrará en liquidación, y las acreencias serán asumidas por otra firma. Para tal efecto llame al señor Quiroz al celular

De más está decir que el teléfono en cuestión nunca es contestado por nadie, y que, cual si fueran devoradas por alguna oscura fuerza cósmica, todas las deudas pasan a manos de una empresa fantasma que, sobra decirlo, nunca habrá de pagar.

¿Alguien tiene algún otro síntoma del efecto cuenta de cobro en mente?

El tablero queda abierto.

 

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