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Comencemos por ser claros. El mundo del espectáculo es un teatro de máscaras. Una acumulación de rostros y cuerpos escondidos bajo la complicidad de un maquillaje y un escenario debidamente acondicionados. 

Hay unos espectadores y unos actores. Cada uno dando cumplimiento a su tarea. Los unos miran, abuchean, murmuran y aplauden. Los otros posan, se contorsionan, escandalizan, se reinventan, y tratan de lucir divertidos. A veces la hacen de poetas malditos, de incomprendidos o de bonachones.

Por eso me conduelo de la ingenuidad de quienes siguen pensando que Madonna es ninfómana, que Peter Manjarrés es ‘el caballero’, que Marilyn Manson es el Anticirsto, o que The Artist Formerly Known as Juan Esteban Aristizábal ‘es un bacán’. Como si no hubiera algo llamado ‘manejadores de imagen’ y como si no existieran cosas denominadas ‘marketing’, ‘demagogia’ y ‘manipulación’.

No conozco personalmente a Juan Esteban ni he jamás he tenido el dudoso privilegio de hablar con él.  Pero de Juanes, en su calidad de figura pública, sí puedo discutir con largueza.

Establecidas estas diferencias entre el yo privado de Juan Esteban, quien posiblemente es un buen tipo, y el yo público de Juanes, procedo entonces a plantear mis argumentos, preparando por supuesto el chaleco antibalas.

La música de Juanes me gusta tan poco como la de Silvio Rodríguez.  La razón para tal característica común es que en ambas encuentro un halo de falsedad. Silvio Rodríguez es un revolucionario que viene a las capitales de América del Sur a alojarse en los hoteles Hilton. Juan Esteban Aristizábal es un thrashero que –motivado por la posibilidad de convertirse en superestrella– se convirtió al pop-arriero-humanitario.

Ahora bien. Las poses públicas de Juanes tienen una causa obvia y entendible, aunque no del todo justificada.  A él. O mejor: al personaje que él encarna, le conviene figurar. Y si tal figuración está ligada a alguna causa humanitaria y le granjea la simpatía de los incautos o de los Uribe-patrioteros de ocasión, mejor todavía.  Para que haya demagogos vendedores, como Juanes, tiene necesariamente que haber compradores ingenuos, como nosotros.

En la misma forma como, en otros flancos, a su imagen le conviene estar asociada con la de alguna marca en particular. Y cuando ello viene acompañado de unos honorarios, entonces el círculo está cerrado.  La trayectoria ascedente de su faceta de anunciador público comenzó con los colegiales de Verlón y ya va en Sony Ericcsson. ¿Qué vendrá luego? ¿Microsoft?

Una de las habilidades principales de los manejadores de imagen es la de fabricar ídolos a la medida de las necesidades o de las expectativas generacionales. Y por estos días el país necesita un rockero antioqueño, humilde y políticamente consciente. Uno que se atreva a decir sin temor que «Colombia es la chimba», y cuyo manager afirme haberlo visto leer ‘El capital’ para entender a Marx.

El mayor beneficiario con toda esta sarta de debates inútiles acerca de si Juanes debe o no presentarse en Cuba es Juanes mismo. Y de remolque, toda la maquinaria económica que él trae tras de sí. Los otros, en la lista de espera, son los oportunistas como Mario Muñoz, de Doctor Krápula, quien afirmó en una reciente edición del periódico El Tiempo que «estaría dispuesto a ir con gusto a tocar junto a Juanes en Cuba» (otro que quiere subirse en el bus de la demagogia con tiquete a la perla del Caribe incluido); o como Ana Belén, quien también expresó su intención de «unirse a la causa». 

Es del todo intrascendente el que Aristizábal haya decidido convertir a La Habana en la próxima sede de su payasada seudofilantrópica. Pero no creo que él sea culpable. Juanes es un vendedor de discos y por tanto, según la lógica del mercado, tiene derecho de esparcir su rango de influencia hasta donde lo encuentre posible y necesario.

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La protesta desatada entre los cubanos exiliados en Estados Unidos no hace nada distinto a favorecer los intereses de Juanes y su manejador. No me es difícil imaginármelos a los dos celebrando en su residencia de Miami (y/o) Envigado e intermedias, toda esta ola de free press y de debates entablados en su nombre.

El que los Estefan, desde su prisión de Guantánamo de la música latina, estén liderando una protesta en contra de Juanes. Y el que algunos estén efectuando quemas de sus discos, no es algo que en el fondo vaya a incidir en sus ventas (que al final es lo que a él y a su manejador en verdad importa).

Conociendo como conozco los procederes de Fernán Martínez, habilidoso vendedor de figuras, no me resulta extraño suponer que en un despliegue más de sabiduría en materia de marketing toda esta situación hubiese sido orquestada en su mente de viejo zorro. Si lo vemos desde la perspectiva del mercader de mentiras espectaculares, Martínez es un verdadero genio. A veces la brillantez parte del descubrimiento de la afinidad del género humano por la ridiculez.

Con oportunistas, opositores, demagogos y demás bestias a bordo, Paz sin fronteras sigue en avanzada y, de no ocurrir un milagro, habrá de llevarse a cabo el próximo 20 de septiembre.

El gran indignado, en realidad, debería ser todo el pueblo cubano residente en la isla. Porque gracias a este discurso mentiroso y demagógico, orquestado de seguro desde el escritorio de Fernán Martínez, han quedado en el centro de una polémica de la que no tendrían por qué ser protagonistas. Sin casarme con convicciones mamertoides creo que abrazar a un producto prefabricado como Juanes en suelo cubano es, de cierta manera, la antípoda de los supuestos ideales defendidos por la Revolución. 

Ahora, por cortesía del ingenio de Martínez y de la obediencia de Juanes, medio mundo (incluido El Blogotazo, por supuesto) está hablando de él. Por eso comienzo a pensar que la verdadera protesta debería tener como predicamento no mencionar a Juanes.

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