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Antes de comenzar a hablar había que mantener la grabadora quieta, sobre la superficie de la mesa de centro, tal vez acuñada en algún libro ornamental.

Eso aminoraba las posibilidades de que la solemnidad del instante se viera opacada por el perturbador escándalo de un electrodoméstico barato al trastabillar.

Luego se hizo preciso encontrar la ubicación exacta para que el micrófono diera fiel cuenta de lo comentado. Así, su natural condición de espía no se evidenciaría, y los dos hablantes se sentirían ingenuamente solos.

Ya con todo dispuesto en esa manera podíamos suponernos calmos.

Estaba, como muchas veces, frente a Gonzalo Mallarino Flórez (Gonzzaga Fallarini-Fiori, le dicen los renacentistas), sin duda una de las mejores plumas de su generación, y uno de los hombres más hospitalarios que conozco.

Hace días Gonzalo -ya muy conocido como poeta, procurador bonachón del Gimnasio Moderno, y empresario brillante- presentó su quinta novela, ‘La intriga del lapislázuli’.

Las tres iniciales (llamadas en conjunto ‘trilogía Bogotá’) eran, obvio sería decirlo, una suerte de triada ambientada en la ciudad.

La primera trataba sobre el hombre y su lucha contra la sífilis al terminar el siglo XIX.

La segunda giraba alrededor de la incomunicación entre una madre y su hija en la Bogotá de los 30 del siglo XX.

La tercera tenía por tema (o así lo entendí yo) la lucha reivindicativa de una joven mujer, cuya hija había fallecido en un atentado terrorista de comienzos de los 90. Aclaro que las tres son una sola, y que hay lazos genealógicos entre sus protagonistas.

Después, en ‘Santa Rita’, Gonzalo nos remitió a la Cali de su infancia. Ahora, con ‘La intriga del lapizlázuli’, la obra de Gonzzaga toma tintes ultramarinos (lo digo de manera un tanto deliberada, para que suene a pintura y a continente viejo), pues se remite al territorio de la actual Italia, por allá en el siglo XVI.

En ‘La intriga del lapizlázuli’ el Papa Julio II convoca un concurso entre los más grandes pintores del renacimiento pues siente haber perdido el fervor en la oración. Para tales efectos, y bajo sus órdenes, Giacomo Biancassa, y la hija de éste, Francesca, junto a su protegido, Grazziano, se encaminan en un carromato por el territorio de la actual Italia. Les acompaña Vivancca, presunta concubina del prelado. Su misión es persuadir a los grandes artistas de aprovechar a la inocente jovencita como modelo para transformarla en la más preciosa Madona jamás retratada. El mejor cuadro será premiado con una suma considerable, suficiente como para tranquilizar la vida de cualquier artista no muy acomodado. Entretanto la historia va revelando enigmas, tales como los intereses larvados del clero de entonces y sus opositores, además de actividades delincuenciales alrededor del tráfico de pigmentos, y distintos matices entre lo humano y lo no humano.

Con galletas y té -cual pareja de señoras decentes- Gonzzaga y yo estuvimos hablando acerca de su obra, del oficio de escribir y de su más reciente obra. Ya lo dije: «Gonzalo es muy hospitalario».

Después vino el capítulo de lisonjas.

-Es un gusto estar aquí en este momento, contigo, Gonzzaga, y poderlo registrar en audio. Hay que aprovechar las horas, dado que las posibilidades de que muramos antes de 70 años son todas.

-No. No son tantas.

-He tenido la fortuna de conocer tu obra novelística bastante cerca. Supongo que eso vicia nuestra relación. Además supe acerca de ‘La intriga del lapislázuli’ antes de que se publicara. Mi primera pregunta es si, dado que ahora te has ido desde Cali a la Italia renacentista, ya saldaste cuentas con Colombia.

-¿Cómo saberlo? Lo primero sobre lo que podría reflexionar es si uno como escritor nacido aquí le debe un número de páginas a Colombia, o si tiene necesariamente que tomar la posición de vigía de la situación de su tierra. Más allá de que la relación con mi país sea intensa, el que eso llegue a mis novelas es un fenómeno distinto. Lo importante es la construcción de un instrumento lingüístico para narrar algo (Colombia, por ejemplo). Construir un lenguaje con colores, estilos. Cargar el idioma de evocaciones. Eso lo diferencia del lenguaje de todos los días, o del estudio científico. El problema de los escritores que quieren dar testimonios día a día sobre su país es que su lenguaje, por lo general, es muy malo. Se lo lleva el viento. Nuestra misión es derrotar el viento, con la capacidad simbólica. Yo he narrado mi país hasta donde he podido. Puesto que escribir novelas es como hacer una mesa, o analizar un estado financiero o fabricar pan, esas cosas van ocurriendo a medida que uno vive su cotidianidad. Y por eso nunca se tiene tan claro qué novela se va a escribir. Son hechos que van sucediendo en la vida, y que tú manejas con cierto instinto. Ahora parece que viene esta trilogía de las artes. Pero son cosas accidentales. La condición humana es la misma desde que el hombre es hombre. Entonces esto es accidental. A lo mejor volveré a escribir sobre Colombia. No es algo que yo haya decidido.

