Triste saber que a veces sólo volvemos a encontrarnos con los viejos amigos cuando nos enteramos, ya muy tarde, de sus sepelios.

Que concurrir a ceremonias fúnebres termina siendo un hábito recurrente entre quienes ya hemos alcanzado cierto inevitable e irreversible techo cronológico.

Que aquella angustia constante por la fuga de los seres, de las cosas y de los recuerdos, se va haciendo una costumbre cada vez más corriente y usual, en medio de nuestra condición perecedera de seres vivos, a expensas de lo inevitable.

Y que –más lamentable aún– por lo general muchos de nuestros mejores amigos mueren sin haberse enterado de que lo eran.

Eso fue lo que me sucedió ayer. Hay un buen amigo a quien nunca conocí. Su nombre es Eric Woolfson. Tenía 64. Los mismos que Paul alguna vez soñó con cumplir. Y se fue este 2 de diciembre. Él se hizo mi confidente, sin enterarse, a través de su obra, única, mágnifica. Y de su voz  evocadora. Triste y angélica. El gran Eric Woolfson murió ayer, presa del cáncer, que en definitiva no sabe de canciones.

Puesto que supongo que ningún diario dedicará más de tres apretadas columnas a reseñar la vida, muerte, y
–lo que es más importante– la obra de este escocés aprovecharé la infinitud del mundo de los blogs para hacerlo. Para evocar a aquel a quien le debo haber aprendido que todo depende del giro de una carta amigable, que hay un ojo en el cielo mirándonos y que estar sólo con el silencio es reconfortante.

Si menciono al gran Eric Woolfson. Si digo que fue uno de los más grandes músicos sobre la tierra. Si anoto que, al menos por mi parte, el bueno de Eric y su entonces amigo Alan, fueron la mejor de las compañías durante mi infancia y mi adolescencia incomprendidas y solitarias, y a veces amenizadas por cómplices musicales de ocasión como él.

 
Si sostengo que invertí gran parte de mis ahorros semanales y de mis tardes, mañanas, madrugadas y noches entablando coloquios conmigo mismo en honor de Eric. Y que su voz me dio el sublime y autodestructivo consuelo de llorar solo ante ‘Silence and I’, la canción que más me gusta del célebre ‘Eye in the sky’. Y si me atrevo –como ahora lo estoy haciendo– a decir toda esa cantidad de cosas, supongo que muy pocos de entre los ya muy pocos lectores que hoy leerán estas palabras sabrán quién fue Eric Woolfson.

Puesto que la música es sin duda más elocuente que yo, aquí está esta canción, majestuoso cierre del lado A del álbum de 1982.

Parafraseo al maestro Alfredo Iriarte al comentar que en efecto aquella premisa de que no hay muertos malos ni novias feas es falsa. Porque, como lo dijo él -tambien difunto- en alguno de sus antológicos escritos, hay novias verdaderamente espantosas y difuntos a los que darían ganas de volver a matar. Pero en este caso, el gran Eric Woolfson es y será un gran difunto. Uno de los mejores músicos que conozco, o que desconozco. Un estupendo cantante. Un excepcional compositor. Y una figura prominente dentro del ya vasto necrologio universal del rock and roll. Pero eso no conmueve a nuestros medios. ¿O sí?

Si digo que Alan Parsons, a quien en compañía de algunos amigos vitoreé entusiasmado, durante el mejor concierto en el que he estado en mi vida, con un cártel de cartulina escrito en marcador Pelikan negro con el texto «Alan: you are the maker of rules», y el señor Woolfson se inventaron algo a lo que mi amigo Daniel y yo llamamos ‘pop progresivo’, es posible que pocos comprendan. Si digo que fue un estudiante de piano renegado que nunca aprendió a leer música, y que no obstante la hizo mejor que muchos letrados del pentagrama.

Si añado que, siendo aún muy joven, el señor Woolfson consiguió una cita para mostrarle sus composiciones al gran Andrew Loog Oldham, quien después de decirle que era un ‘fucking genious’ lo contrató para que trabajara junto a la rubia Marianne Faithfull (por entonces eterna novia de Mick Jagger) y al mismísimo Mick, tal vez eso ilustre un tanto más.. 

Pero aún convertido en un importante escritor de canciones, Woolfson se dió cuenta de que fundamentar sus ingresos únicamente en dicha actividad era riesgoso, por lo que decidió probarla de manager.

Para contrarrestar el mal del olvido recordaré que en tal faceta Eric Woolfson fue uno de los cerebros detrás del célebre ‘Kung Fu Fighting’, éxito de los 70, en la voz de Carl Douglas.

Y que alguna afortunada vez, en los tempranos 70 decidió asociarse a un joven productor llamado Alan Parsons, quien había hecho un buen trabajo cargándoles cables a los Beatles en Abbey Road y llevando al frente del magnífico ‘Dark Side of the Moon’, una de cuyas canciones. ‘On the run’ es una buena muestra del aporte de Parsons a esta obra.

 

De hecho uno de los primeros aportes, profesionalmente hablando, al mundo de la música de Parsons fue la producción del Dear Friend, mensaje cifrado a Lennon en ‘Wild life’ el primer álbum de los Wings, de McCartney.

 

 

Parsons también trabajó en el inmortal ‘Year of the cat’ de Al Stewart, cuya canción principal sigue ranqueada dentro de las 10 que más me gustan.

