A papá, ese hombre dulce que se evaporó…
En la casa de mi infancia
hubo un jardín con azaleas
moradas, blancas y violetas,
árboles de brevas con sus frutos
dulces y suaves,
peras, durazneros,
matas de rosas con espinas
que rayaban nuestras manos,
sietecueros, pinos, eucaliptos,
enredaderas que remontaban
los muros de ladrillos,
daban curubas con las que mamá
hacía jugos espumosos,
y árboles de moras rojas
e hinchadas que
Carolina, Daniel y yo
comíamos con entusiasmo…
Una fuente reproducía
el murmullo de la vida
en compañía del canto
de copetones y mirlas
que hacían nido sobre
los pinos y eucaliptos
mientras mamá
nos sentaba a leer
o revisaba nuestras tareas…
Roco,
nuestro bóxer ciego,
era el rey de un lugar
en el que las lombrices,
orugas, caracoles
y marranitos
reclamaban un pasto
de un color intenso
y una tierra negra,
fértil y cargada
de ese olor a minerales,
restos vegetativos, musgos
líquenes y microorganismos…
Los colibríes
picoteaban el néctar
de las flores
mientras que papá
me enseñaba a pegarle
al balón de fútbol
con el empeine,
Daniel caminaba sobre
las piedras para mejorar
su posición corporal
y Carolina era una adolescente
de pelo pintado
que escuchaba a Madonna,
Prince, Eurythmics,
Billy Idol,
y Brian Adams…
Los domingos papá
invitaba al tío Omar
con nuestras primas
Francesca, Olguita y Samantha,
y a sus primos Oscar, Beatriz,
José, Silvita y Luisita…
Hacíamos asados
y hablábamos de historia,
fútbol, literatura, poesía,
y la vida más allá
de los confines
del mundo…
La casa de mi infancia
es hoy un edificio más,
una estructura de concreto
y sin color,
que algún niño
reclamará algún día
como paraíso perdido…
Eduardo Bechara Navratilova
escarabajomayor1@gmail.com
Buen poema, Eduardo. Felicidades. Un rezo por el recuerdo de tu padre, gran señor.
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