Al largo historial de fugas en las que nuestra Fuerza Pública se ha visto ridiculizada, tal vez encabezado por los eventos catedralicios de 1992, se suma una más.
Una en la que también están involucrados algunos miembros involuntarios del largo séquito de servidores, bufones y mascotas de Pablo Escobar.
Ocurrió en 2006, cuando una pareja de apasionados hipopótamos abandonó las instalaciones del malogrado ‘parque museo’ que alguna vez fuera la más suntuosa de las propiedades campestre del capo medellinense, para comenzar una aventura con triste final
Pero además del largo y ridículo prontuario ya mencionado, también hay que anotar a su cuenta una barbaridad más. La de un pobre hipopótamo atrapado en un lugar en el que nunca pidió ser implantado, y hoy aniquilado por la ignorancia y la incompetencia de nuestras instituciones.
Parcial de historia
El 16 de junio dos cazadores, auxiliados por miembros del Ejército Nacional, y atendiendo a una gentil invitación de Corantioquia, la Fundación Vida Silvestre Tropical, y el Ministerio del Medio Ambiente, arremetieron certeramente contra un hipopótamo fugado desde hace tiempo de la hoy abandonada Hacienda Nápoles, propiedad del hoy fallecido narcotraficante antioqueño.
Alguna vez, para ser exactos en noviembre de 2006, después de amancebarse con la debida pasión del caso, una pareja de hipopótamos procedentes de esa estirpe importada desde África por allá en los 80 por el millonario, y hoy huérfana, huyó de las estribaciones pantanosas del charco para adentrarse en la selva semi virgen.
Su vida de pareja prófuga prosiguió, incluso después de haber concebido a quien tal vez fue su primogénito. A veces cuesta imaginar el curioso y conmovedor espectáculo de un hipopótamo bañándose en las aguas del Río Magdalena.
No obstante, cierto día, en medio quizá de alguna de las muchas persecuciones de las que el trío de animales exconvictos era objeto, el padre se alejó involuntariamente de su familia. Desesperado prosiguió en su infructuosa búsqueda hasta asentarse en Puerto Berrío, en donde siguió viviendo, despojado por la fuerza del derecho a estar con los suyos, a los que nunca volvió a ver. Deambulando a su suerte, a merced de la compasión y la crueldad de quienes tuvieran en adelante el honor de encontrárselo. Al final pudo más la segunda. De cariño, algunos vecinos del sector dieron el remoquete de Pepe al virtualmente viudo hipopótamo.
El 9 de junio de los corrientes, a través de una resolución, Corantioquia (en sus propias palabras entidad ‘Responsable de la gestión, protección y promoción de los recursos medioambientales del Departamento’) autorizó la caza y muerte de Pepe, bajo la figura llamada ‘Permiso de caza de control’.
Según ésta, puede darse muerte a las especies que representen una amenaza para la comunidad, bien sea por enfermedad o por su salvajismo. La medida además se amparó en el hecho de tratarse de una especie nativa traída por la fuerza y sin autorización del territorio africano para responder a los caprichos zoológicos del entonces novio de Virginia Vallejo.
En cumplimiento de lo pactado, el 16 de junio el pobre Pepe fue ultimado mediante tres proyectiles. Uno dirigido al cerebro. Dos, al corazón. Durante un tiempo la información permaneció oculta, y sólo hasta ayer, 11 de julio, se divulgaron las fotografías de la operación.
En una de ellas un contingente de soldados energúmenos sonríe con morbosa satisfacción al contemplar a su presa caída. Cada uno posó a su manera, de seguro para tener algo que mostrar a sus amigos de Facebook o a sus orgullosas madres.
La tríada fatal
Para tales efectos se contó además con la legal complicidad de la Fundación Vida Silvestre Tropical (nombre que a primera vista habría de evocarnos la imagen de bellas mariposas revoloteando por los aires y de ciervos apurando su noble sed con las aguas inmaculadas de algún manantial, pero que desde hoy nos hará pensar en una agremiación de asesinos disfrazados).
A los esfuerzos de Corantioquia y Vida Silvestre Tropical se sumaron los del Batallón Calibio, lo que incrementa aún más las sospechas en torno a la injusticia cometida con el infeliz artiodáctilo en cuestión. Después de todo ¿Cómo puede dejarse el futuro de un indefenso animalillo en manos de una entidad policiva, de seguro tan ignorante como el que más en materia de asuntos medioambientales?
