Conversación con «El Pibe» Valderrama – Por: Eduardo Bechara Navratilova
Niños de diversas edades hacen la veintiuna y pelotean sobre la grama húmeda del ‘Northeast High School Stadium’, a la espera del «Pibe» Valderrama. Ha llovido y el cielo de Filadelfia está nublado, pero los cientos de futbolista aspirantes se dan cita desafiando el mal tiempo.
Siro Pérez vuelve de la carpa de Verizon luciendo su camiseta roja con la insignia del periódico Al Día. – Hay trescientos doce niños inscritos -, dice acomodando al hombro el estuche de su computador personal.
– Muchos son norteamericanos -, comento ante una rubia de unos catorce años. Pisa la bola, la picotea con el empeine y hace la veintiuna sobre la pista de tartán.
– Es que el «Pibe» atrae mucha gente. Es una figura mundialista. -. La joven posa para la foto con sus medias azules con blanco como nubes en el cielo. Ajusta su saco gris con la frase: «Freedom Soccer», y sonríe con su cola de caballo inclinada sobre uno de los hombros.
– Mira esa imagen -, indica Siro con la cámara apuntada hacia un papá y un hijo luciendo la camiseta del Junior de Barranquilla. – Eso es lo que me gusta de mi gente -. Posan para la foto. Retrato a un grupo de niños rubios de unos siete y ocho años, un par de balones en las manos. Su entrenador detrás de ellos como ángel guardián.
– ¡Santander! -, exclama Siro ante un hombre que pasa luciendo el uniforme de Verizon.
– Siro, andas por todos lados -, responde el afro-colombiano estrechándole la mano. Me saluda y se va de forma presurosa.
– Es Santander Ospina, jugó en el fútbol profesional colombiano. Hoy en día es ‘coach’ de divisiones inferiores aquí en los Estados Unidos. Le va muy bien -, cuenta Siro mirando su reloj de pulsera. – Vamos que faltan cinco para las nueve -, indica en dirección a las graderías. – Gracias por ayudarme a preparar la entrevista.
– Siro, para eso son los amigos -. Subimos las escaleras que llevan a los camerinos.
Tito Pérez llega con su cámara colgada al hombro. – Casi no encuentro el parqueadero -, dice abriendo los ojos.
Siro le hace un guiño de reproche. – Hay que madrugar, hijo.
Un funcionario de Verizon nos lleva a un camerino forrado por ‘lockers’ rojos. Siro prende su computador personal y hace algunas anotaciones en su libreta de apuntes. Tito monta la pantalla reflectora.
Saco una copia de «Unos duermen, otros no». Escribo en la página inicial: Para Carlos el «Pibe» Valderrama, embajador de Colombia en todas partes del mundo.
El «Pibe» entra luciendo su cabellera de rizos dorados que hizo famosa en los mundiales de Italia 90, Estados Unidos 94 y Francia 98. Camina con el pecho altivo. Dibuja una sonrisa en el rostro. Su estampa igual a la de sus años mozos, la juventud a flor de piel, como si el tiempo no le pasara. – Bienvenido a Filadelfia -, le dice Siro estrechando su mano. – «Pibe», él es Eduardo Bechara, escritor colombiano.
– Carlos, mucho gusto -, le digo apretando su mano. Su muñeca plagada de pulseritas coloridas. – Quiero regalarle una copia de mi segunda novela -. Le entrego el libro. Lo toma y ojea la portada y contraportada. Un cúmulo de collares vistosos sobresale por el cuello de su camiseta blanca de Verizon. Pasa su brazo por mi espalda. Pongo el mío sobre su hombro, mi mano bajo una candonga plateada que cuelga de su oreja. Siro toma la foto.
Tito hace algunas pruebas de luz disparando el flash de su cámara al vacío. La deja de un lado y toma la filmadora. – Estoy listo.
