Tanta gente, tan sola. Hablando consigo misma. Buscándose y evitándose. Escondiéndose y encontrándose entre sus rebrujos personales. Encendiendo y apagando su propio fuego y cocinando y enjuagando su único plato de ayer y de hoy. Luciendo sus mejores trajes frente a la mirada silenciosa y franca de un espejo: la única entidad dispuesta a quedarse viéndolos por horas, con una paciencia que no es humana.

Tanta gente riéndose y enfadándose sola. Inventando sus débiles excusas para seguir soportando los días. Tocando su propia sinfonía en un auditorio deshabitado. Haciendo de sí su propio público. Ocupando la mitad exacta y lamentable de una cama medio vacía, o uno de los dos extremos de un escaño de parque.

Tanta gente sepultada en libros, radios de tubos y recuerdos. Dialogando con los vegetales y con las flores secas que están sembradas en las salas o en los jardines de sus refugios, impregnados de su presencia íntegra y de su soliloquio persistente. Decidiendo sin nadie más si sus zapatos ya son viejos.

Tanta gente adormeciéndose con las voces e imágenes emanadas por algún dispositivo artificial, o con la somnolencia opaca provocada por el consumo del contenido escaso de una botella que un día estuvo llena de algo. Tanta gente esperando a que el teléfono les recuerde que alguien los piensa. Llorando sin temor a ser oídos, porque nunca hay nadie cerca. Tanta gente perdiendo el pudor de conversarle al eco. De tejer con paciencia alguna pieza artesanal, que nunca habrá de ser rellenada por el cuerpo de alguien. Tanta gente cocinando muy dulce, muy simple o muy salado, sin que haya nadie para señalárselo.

Tanta gente escribiendo un diario que nadie, ni ellos mismos volverían a leer. Tanta gente trazando proyectos de los que sólo ella podría estar convencida. Ahorrando para nadie y para nada. Aguardando por ser descubierta o a que el tiempo la abrigue con su manto aliviador de invisibilidad y olvido oficial. Tanta gente pensando en aquellos hijos y nietos que nunca va tener. Que ya nunca tuvo. Tanta gente esperando a esperar.

Tanta gente aprendiendo a dormir y a despertarse sin que nadie se los indique. Tanta gente trabajando para sí. Tanta gente de la que nadie sabe y de la que nadie sabrá nunca su nombre. Tanta gente comprando y recibiendo sus propios regalos. Celebrando sin invitados su silenciosa venida al mundo. Comprando y administrándose sus propias medicinas. Tanta gente cuidando sola de sí.

Tanta gente sin nadie con quién discutir. Sin nadie con quién jugar a adivinar el final de la cinta. Sin el ánimo de quejarse por nada, porque no hay nadie que quiera oír sus quejas. Tanta gente sin tener por qué o por quién entrar del lugar en donde viven, solos. Tanta gente de la que nadie quiere saber nombre o dirección. Tanta gente preguntándose si la ceremonia próxima de su funeral habrá de suspenderse por falta de quórum. Tanta gente elaborando postres para nadie.

Zurciendo medias propias. Remendando manteles. Usando un único individual, un único vaso, una única ración. Tanta gente soñando, enfermando y muriendo sola. Resguardando sus muchas o pocas cosas sin que haya otro para relevarlos en su vigilia triste. Tanta gente embriagándose y soportando sus resacas sin alguien. Tanta gente escogiendo sus manzanas y lechugas y detergentes sin derecho a una segunda opinión.

Tanta, tanta gente ocupando su par de manos con dos paquetes de supermercado, que son dos bolsas de papel, y teniendo que ponerlos sobre el piso para abrir las puertas, porque no hay nadie más que pueda hacerlo.

Tanta gente acostumbrándose a sus propias maneras y esperando que algún día alguien más que el espejo amigo, el mismo que los mira con tristeza silenciosa, les sonría. Buscando amigos en las mariposas negras de la noche, o en los escarabajos o lagartijas que a veces, con dificultad, alcanzan a treparse en las residencias humanas. O en unos canarios que de no estar presos hace mucho se habrían ido, para no morir de aburrimiento. Tanta gente viviendo sus días vicarios a través de alguna mascota.

Tanta gente tan sola rodeándonos, haciendo sus fiestas inmensas de un invitado. Teniendo que multiplicar su propio yo por mil para no estar así. Tanta gente miope sin derecho a perder sus anteojos, porque una vez extraviados no habrá quien les haga la caridad de ir a buscárselos.

Tanta gente agazapada en edificios, o en viejas casas, o en reclusiones de ancianos o de desahuciados mentales.

Tanta gente que se perfuma y que canta y danza y recita para sí misma, acuartelada entre el valle de sombras chinescas que sobre sus paredes proyectan los objetos alrededor, atravesados por una llama que viene desde el pábilo de alguna vela encendida, al frente de una botella con vocación de lupa. Imaginándose cosas para quedarse dormidos. Embriagándose para seguir viva. O viviendo para seguir embriagada. ¡Tanta, tanta gente tan sola!

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