Y produjo el impecable álbum ‘Músic’, del hoy poco ponderado, John Miles.

 

En 1975 Alan y Eric se unieron en torno a un  proyecto ocasional denominado ‘Tales of mystery and imagination’, una especie de elucubración musical alrededor de algunos de los cuentos del gran Edgar Alan Poe, a la que, sin tener un mejor nombre para darle acreditaron al ‘Alan Parsons Project’, sin saber que un día este título se convertiría en una de las marcas legendarias en el mundo de la música.

Con el tándem Woolfson y Parsons el Project desarrolló una avalancha de álbumes-concepto. ‘I Robot’ fue un tributo a la obra de Isaac Asimov

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‘Pyramid’ se fundamentó en la superchería y el esoterismo como una forma de buscar refugio en medio de la dureza del mundo moderno.

 

‘Eve’ recabó en lo que significa vivir siendo mujer.

The turn of a friendly card’ fue un homenaje al azar y a la aleatoriedad, como principales responsables de nuestra bienaventuranza o de nuestro infortunio.

 

De ahí no puedo dejar de extractar a ‘Time’, tal vez la más sentida interpretación vocal de Woolfson…
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El célebre ‘Eye in the sky’ (best seller), denunció, con cierta paranoia, y en el mismo sentido en el que George Orwell lo hiciera con su ‘Big Brother’, de la novela ‘1984’, la pérdida de intimidad de la que somos víctimas en la tierra, tal como ésta funciona por estos días. La canción es la cuota American Top 40 de Woolfson, y se mantuvo en el número dos de las listas por varias semanas. 

 

Los álbumes posteriores del Project significaron para la crítica purista un lamentable bajonazo creativo (según creemos algunos análogo al que de alguna manera sufrieron bandas como Yes, Queen o Genesis, un tanto rendidas y confusas ante el imperio del pop, el exceso de sintetizadores y los top 40). De entonces se recuerda el relativo éxito en radio adulta de ‘Don’t answer me’.

O la melancólica ‘Limelight’, con la voz de Gary Brooker, de Procol Harum.

 

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Pese al mal momento su ingenio les alcanzaría para producir dos grandes discos, ya al final de sus días como proyecto.Uno fue ‘Gaudí’ (de 1987), basado en la obra del a veces incomprendido arquitecto catalán. En ‘La sagrada familia’ se pueden apreciar las cualidades vocales de su viejo amigo, John Miles… 

 

El otro, llamado a ser el último disco en el que Eric y Alan trabajarían unidos fue ‘Freudiana’ (1992), (una especie de sátira obsesiva a los predicamentos del sobresexualizado padre del sicoanálisis).

 

Sin mayor figuración en radio o en listados, ‘Freudiana’ es quizá el más interesante álbum elaborado a cuatro manos por Alan y Eric, un poco más volcado hacia los grandes montajes de Andrew Lloyd Webber, operático y gigantista, y por eso mismo, muy singular. Para destacar, el muy gracioso ‘Sects therapy’, cuya versión alemana en vivo viene a continuación… La inglesa (bastante mejor) aún sigue ausente del macrocosmos YouTube.  

En medio de ‘Freudiana’, Brian Brolli convenció a Woolfson de convertir el disco en un gran espectáculo teatral, idea que provocó el eterno disgusto de Alan. La disputa entre los dos derivó en una separación definitiva y en el final del Alan Parsons Project.

‘Freudiana’ terminó por aparecer acreditado a Eric Woolfson, como solista. Desde entonces Eric mezcló su interés por las artes dramáticas y por los buenos restaurantes con la música y siguió recreando algunos de los mejores trabajos del Project en escena.

De hecho, a principios de este agonizante 2009 había lanzado un disco con canciones inéditas en su voz, descartadas de los buenos tiempos del Project.

Eric y Alan me enseñaron que el juego depende del giro de una carta amigable. Que hay un ojo en el cielo mirándonos. Que estar solos con el silencio reconforta. Que el tiempo vuela como la corriente de un río, hacia el mar. 

Y después de todo… ¿A qué músico del mundo le habría disgustado la idea de trabajar de la mano de Alan Parsons, junto a George Martin y Jeff Lynn, uno de los productores a los que más admiro?

Muerto Eric me sobrevienen preguntas… ¿Por qué en el Alan Parsons Project las cargas nunca se equilibraron hasta el sensato grado de alternar uno y otro disco bajo la identidad del Eric Woolfson Project? ¿Por qué ‘Freudiana’ fue tan poco exitoso?

Ante tantos interrogantes, y para terminar, pienso que estos son los días en los que lamento que Rolling Stone Colombia, fallecida o en coma desde hace un año, no esté aquí. Porque bien habría querido escribirle un merecido obituario a uno de mis ídolos de siempre. Según parece, los últimos días de diciembre y los primeros de noviembre son nefastos para mis buenos amigos. Así se me fueron George, John, y ahora Eric.

Adiós, querido Eric. Prometo extrañarte toda mi vida. Para quienes te conozcan, aquí dejo algunos pretextos de fin de semana para acordarse de ti. Para quienes no lo hagan, también estarán aquí, para que sepan quién fuiste, y por qué te marchaste, maestro, como tú lo habrías querido, siendo viejo y sabio.

 

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