Tal vez Colombia esté viviendo uno de los peores momentos de su historia. Y eso –al referirse a una cronología plagada de malos ratos– es demasiado decir.
La anterior afirmación no se fundamenta tan solo en la rampante violencia que se levanta, –atroz y colosal– desde casi siempre, y que sigue igual, aunque las falsas estadísticas y los mitómanos numéricos del DANE traten de desmentirlo. Porque –triste es decirlo– en Colombia la violencia no es algo inusual ni aislado.
Tampoco a la corrupción, cuya curva expansiva parece estar haciendo escuela entre las nuevas estirpes de colombianos, quienes sin duda serán fieles herederos de los Santofimios y Fetecuas que ya descuellan por ahí.
Ni a la mediocracia –que desde el punto de vista de El Blogotazo no es otra cosa que los medios gobernados por administradores y comunicadores mediocres– y a nuestra tendencia a interesarnos tan sólo por aquellas cosas a las que Pirry o Claudia Gurisatti o Laura Acuña nos muestran por televisión.
Se debe a esa cierta perspectiva unidimensional de las cosas. Al discurso unívoco y totalizante de quienes sostienen que diferir de las mayorías es estar enfermo de país. Que ‘nuestro’ Presidente, por el simple hecho de serlo, es digno del más ciego e irrestricto apoyo y respeto. Quienes piensan y obran de acuerdo con esa idea terminan por hacer más daño a su ‘amado país’ que quienes sisienten.
Cuando la verdad es que dicho apoyo y respeto se los deberíamos a esa misma verdad, y no a las figuras que vienen y se van. Ni a los falsos emblemas inamovibles al servicio de alguna idea cuya único fin es diseminarse por nuestro microuniverso, sin que ninguna voz disidente se atreva a contradecirlos.
Esa tendencia provoca malestar, por ejemplo, entre las fanaticadas irracionales de Millonarios y Santa Fe, cuando éstas se molestan ante la menor y más objetiva crítica a las directivas de sus respectivos oncenos.
O durante los 90, cuando el Bolillo y Maturana ejercían su tiránico y monárquico poder desde la Federación Colombiana de Fútbol y tildaban de enemigo de la Selección a cualquiera que descalificara su gestión durante sus menos brillantes y autoritarios momentos. O ahora, cuando –si alguien estima que Shakira y Juanes no los representan, o que el uribismo no es la mejor opción– éste es de inmediato rotulado como ‘aguador de fiestas’.
O cuando un grupeto de fanáticos desaforados de U2 no se da cuenta de que al final nos convendría más preocuparnos por construir un escenario apto para conciertos que seguir implorando por un complicado préstamo de El Campín. O, peor aún –y como ocurrió con una de las más recientes entradas del Blogotazo– cuando alguien que sin duda no sabe leer interpretó el mencionado texto como una absurdo intento por decir que Bono y The Artist Formerly Known as Juan Esteban Aristizábal eran músicos equivalentes.
¡Qué se puede esperar!
Todavía en Colombia hay quienes creen que discrepar del Gobierno equivale a destruir el país, y que criticar aquellas cosas que parecen andar mal a la espera de que mejoren obedece tan sólo a un ímpetu destructivo.
Por esa razón estamos más preocupados por defendernos de los embates de Chávez (en cierta medida legítimos, y siempre contra el Gobierno; no contra el país) o por la hostilidad de Unisur hacia las medidas de Uribe, que por el cáncer interno que es la perpetuación de un líder en el poder (cuyos abusos a tal respecto comenzaron a verse en su primer periodo y que ahora, a las inevitables puertas del tercero, dan ganas de darse contra las paredes para morir inconscientes). Y no es, por supuesto, que a El Blogotazo le complazca que el presidente de Venezuela ande levantándoles monumentos a los secuestradores colombianos. Pero..
Que un presidente quiera cambiar la Constitución para mantenerse en su solio, y que una buena cantidad de colombianos esté de acuerdo: eso, para las mayorías, no es aberrante.
La moral del latifundista y su creencia de que poder viajar a las fincas es sinónimo de seguridad y democracia, y que con «vivir Colombia y viajar por ella» es suficiente. El dividir al país en dos facciones y generar falsos enemigos en pueblos como el venezolano. El intervenir los teléfonos de los miembros de la Corte Suprema de Justicia. El creer que comprar armamento implica lo mismo que permitir el establecimiento de bases extranjeras en un país. Todas esas cosas son poco importantes con tal de defender a ‘mi Presidente’.
Al final no hay de qué preocuparse. Con su oratoria efectista y su capacidad de líder nato y manipulador, Uribe ha sabido mantener a la gente a su favor, y reelegirlo hasta la náusea.
Ahora, quien no sea tropipopero, shakirista, juanista, derechista, uribista y antichavista es un enemigo de la ‘colombianidad’. Quien discrepe de las alabanzas excesivas y hacia la prensa gratuita conseguida por Juanes y su séquito de relacionistas públicos es candidato a la expatriación. Y quien piense que Venezuela y Colombia no son pueblos enemigos, y que –de hecho — los países y sus fronteras son una gran mentira generada por quienes hace siglos quisieron parcelar la tierra, es un mamertoide anacrónico y chavista.
Los regímenes autoritarios –desde los faraones hasta la fecha– han tenido la costumbre maniquea y calumniadora de crear culpables simbólicos para justificar el exterminio, y sus promotores han sido, casi sin excepción, carismáticos.
Son pocos los que se imaginan el daño que se hacen a sí mismos ahogando las voces disidentes. Fulminarlas es fortalecer el discurso dictatorial de quienes viven, precisamente, de invisibilizar o acallar a quienes los contradicen.
El Blogotazo nunca ha sido amigo de decir que Colombia sea el único país o el primero en el mundo en nada. Pero no hay duda de que sí debe ser uno de los pocos lugares de la Tierra en donde no gustar de sus cantantes o líderes populares equivale a ser un envidioso y enemigo de la patria.
Difícilmente un finlandés a quien no le simpatice The Rasmus, a un chileno a quien no le agrade Myriam Hernández, o a un argentino al que no le venga en gracia Cristina Kirchner, y que lo declare públicamente, recibiría en sus respectivos lugares de origen el calificativo de antinacional. No obstante aquí muchos están seguros de que no aplaudir a Uribe, a Shakira o a Juanes es una variante del terrorismo organizado. Only in Colombia!
La lamentable conclusión es que un pueblo enfermizamente hipersensible a la crítica, es, por eso mismo, un pueblo inmaduro, con tendencia a repetirse ridícula y tercamente en su propia mediocridad.
Con el mismo presidente, intentando hacerse elegir por vez tercera, como si ocho años no hubieran sido suficientes como para manifestar su incompetencia, incluso inconsistente con su discurso guerrerista y exterminador.
La actual Colombia se merece a sus ídolos y a sus líderes. Y por eso no es anormal que en el alma de los más suspicaces se mantenga la sensación de haber sido ubicados por el destino en uno de los peores momentos de su historia.
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