Siro y el «Pibe» se sientan sobre la banca de madera. – «Pibe», muchas gracias por concederle esta entrevista al periódico Al Dia -. Siro habla sobre el micrófono, un ‘block’ de papel blanco apoyado en su muslo. – Estados Unidos está viviendo momentos importantes en su fútbol profesional -, añade inclinando su cuerpo hacia delante, – especialmente Filadelfia, que ahora cuenta con un joven equipo profesional en la MLS, el ‘Philadelphia Union’. ¿Cuál es su opinión al respecto?
– Los felicito, creo que eso es muy bueno para los Estados Unidos, esperamos que sigan creciendo -, responde apoyando los codos en sus rodillas. La copia de «Unos duermen, otros no», en su mano. – Cuando nosotros llegamos hace algunos años, sólo había seis equipos, ahora son dieciséis. Esta ciudad se ha iniciado con un muy buen equipo y les deseo suerte, que sigan para adelante, especialmente aumentando el número de aficionados.
– Roger Torres, un chico colombiano de apenas dieciocho años que empieza en el profesionalismo de la MLS con el ‘Union’, nos manifestó que una de sus características es el «pase gol», una jugada que lo hizo famoso a Usted. ¿Qué le aconsejaría?
– ¡Éxitos! -, dice el «Pibe» asintiendo. – Creo que él está viviendo una experiencia inolvidable, porque con apenas dieciocho años está en una liga importante -, añade perdiendo su mirada en el vacío. – Por lo que he escuchado, es un hombre de calidad, una persona seria, espero que siga así, que nos siga representando de una forma importante y positiva que es lo que queremos todos los colombianos.
– Afuera lo están esperando más de trecientos niños y jóvenes que vinieron con sus padres y sus sueños. Si regresamos al mundial de México 70, cuando usted tenía la edad de muchos de ellos y vio por primera vez en televisión un mundial, usted soñaba con ser jugador de fútbol. Ahora se repite esa misma escena para muchos niños que están afuera, verán el mundial de Sudáfrica 2010 y tienen el sueño de llegar a ser jugadores profesionales. ¿Qué les aconsejaría?
– Los sueños se logran dependiendo de lo que uno quiere. Creo que si uno pone el esfuerzo desde niño como lo puse yo en mis épocas de niñez y juventud, en las que quería ser jugador de fútbol profesional, siempre iba a practicar, estaba ahí presente cuando se realizaban prácticas, estaba ahí cuando se presentaban esta clase de oportunidades, como éste evento, los sueños se vuelven realidad -, dice asintiendo. Sus chutos dorados bamboleantes en su cabeza. – Espero que todos los niños que están afuera esperándome se diviertan y disfruten la clínica. Nosotros estamos dispuestos a enseñarles algunos «truquitos» del fútbol. Mi consejo es para los padres de familia: sigan apoyando a sus hijos; eso es lo más importante.
– Usted siempre fue un hombre disciplinado, un líder, adentro y afuera de la cancha. ¿Cuál es el consejo para los niños que lo están esperando afuera?
– Mucha disciplina y mucho corazón -, responde subiendo la mano al pecho. – Yo pienso que en el fútbol el corazón hace muchas cosas, pero la disciplina es lo más importante. Esperamos que sigan por éste camino, asistiendo a esta clase de clínicas que son de gran ayuda para que se les cumplan sus sueños.
– ¿La salsa o el vallenato? -, pregunta Siro de forma espontánea.
– ¡La salsa! ¡La salsa! -, dice el «Pibe» enderezando la espalda. – Yo soy salsómano.
– ¿Definitivamente dejo Miami? ¿Está viviendo en Santa Marta?
– Ya deje Miami y estoy en la costa colombiana. Ya tuve mi experiencia por acá, pase muy bien gracias a Dios, voy y vengo, tengo muchos compromisos acá, pero estoy viviendo en Colombia.
– Usted tuvo la experiencia de la MLS en Tampa y Miami en los noventas y a principios de esta década. Lamentablemente ya no hay fútbol profesional en la Florida. ¿Cuál sería su consejo para el nuevo equipo de Filadelfia, sus directivos, jugadores y seguidores?