-Cuando hablas del Renacimiento o de la primera Bogotá que relatas en ‘Según la costumbre’ noto una suerte de bacteriofobia. Un temor a la infección. O por lo menos una fijación con la enfermedad y con el abatimiento del hombre en sus garras. ¿Te has puesto a pensar en tu propia hipocondría?

-Yo no soy más hipocondríaco que el promedio. Lo que sucede con la enfermedad es que se trata de una situación extrema, propia de la condición humana. No se diga si son mujeres, parturientas, pobres, en hospitales de caridad. La enfermedad permite adentrarte en el hombre porque es sumamente limítrofe y dramática. El escritor tiene una relación con la miseria mucho más fructífera y sincera que la que tiene con el confort.

-¿Por qué tus personajes protagónicos tienen un componente de ternura tan fuerte? Son gente buena. Veo a Biancasa, a Grazziano o al doctor Piñedo… hombres genuinamente nobles y valiosos. Eso para no mencionar a las mujeres. Me ilusiona creer que pueda haber gente como ellos en el mundo. ¿Tienes confianza en la especie?

-Sí. ¿Tú no?

-No siempre. Pero trato. ¿Tú cómo lo logras?

-Eso debe corresponder a mi naturaleza sentimental y emotiva. Lo que sucede en el ámbito lingüístico del que te hablaba es que el contraste es muy conmovedor. Poner a los malos al lado de los buenos. Poner la bondad al lado de la bellaquería y la mezquindad. Eso es lo humano. El ejercicio está en que todo eso está en tus tripas. Puedes ser muy malo o muy bueno. Estamos compuestos de eso, según el ‘ying y el yang’. Lo que funciona narrativamente son los contrastes, porque corresponden a la condición humana. Sin embargo es verdad que yo pinto con un pincel más delicado a los personajes buenos. Los bellacos se parecen a la caricatura y el esperpento. Eso los hace fáciles. Construir un personaje bueno es muy difícil. Tienes que hacerlo bueno en el corazón del lector. Detrás de eso queda una actitud clemente con la condición humana. Yo pienso -como tú- que vamos muy mal, y que lo que nos espera -tal como estamos- es la extinción. Pero vi cosas lindas en la Tierra. El pelito de mis hijos saliendo de la cuna blanca, por ejemplo. Recuerdos que me permitieron espejear en lo bonito de la condición humana.

-De alguna forma puede hacerse una lectura paranoica con respecto a ‘La intriga del lapislázuli’. Una pléyade de artistas (todos maravillosos, algunos mezquinos) compitiendo entre sí. Un pintor le riega trementina a la obra de otro, para sacarlo de la competencia. ¿Se reproduce el modelo en este mundo? ¿En la literatura, inclusive?

-En lo personal yo he sido afortunado, y he tenido una acogida generosa en la crítica. Hay que decir, eso sí, que mis contemporáneos escogen no nombrarme, -no sé por qué-. Pero no me siento perseguido. Ahora bien… no olvidemos que mi historia en ‘La intriga del lapislázuli’ es un gran chisme. Una gran invención. Lo que me parece estupendo es que exista siquiera una sola posibilidad de que episodios como esos hayan sucedido. Que sea posible hacer la historia más rica, florida y completa desde el arte. Me parece muy posmoderno, además, que los artistas puedan hacer la historia, sin que haya una línea oficial. ¡Qué bueno que yo pueda hacer mis personajes como quiera! Más allá de eso no tengo intención en denunciar las ruindades de los concursos artísticos con mi libro.

-¿Hay mucho de Giorgio Vasari en tu actual obra?

-Sí. Yo parto de Vasari. De Wikipedia. Pero a través de ellos construyo la Italia del Renacimiento, viniendo de un país del tercer mundo, y escribiéndola 500 años después. Hay quienes lo han hecho estupendamente. Yo también quise hacer mi propia versión. ¿Tú sientes que yo te he engañado, y que no hay ninguna posibilidad de que las cosas y los personajes hayan sido así?

-No me lo pregunto. Y eso, de hecho, es un buen síntoma.

