La campana de alarma anticipándose al final de cada renglón. El cilindro, deslizándose libre al accionarlo desde los rodillos laterales. El vago olor a grasa y a tinta, y las manos ennegrecidas por el contacto involuntario al tratar de encarrilar la cinta, cuando ésta se fugaba más allá de su eje.
Las cintas de color negro. O las convencionales.El color intenso de las tintas nuevas, y el tímido gris desprendiéndose de las antiguas. El despacioso incremento de las páginas al apilarse a un lado de la mesa. Aquel comando misterioso con el que los carretes tomaban otra trayectoria. La anarquía juguetona de las líneas sin justificar, como un montón de insectos nerviosos, tratando de escaparse del folio. Una sola columna.
El arrepentimiento irredimible por un grafema, signo o concepto indebidamente ubicados. Por un error que no se puede enmendar.
Los líquidos correctores, las plastilinas limpiatipos o los Kores Radex. La consistencia de lija y el aspecto opaco y negruzco de la copia al carbón. La amalgama perfecta de las ideas, marchándose de la mente, en camino al papel.
El conjunto de piezas dentadas imprimiendo los conceptos a golpe de tecla. La barra fijadora de papel, impidiendo que éste se escapara, tras el viento.
El carro detenido en el segundo de gracia de la tilde. El pulgar derecho accionando la barra espaciadora. El par de manos, demarcando los linderos de las márgenes izquierda y derecha.
Los meñiques esforzados. Escribiendo Q. Escribiendo A. Escribiendo Z. Escribiendo P. Escribiendo Ñ. El código QWERTY. La W que casi nunca se usaba.
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