Más allá de las consideraciones animalistas de las que el vegetariano Blogotazo habrá de hablar en un no muy lejano futuro, y de las que ya se ha ocupado con anterioridad, el ‘sacrificio’ (deplorable y absurda expresión, por cierto, porque este tipo de actos van más de la mano del crimen que de la inmolación), pone de manifiesto una vez más esa naturaleza bárbara y simplista, tan colombiana; tan nuestra.
Es increíble que las entidades a cargo del asunto (en número de cuatro) hayan terminado optando por la más simplista de las salidas, y que para ello se hayan amparado en el presunto ‘peligro que para la comunidad y las demás criaturas’ representaba la presencia del pesado animal, ya aclimatado en el Magdalena Medio.
Como se dijo con antelación El Blogotazo no habrá de centrarse en la barbarie en la que también se constituye el sacrificio consentido de reses, aves y puercos en mataderos, con el beneplácito de Fedegán y Zenú. Pero en fin…
Que no nos crean tan ingenuos
Que la viceministra Claudia Mora no nos suponga tan ingenuos como para imaginar que a nuestros ojos, como bien lo dijo ella, el asunto habría podido resolverse con sólo ‘enlazar al hipopótamo como a una vaca de coleo’. Pero que tampoco intente, como evidentemente lo ha hecho, tratar de hacernos creer que todas las posibles instancias fueron agotadas antes de apelar al débil recurso de la inmolación.
Según se dijo el Parque Jaime Duque -hoy interesado en exhibir los órganos de Pepe-, se negó en su momento a recibirlo, cuando estaba vivo.
De alguna forma nuestro país parece convencido de que las armas son en verdad la solución definitiva a problemas endémicos y complejos. Y esa, fundamental y paradójicamente, es la cultura de la seguridad democrática.
En verdad cuesta creer que haya unos funcionarios tan bisoños como para arguir que ningún zoológico en el mundo manifestó interés real alguno en rescatar al animal. De ser así, sus gestiones fueron sin duda insuficientes y débiles.
No hace falta adentrarnos en la esfera de las consideraciones neohippies, mamertoides o animalistas, de las que de seguro habríamos de ser acusados si intentamos sostener como en efecto lo hacemos, las bondades del vegetarianismo como opción de vida, para entender que el acto en cuestión, además de cruel e infame es chambón, ‘brocho’ –dirían algunos–, falto de inteligencia y chabacano.
La cultura del exterminio
No me extraña que un país convencido de que el exterminio irracional e indiscriminado es la solución por excelencia haya obrado como en efecto obró con el pobre inocente de Pepe. Hay, de un tiempo para acá (en especial entre biólogos, botánicos y otros profesionales de las ciencias) algo a lo que podríamos denominar ‘chauvinismo natural’. Es aquella tendencia, muy racional y lógica, por cierto, a tratar de entender que en nuestra vanidosa y antropocentrista actitud de creernos los dueños de la tierra, hemos incurrido en despropósitos dañinos, tales como la proliferación de eucaliptos en lugares inapropiados, por ejemplo. Pero por mal que ello esté, nada nos confiere el derecho de acabar con la vida de una especie como esta.
El Ministerio del Medio Ambiente, Corantioquia y la Fundación Vida Silvestre Neotropical, son un trío de vergüenzas nacionales, y sus representantes involucrados en el hecho, entre ellos Claudia Mora, Luis Alfonso Escobar y Carlos Andrés Valderrama, deberían ser enjuiciados, o mejor aún, sometidos a una suerte de ‘sacrificio preventivo’.
No estamos llamando a una retaliación idéntica, por la injusta muerte infligida al pobre animal. A diferencia de algunos miembros de nuestra beligerante clase dirigente no entendemos la venganza como una solución razonable. Pero sí a un simbólico y muy justo acto de pedir la cabeza y la destitución inmediata e irrevocable en estos funcionarios cuya ausencia de masa cefálica es más que evidente y peligrosa para el país y para el medio ambiente. Eso, por supuesto, no va a ocurrir, pues claro está que Escobar obró bajo el amparo de la ley, parapetado en un absoluto apego a ésta. Pero así son las cosas aquí.
El Blogotazo entiende los riesgos que para las comunidades cercanas pueda representar la presencia de un vecino tan curioso como el señor Pepe. Pero justificar su muerte so pretexto de protección denota con claridad la incompetencia de nuestros estamentos, en teoría consagrados a la protección del medio ambiente.
Por ahí están todavía la esposa e hijo de Pepe. Como dando la razón a sus críticos, ahora Corantioquia ha prometido no causarles daño alguno. Falta ver si así será.
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