-En cualquier caso no creo que mi Renacimiento sea menos válido que el de Giovanni Papini. Piensa en ‘Noticias del imperio’ de Fernando del Paso, o en ‘Bomarzo’, de Mujica Láinez. Ojalá yo pudiera alinearme en esa frecuencia portentosa de creación. Desde luego yo tengo otra postura, que es la que estoy narrando. Yo no quiero estar a la altura de los europeos, que creo que sí fue lo que otros latinoamericanos, como ellos, tuvieron en mente. Yo escribo mi historia europea, sabiendo que soy inferior a Giovanni Papini como escritor. Pero mi Renacimiento no tiene por qué ser inferior al de él. No me compararía con ellos, porque cada uno hizo lo suyo en su momento.

-Cuando escribías… ¿Pensabas en la censura de los ‘verosimilistas’?

-No. De hecho creo que a un estudiante de arte le convendría leer mi novela, más allá de que sea un libro histórico o verídico. Si alguien quiere mirar esto con pinzas, porque conoce la historia del arte, verá que hay -de hecho- una tremenda investigación. Pero la investigación es solamente una forma de permitir que el lector sienta la intimidad con los personajes, y esté cómodo en la novela. E insisto en dicha novela como ámbito lingüístico. Si tú eres fiel y buscas bien, podrás encontrar que de las 91.500 palabras de la novela sólo 90.000 son mías. Las otras las extraje de textos que ya existían, las puse en boca de mi narrador y las alteré un poco. Si ya hay tan buenas descripciones de la Capilla Sixtina yo no pretendería competir con eso. Lo bello está en reescribir libros de historia, de ciencia, de medicina, y en volverlos ficción. Tal vez es más fácil así tocar el corazón de alguien que dándole un libro sobre teoría del color. Lo que digo en la novela está en todas partes. Yo lo modulo. Lo moldeo. Incluso para narrar el horror trato de utilizar un instrumento lingüístico que no esté encanallecido. No puedo ponerte delante de lo vil escribiéndote vilmente.

-¿Te sentiste asqueado ante la mezquindad humana, ejemplificada en la probabilidad de que niñas como Vivanca, presunta concubina del Papa, existieran? Hay en ‘La intriga del lapislázuli’ una proximidad, como en todo tu trabajo, a lo femenino. Una mujer abandonada por su madre, viajando en un carromato, junto a la concubina del Papa. Imagino que tú tuviste que dejar que tus dedos se mancharan, aunque fuera por mera investigación, recabando en sucesos como esos.

-Si tú me pides las pruebas acerca de esa historia no las tendría. Tengo más pruebas de que eso no fue así. En realidad me preocupa que ‘La intriga del lapizlázuli’ sea vista como una novela anticlerical, aunque no dejo de reprochar una conducta censurable hacia las mujeres, que se hace presente en ella.

-No deja de ser interesante la forma como se miden talentos de artistas tan disímiles, y el hecho de que, en una competencia, lo más importante no termine siendo la calidad del arte, sino la obediencia a unos intereses particulares, que no vamos a detallar, para no estropear la lectura del libro a quienes hoy quieran comenzar a revisarlo…

-A mí lo que me interesa de la forma en que se resuelve el concurso es que es finalmente una mujer quien desenrolla el asunto, dándose cuenta de los intereses masculinos. Y a todos les da lo que quiere. Durante la mayor parte de la novela vive opaca, y sólo al final se transforma, y comienza a entrar a fondo en una feminidad negada por la ausencia de su madre, y por un encuentro sorprendente, que es el que cambia su visión del mundo.

-Biancasa comienza siendo menos vigoroso (casi moribundo) que el Papa, y el Papa termina enfermo. ¿Estaba Biancasa realmente enfermo?

-Yo creo que era tremendamente hipocondríaco.

-¿Tanto como tú?

-Algo así.

-Tal vez Dios lo curó, por ser tan piadoso y bueno ¿Crees en algún Dios?

-La mayor parte del día no creo en nada. Pero admiro la fe del carbonero. No es raro encontrar religiosos en mis novelas, y son muy bonitos. Fíjate en eso.

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-Vivancca es un ser extraño. Tiene un componente de perversidad, otro de sensualidad (palabra detestable), y luego decide renunciar a su condición de mujer, cosa que me parece muy sicoanalítica…

-¡Imagínate una mujer metida en la cama del Papa desde los 12 años! Tan pronto ella tiene oportunidad de convertirse en otra cosa, y de volver a ser niña, decide anular su feminidad.

-¿Qué decir del cruel Papa?

-El Papa Julio II no era un hombre desencaminado. Era un gran estadista y un excelente guerrero, que quería hacer un estado pontificio. Algo muy parecido a lo que fue después Italia. Reunió reinos muy distintos. Sometía al mundo a través de sus emisarios. Era cruel, pero era brillante.

