Con mayor razón si ese personaje (admirado e imitado) fuera el mediocre hombre que hoy tenemos por presidente. El responsable de haber pauperizado las políticas del sector salud en detrimento de su propio pueblo. De haber deteriorado las relaciones políticas y comerciales con nuestros más importantes socios y vecinos. De haber empobrecido aún más al país, y de haberse atornillado en su solio ilegítimo de poder, en la que se constituye en la más larga, antidemocrática, populista y seudo-mesiánica de las faenas.

Pero al parecer, y como suele ocurrirme, son muy pocos los que piensan como yo. Hoy quiero referirme en concreto deplorables publicidades políticas pagadas en radio (a ritmo de reggaetón, vallenato, tropipop o champeta) o con contemplar las contaminantes vallas que con su odioso y colorido aspecto apelan a las consignas estas de «100% Uribista». ¡Una verdadera y preocupante muestra de falta de carácter y de imposibilidad de generar ideas propias, y un nuevo buen ejemplo del manido y repugnante concepto refranil de ubicarse ‘bajo el árbol que más sombra dé’.

Lucero Cortés, quien sin duda fue mejor actriz que Representante a la Cámara, y a quien los años han afrentado en sensatez y belleza, tuvo ayer el ordinario detalle de ofrecer una serenata de agradecimiento a su Presidente, con tuna incluida. Como ella hay varios.

Pero sin duda, el más vergonzoso y genuflexo caso es el del esbirro juvenil de Uribe, Andrés Felipe Arias, cuyo nombre es el mismo mío, con quien comparto un apellido en cuarto grado, y cuya edad no difiere demasiado de la que hoy tengo, tres hechos que me avergüenzan a mí y a mi generación en proporciones similares.

¡Cómo anhelo aquellos tiempos en los que el país entero se regodeaba, explayándose en epítetos odiosos acerca de los gobernantes salientes! ¡Cómo ansío aquellos viejos años en que nuestras gentes eran contundentes y unánimes a la hora de denunciar las mediocridades del primer mandatario! Es tal vez la única característica del colombiano promedio a la que he visto cambiar desde aquellos años en los que nací, cuando el difunto doctor Pollo era presidente.

Pareciera que el discurso de los áulicos oportunistas y sin carácter, que aspiran a sacar provecho de la injustificada popularidad uribista, por sí solo, no gozara de la fortaleza ni de la consistencia suficientes como para no tener que convocar a una figura y a un nombre ajeno como para legitimar sus postulados.

Se supone que ser uribista es una virtud. Que alinearse en las filas del archipopular es el más seguro grito de batalla. El asunto, por demás lógico, no deja de despertar serias discrepancias en cuanto al modo de actuar.

Al oír las cuñas de radio, de seguro elaboradas por algún operador de audio con débiles conocimientos de Adobe Audition, y enfocadas hacia la consecución del mayor número de sufragios para algún candidato de discreto perfil, me encuentro con la utilización, a veces fuera de contexto de la voz de Uribe, haciendo un guiño sonoro al mediocre en cuestión.

Al contemplar las piezas publicitarias con propósitos similares, en las calles, que además de harto antiestéticas son abundantes, me encuentro con varias decenas de quienes, carentes de argumentos propios, se escudan con el yelmo ajeno de ‘muy uribista’, ‘totalmente uribista’, ‘para que la seguridad democrática continúe’ y con otro buen número de estolideces de similar tenor.

En tiempos no muy lejanos el cliché propio de casi todos los candidatos era la archiconocida fórmula de ‘el cambio’. Ahora el 90% del país está injustificablemente convencido de que las cosas van bien, y que por tanto deben continuar en la misma forma,

Ahora, no sólo nos hemos quedado sin dignidad sino también, y lo que es bastante peor, sin ideas. Por fortuna, el Consejo Nacional Electoral -debo reconocerlo-, ha tenido la decencia de pronunciarse con la necesaria contundencia al respecto, y ya el nombre, imagen y voz de Uribe quedarán erradicadas, para bien, de los mensajes proselitistas de campañas. Al fin decuentas, para los sensatos, su presencia en cualquier pieza publicitaria debería ser una deshonra. 

La publicidad radial, no sólo en materia política, sino en casi todos los temas, está llena de trampas. Entre ellas aquella de acelerar la velocidad de los mensajes obligatorios de ‘prohíbase el expendio a menores de edad’, ‘aplican restricciones’, ‘vigilado superservicios’, o, en este caso el de ‘publicidad política pagada’.

Hoy en la mañana supe que -un poco tarde, eso sí- ha quedado prohibida toda alusión por parte de terceros a Uribe en vallas, y publicidades televisivas y radiales al por fortuna saliente presidente, hecho, que una vez más, me hace recuperar una fracción de la diezmada confianza institucional que aún llevo conmigo, y que gracias también al gentil oficio de la Corte Constitucional (o por lo menos de siete de sus nueve votantes) va en discreto ascenso.

Me alegro un poco por el país. Me conduelo de los mediocres que pretenden alimentarse de la imagen de Álvaro Uribe Vélez. Pero, sobre todo, me pregunto cómo puede haber sobre la tierra alguien tan obtuso como para creer que enlistarse del lado de los predicamentos uribistas, pueda seguir convencido de que vivir vicariamente a través de aquel a quien consideramos más grande y más calificado que nosotros, habla bien de nosotros mismos.

Por cierto y una pregunta para terminar en vísperas de la tediosa jornada electoral… ¿A qué se deberá que la incapacidad del pueblo colombiano de consumir alcohol responsablemente, y que los nuestros, hayan llevado a los represivos entes de control a prohibir el inocente consumo de unas pocas chichas, durante la faena de sufragios? ¿Cuándo dejaremos de culpar a las sustancias de la estupidez humana?

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