– Mucha tranquilidad, pienso que los aficionados son muy importantes para integrarlos al proyecto. Mi consejo para los aficionados, es que acompañen a éste equipo. Es muy lindo tener un equipo en su ciudad, hace mucha falta, así como le hace falta ahora a la gente de la Florida. Hay que aprovechar esta linda oportunidad, que la mantengan, que vayan al estadio que es lo más importante, que apoyen mucho al equipo y a los jugadores.
– ¿Maradona o Pele?
– Maradona, Maradona.
– ¿Su candidato al titulo de Sudáfrica? -. Siro dibuja una sonrisa.
– Argentina y Brasil.
– ¿Cuál de los dos? -, pregunta buscando los ojos del «Pibe».
– La final será Argentina Vs. Brasil. Va a ganar Argentina -, el «Pibe» pliega los labios.
– De las últimas preguntas, «Pibe». Selección Colombia. Todos los colombianos desean ver a la selección en el Mundial de Brasil 2014. Muchos quieren verlo dirigiendo la selección. ¿Qué piensa al respecto?
– No, no, ya tenemos técnico y cuerpo técnico nombrado -, aclara subiendo las cejas. – Esta el «Bolillo» Gómez con Leonel Álvarez. Empezamos bien. Tenemos cuatro años para prepararnos. El objetivo es ir al mundial. Con éste cuerpo técnico, con la calidad de jugadores y la disciplina que les imprime el «Bolillo», podremos lograr la clasificación. Ya esta bueno, ya llevamos tres mundiales sin estar ahí -, añade arrugando la frente. – Pienso que se va a lograr el sueño de volver a un mundial.
– ¿Si lo llaman a trabajar con la Selección iría?
– ¡Claro! Ese es mi sueño.
– Tito, tómanos unas fotos. Eduardo, ven para acá -, me indica Siro señalando el otro lado de la banca. El «Pibe» pasa su brazo por mi espalda y yo lo poso sobre su hombro. Tito cuadra la luz. Me inclino hacia el «Pibe». Tito dispara la cámara varias veces. Nos muestra una foto en la pantalla. Siro sale con una sonrisa amplia. El «Pibe» con una sonrisa de boca abierta. Sus ojos vivaces. Yo con mi barba recortada, la camisa a cuadros y arabescos que Tatiana confeccionó hace casi cuatro años. En mi cuello el cuarzo brasilero que Eduardo Bechara Baie me dio en Itacaré para la buena suerte, la cadena con el crucifijo que mamá me regaló de grado en la Maestría de Escritura Creativa en Temple.
El «Pibe» exhibe «Unos duermen, otros no» con las dos manos y sonríe con sus pómulos salidos. Tito le toma algunas otras fotos en las que muestra la novela como un trofeo. Deja el libro en la banca y lo tomo en mis manos. – Eche, trae pa’ca que es mío; me lo voy a leer -, dice rapándolo de mis manos. Siro se ríe.
José Carbone llega libreta en mano. Jesús Rincón, el fotógrafo de «La hora de la Patada», cuadra la cámara para su entrevista.
– ¿Viste como me quito el libro?
– Me pareció muy simpático -, responde Siro.
– Esa son de las cosas que uno extraña de Colombia, la espontaneidad. Tanta reglamentación cohíbe a la gente. Uno se va volviendo igual. Tiene que llegar el «Pibe» para mostrarte lo frío que te has vuelto. Es un poco triste. Muy buena la entrevista -, añado susurrando ante la primera pregunta de José. – Se la hiciste de forma espontánea. El «Pibe» sonreía todo el tiempo. Mira que ahora no lo está haciendo.
– Me fue saliendo sin pensarlo tanto.
– Tocaste aspectos de su vida personal. El tema de los sueños es muy importante. Contrastaste el suyo con el de los niños afuera.
Hablamos algunas otras cosas mientras José entrevista al «Pibe». Tito termina de desarmar su equipo y viene hacia nosotros -, se me acabó la pila justo en el momento más importante -, confiesa subiendo el borde de su labio. Siro frunce el seño. – Pero alcancé a tomar unas buenas fotos.
