Temí que, de no hacer algo, algún desalmado habría de declararlo chatarra insubsistente, y optaría por sentenciarlo a la hoguera o a la basura. Era un predecesor de las cintas magnetofónicas o de las unidades de almacenamiento portátiles. Etiquetado con la marca Voice o Graph.
Como él hay muchos en el mundo. Funcionaban con una máquina alimentada por monedas (algo así como una rockola a la inversa), encargada de consignar cortos mensajes grabados que, supongo nadie lo pensó, habrían de prevalecer más allá de su objeto inmediato.
Era un mensaje enviado por JM Rojas C, el 3 de enero de 1948 a sus hijos Clarita y Hernando Rojas. Ignoro desde dónde. Ignoro hacia dónde. Ignoro qué significan las siglas de JM y el segundo apellido de C. Ignoro quienes son o quienes fueron Clarita y Hernando. Supongo que para entonces don JM debía tener al menos 28 años, suponiendo que sus hijos ya escribían, y que pudo tenerlos a los 20. En tal caso, de estar vivo, hoy tendría 90.
Aun así, siento que, de haberlo sabido, el señor Rojas habría de sentir que no desperdició el minuto y medio que debió tomarle grabar esto, hace 62 años. Que aún cuando tal vez se haya ido, algo de su voz seguirá por ahí, en el mundo.
Que aparte de sus propios descendientes, capaces sin duda de olvidarlo, algo en el universo habrá de dar cuenta de su esfuerzo porque el pequeño Hernando se consagrara al aprendizaje de las disciplinas ortográficas.
Un día la vida se me va a acabar. Un día yo mismo -como supongo le ocurrió o le va a ocurrir a don JM Rojas C (cuya voz ya entonces sonaba infrahumana)-, los años se me habrán de gastar. Entonces me pregunto qué será de mis objetos cuando me vaya. O en qué venta de baratijas habrán de ir a parar aquellas cosas a las que amo, cuando ya no haya nadie para custodiarlas. ¿Será que acaso, para entonces habrá un buen rescatador de objetos perdidos que repare en su existencia? Y aunque me siento triste, mi alma se consuela mientras escribe las presentes letras.
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