Tengo la honesta, sobria y razonable sensación de que la década y el año por venir serán mejores que los que hoy se extinguen.
Creo que podremos resucitar de entre las cenizas de los errores cometidos, y de las mentiras pronunciadas.
Que alguna tormenta cósmica nos hará cambiar, de súbito, y terminar por fin con todo lo que nos ha hecho mal. Que por una vez lograremos pensar y creer en cosas sensatas y verdaderas. O que habremos de inventarnos un mundo real fundamentado en la ensoñación. Sin mezquindad.
Quiero que las cosas sean diferentes. No porque Gregorio XIII lo haya decidido por mí, ni porque los mantras de Pastor López o de Duque Linares hayan obrado algún tipo de hipnósis persuasiva sobre mi alma pesimista. No porque hoy haya noche buena, ni porque esté seguro de que esta noche, precisamente, sea buena o mala. No porque aquel hippie millonario amigo mío de ‘imagine no posesions’ me convenza del todo.
No he comprado billetes de lotería. No soy agorero, ni creo que la suerte sea más benévola con los que la invocan. No obstante hoy, aunque no quise salir, tuve que hacerlo. Y pese a que me gusta la lluvia vi que hacía sol de mediodía.
Quiera el destino que una vez nuestro planeta le dé la vuelta al sol en ciclo inevitable (después de otros 3.650 días más), pueda yo regresar aquí para decir que no me equivoqué. Doy así mi voto de confianza por el año y la década, esperando a que no me defrauden. Por todo el año. Por toda la década. No por el primero de enero con sabor a tedio, a resaca y a promesas por incumplir. Ni por los 12 juegos de los que hablaban Los Prisioneros. Y le apuesto a eso.
A que por una sola y definitiva vez entenderemos que en el mundo no hay buenos ni malos, y que aunque perecederos, nuestro espíritu nos sobrevivirá en nuestra obra. Vengo hoy con mi optimismo nuevo, aún sin usar, y sin haberlo sometido a pruebas traumáticas. Aún sin ser desgastado por estos muchos años parecidos, que me han dejado medio vacío.
No sé ustedes, pero mañana quiero despertar y dormir con una sonrisa, y no ser el único. Tener la buena certeza de que el tiempo, de aquí hasta el incierto final, nos ha reservado una dádiva especial a los pacientes.
A nosotros. A quienes vinimos para experimentar esa transición que es el mundo hoy, y que esperamos dejar un universo diferente en manos de quienes hayan de venir para sucedernos.
Quiero creer que la historia está empeñada en cambiarse a sí misma, y que nuestra trayectoria errática y egoísta está por desviarse, por cansancio o por error, para bien.
Quiero, desde mañana, y siempre que haya siempre, seguir creyendo que en la vida no hay restas, y que aquello que hasta hoy hemos sumado nos habrá de servir para olvidarnos del dolor de habernos equivocado, y nos ofrendará la fortaleza necesaria para seguir siendo algo más que lo que hasta hoy hemos sido. Suena cursi. Lo sé. Pero hoy quiero ser así.
Quiero que no haya propiedades, y que dejemos de pensar que la tierra, y los animales y todo cuanto vive en ella, incluidos los humanos mismos, son nuestra propiedad. Y que, de estar equivocado en mi nuevo proceder, me daré cuenta de eso antes de que se haya hecho tarde. Quiero pensar que el actuar en modo contrario a lo que se ha sido siempre puede generar consecuencias opuestas. Que puedo jugar a ser otro. Ley de causalidades, supongo.
Quiero pensar que no se ha hecho tarde, y que nuestra vida será más que ese inmediato y perecedero lapso biológico al que estamos sometidos por las leyes de la especie. Que nuestros sueños y nuestras ideas nos sobrevivirán, transformados en cientos de miles de cosas que habrán de quedar consignados en algún indeterminado lugar.
Que mis antepasados viven en mí, y que mis pensamientos van a seguir dando testimonio de que existí, cuando llegue el día en que la voz, la pluma, la memoria, la respiración y los signos vitales me fallen más que hoy.
Que nuestros recuerdos habrán de servirnos para seguir sonriendo aun cuando nada parezca amable ni gracioso. Que de alguna forma nuestras palabras atravesarán los muros, y los siglos y el espacio aéreo en busca de un solo ‘alguien’ dispuesto a oírnos.
Tengo por única ambición el deseo de estar tan viejo como para ser un poco sabio, y tan joven como para conservar esta eterna disposición a la sana perplejidad, la única herramienta útil como para ser capaz de admitirme propenso al error.
Quiero creer que los años anteriores no fueron más que unos ensayos y una función con poco público, y que ahora estaré listo para mi debut, que sin duda ocurrirá a partir de mañana. Que los pobres podremos ser menos pobres, y que las cosas habrán de repartirse y de negarse a todos de manera similar. Que el silencio será una decisión y no una imposición, y que el dolor y la frustración se disiparán de un tajo.
Que las líneas fronterizas entre una y otra nación serán derribadas por las ideas, sin duda más grandes que quienes las emiten. Que las visas y los títulos de propiedad, y las tarjetas de crédito (mentiras plásticas al servicio de las tiránicas entidades financieras) habrán de ser incinerados en una gran hoguera festiva. Que Bogotá se arrepentirá de derribar casas y que el país entrará en razón, y dejará de defender a los ricos.
Que se acabarán los gobernantes y el desgobierno, y que todos habremos de ser capaces de vivir sin la odiosa tutela y la veeduría de corruptos y represivos organismos de control. Que ni agua, ni alimentos, ni oxígeno habrán de ser bienes permutables, que se vendan, se compren, se alquilen, se clonen, se corten o se sancionen.
Que dejaremos de hacer hamburguesas, y de acabar con reses, peces, cerdos, corderos, y con cualquier otra especie animal, tan afecta y tan merecedora de vivir como nosotros mismos.
No sé ustedes, pero hoy quiero creer en eso. Y sin el pudor de quien teme a ser ingenuo, también espero que no se me acabe la fe para seguir convencido de que hay quienes sienten como yo, para ir en pos de ellos.
Un buen año para todos. Incluso para aquellos enemigos que a diario trato de decidirme, a título unilateral, por no tener. Espero que esta no sea otra promesa de final de año, ni de principio de década.
«And the sadness will be lifted from my eyes,
when I’m old and wise».
The Alan Parsons Project, Old and Wise
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