-Tuviste problemas en encontrar a ese narrador tan caricaturescamente parecido en su nombre a ti… Fallarini Fiori.

-No. Pero a veces, al escribir me despistaba. Sentía que el narrador era Biancasa. Y aparecen otros más… Ludovico Ariosto. El Dux. Sandro Boticcelli. Son muchas voces que fueron apareciendo. Piensa que hay cerca de 17 protagonistas. Entradas, salidas, voces distintas. Y tuve que sostener muchas visitas de Biancasa a artistas de primer orden… sin que se vuelvan iguales…

-Hay muchos personajes qué destacar. El Virfunccino… Un comerciante de pigmentos. Contrabandista. Y el Melchiadechus (Melquiades) que pintas ahí… Hombres fascinados por la alquimia, pero motivados por la ambición. O los judíos, a quienes no les entra la peste. Pero me conmovió la imagen de Da Vinci en ‘La intriga del lapislázuli’. No deja de notarse ahí tu afinidad por él. No sé si el Papa o Miguel Ángel te caigan del todo bien (espero que no). Pero tu aprecio por Da Vinci supera la simple simpatía…

-Leonardo me parece un personaje fascinante, que se mete a una piscina de éter a sacar cadáveres, loco por la anatomía. Y fíjate lo curioso: él es el único de los pintores que aparece en una forma pedestre y vulgar. Lo adoro. Del tamaño de Leonardo no hay sino Cervantes. Además es el más grande. Miguel Ángel no pintaba como él, y seguramente lo sabía.

-Una pregunta más pedestre y contractual… ¿Por qué te fuiste de Alfaguara?

-Porque estaba por publicar mi quinta novela, y para ellos era una más entre las obras de sus muchos autores. Estar en el catálogo de Alfaguara era sin duda una cosa buena y atractiva. En ese entonces Pilar Reyes se fue a vivir a Madrid. Yo le entregué el manuscrito a Rodrigo. Él me garantizó, con mucha amabilidad, que lo va a publicar. Pero yo decidí llevárselo a una segunda editorial, pensando que en un lugar como en Norma podría ser más fácil internacionalizarse. Lo que sucede ahí es extraordinario: Llegué con el manuscrito de ‘Mácula’, que era el nombre original de la novela, a Norma. Tenía 170 páginas. Lo recibió Gabriel Iriarte, y se puso a trabajar conmigo. Durante dos años construimos esto -él como editor, y yo como escritor-. Gabriel me dio muchos consejos y claves sobre la novela histórica. También sobre los personajes. Al final conseguimos una novela que tiene el doble de su tamaño original. Él se ganó su labor de editor, y con su entusiasmo se adueñó legítimamente del libro.

-¿Por qué partiste la novela en dos?

-Para crear una idea de pausa. Para darle un sentido dramático y narrativo, tal como cuando una pantalla de cine se pone negra.

-¿Lo de Santillana es un hiato, o es definitivo?

-Eso no lo sé. Por ahora estoy en el proceso de publicar dos novelas históricas con Norma. Pero tengo un infinito cariño por Santillana. Eso lo resolverá mi agente (ya afortunadamente esos problemas no son sólo míos). En cuanto a las dos novelas, estoy luchando por escribirlas. En nueve meses no había visto la luz. El domingo pasado trabajé por 12 horas. No escribí nada. Pero ya voy encontrando el tono del narrador, y consiguiendo la investigación.

-Hay algo que siempre dicen los creadores y que a los demás les suena a fabulación. Es que los personajes toman vida. ¿Tú sostendrías este argumento, sin repetir lo que se ha dicho muchas veces?

-Me encanta la sensación de que un personaje ya está vivo. Cuando el escenario comienza a verse ya bien apretado y natural. Igual que cuando llegas a tierra caliente lo hueles. Una vez una novela arranca tienes la sensación de que los personajes se te van. Es un lugar común, pero es así. Los personajes de ‘La intriga del lapislázuli’ parten de Vasari. Yo traté de leer italiano, y de traducir. Hecho eso ya comencé a construir los personajes de una novela, sometidos a las reglas de un ámbito lingüístico. Estoy muy agradecido con Vasari, y con todos a los que les robé pedazos de la historia de Italia. Una novela histórica es la reescritura de muchos libros. ¿Quién se va a poner solo a leer a Kenneth Clark o a Giovanni Papini? Gabriel Iriarte me señaló mucho el deseo de la gente de aprender cosas.

-Te oigo toser mucho, como Biancasa.

-¿Crees que estoy próximo a morir?

-Estoy seguro de que no. Pero tal vez sí eres hipocondríaco, igual que él.

Andrés Ospina, mayo de 2011.

 

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