José y Jesús terminan la entrevista y salen seguidos por Siro y Tito. Un norteamericano en sudadera llega al vestuario. – Carlos, éste es el locker número 10, como la camiseta que usted usaba -, dice en un español mal pronunciado. – ¿Podría firmarlo? -, pregunta abriendo sus ojos claros. El «Pibe» toma el marcador e inscribe su autógrafo sobre la superficie metálica. El hombre abandona el lugar y quedamos el «Pibe» su jefe de prensa y yo.
– «Pibe», el éxito que tuvieron luce más grande ahora que llevamos tres mundiales por fuera.
– Fue una buena época -. Forma un arco con los labios, algunas canas visibles en su bigote recortado. – Nos ha costado trabajo volver a un mundial.
– Unas por otras, ¿no Pibe? Aquí tienes cosas que no hay allá y allá hay cosas que no tienes aquí.
– Claro, como todo en la vida.
– En Estados Unidos la gente es fría. Les falta ese calor latino, la espontaneidad a flor de piel.
– Así es aquí. Yo estuve en los Estados Unidos por doce años -, dice corriendo sus pulseras hacia atrás. – La gente es fría en todos lados. En Miami es distinto, pero en Tampa, donde jugué por dos temporadas, eran muy distantes.
– Desde que vivo aquí aprecio mucho el calor humano de los latinoamericanos, esa chispa que allá damos por sentada pero que en el resto del mundo escasea. Los norteamericanos no entienden la ironía, eso me parece curioso.
– Tienen un sentido del humor diferente -. Levanta los hombros.
– En esta época de elecciones es mejor no hablar de política, ¿cierto «Pibe»? -, pregunto dibujando una leve sonrisa.
– Sí, sí. El país está dividido.
– «Pibe» muy interesante eso que dijiste con respecto a los sueños. Yo siempre he dicho lo mismo. Todo comienza con un sueño.
– Así es, uno puede hacer lo que quiera en la vida; aunque debes trabajar por conseguirlo.
– El trabajo es lo que marca la diferencia entre los soñadores que se quedan con sus sueños como sueños y aquellos que los materializan. Concuerdo en que lo más importante es el trabajo y la disciplina.
– Es muy fácil soñar, pero el sacrificio es doloroso.
– Claro, tiene su precio -, digo abriendo los ojos. – Yo sacrifiqué el dinero por mi escritura. Podría tener una casa propia con una familia y no tengo nada. Mi cuenta bancaria no llega a los quinientos Dólares.
– Tienes tus libros -, dice levantando la novela. – Son pocos los que en realidad luchan por sus sueños.
– Hay mucha gente que intenta sabotearte. ¿Sabes cuántas personas me dijeron que yo no era escritor? -. Niega con la cabeza. – Todo mundo -, añado frunciendo el ceño. – El universo está lleno de castradores. Profesores, compañeros, tus propios amigos y hermanos, algunos padres. Todas aquellas personas que en algún punto fueron soñadores pero luego desistieron -. Afila su mirada. – Son un obstáculo más que debes superar. Por fortuna mis papás siempre han apoyado los míos. Por eso me identifiqué cuando dijiste que lo más importante es que los papás apoyen a sus hijos.
– Eres afortunado.
– Cuando yo era chico me encantaba el fútbol. Tenía algo de técnica pero era debilucho. Me la pasaba jugando fútbol en el recreo en vez de ir a almorzar. Siempre era el último en ser seleccionado entre veinticinco jugadores del equipo del colegio. El entrenador me ponía a jugar los últimos tres minutos del partido, si es que íbamos ganando, sólo porque mi papá iba a verme. Él nunca pudo jugar porque le dio polio en una pierna a los tres años -. Hundo los bordes de la boca. – «El próximo año no te metas al equipo, yo te voy a entrenar», me dijo papá aburrido de verme en la banca. Se compró libros de entrenadores europeos, las biografías de Martina Navratilova y Pelé, ideo un plan de entrenamiento y se dedicó a fortalecerme y mejorar mi fundamentación. Entrenábamos todos los días cuando él volvía del trabajo. Los lunes y miércoles hacíamos ejercicios de fortalecimiento físico y los martes y jueves ejercicios de técnica y fundamentación. Al cabo de tres años me volví un gran futbolista, aunque me tiré noveno y me echaron del colegio -. Levanto los hombros. – No me dediqué al fútbol porque me desgarraron el muslo a los dieciocho años, seguí jugando lesionado y nunca sanó bien. No volví a ser el jugador de antes. Eso fue triste, aunque me quedó la enseñanza de papá. «El cielo es el límite», solía repetir. Él me demostró que con trabajo y disciplina uno puede conseguir sus sueños. Lo mismo que tú dices.
Un periodista llega con una grabadora en la mano y el «Pibe» se queda con la respuesta en la boca. – Carlos, ¿podrías grabar una cuña para un programa local? -, le pregunta con acento puertorriqueño. El «Pibe» repite lo que el hombre le dice y al final agrega: – Todo bien, todo bien.
– No, no -, lo corrige cuadrando la grabadora de nuevo. – Debes repetir lo que yo dije -. El «Pibe» se voltea hacia mi, arruga los ojos y sube una ceja.
– Él no sabe que esa es tu frase más famosa -. El funcionario de Verison entra y le indica que es hora. Salgo detrás de ellos. El «Pibe» se monta en un carrito de golf y es llevado al campo de fútbol.
Es difícil entender que una figura como el «Pibe» también tuviera un sueño antes de hacerlo realidad, pienso de cara al círculo de niños, padres e instructores que lo aplauden a su llegada. Tomo algunas fotos y bajo por la tribuna junto a un grupo vallenato que toca el acordeón y canta en medio de un centenar de colombianos que ondean banderas con el tricolor nacional.
– Nadie debe pedirle un autógrafo o una foto durante la clínica -, indica el organizador ante la mirada entusiasta de los niños sentados sobre el paso. – Al final habrá un espacio para ello -, añade micrófono en mano.
Julio Largo, de Acción Colombia, le hace entrega de una proclama de la ciudad de Filadelfia. Milton Rico, baterista de «Riko», le entrega una placa de cristal luciendo el segundo uniforme de la selección Colombia. El «Pibe» hace algunos ejercicios de calistenia y de balón, tras las directrices del organizador. Rebota la bola de un pie a otro ante los camarógrafos.
Dividen a los niños de acuerdo a sus edades. Los más pequeños son llamados de primero. Cada uno de ellos le da la mano al «Pibe» y se va con su respectivo instructor. El campo se llena de jóvenes luciendo uniformes de pantaloneta negra con la camiseta roja de Verizon. Rebotan la bola en sus pies, la conducen alrededor de conos anaranjados y se hacen pases por parejas. El «Pibe» llega al primer grupo y corrige a un joven en la forma en que debe pegarle al balón con la parte interna del pie.
– Nos salió bien el evento, ¿no? -, pregunta Leity Rodríguez-Largo con agrado en su rostro.
– Es muy publicitario, pero sin duda es inspirador -. El «Pibe» posa con los instructores, el director del evento y el primer grupo ante la cámara. – Muchos de estos niños tienen el sueño de ser jugadores de fútbol profesional, así como lo tuvo el «Pibe». Lo que la gente no sabe es que a él le tocó duro. Nadie le regaló nada -, añado inclinando la cabeza. – Fue excluido de Millonarios por bajo rendimiento antes de que su éxito llegara en el Deportivo Cali.
– ¿En serio? -. Leity arruga los ojos. – No tenía ni idea de eso.
– Sí, porque casi todo mundo lo conoció en su esplendor. Eso es lo que pasa con las figuras. La gente las recuerda cuando están en la cima, desconociendo que recorrieron un camino de sacrificios para llegar hasta allá -, digo mostrando las palmas. – En Millonarios despreciaron su verdadero potencial. Lo consideraron un jugador con poca movilidad. Decían que jugaba sembrado al piso. Lo recuerdo bien, porque en esa época yo iba con mi papá a fútbol todos los domingos. El «Pibe» pasó desapercibido y salió por la puerta de atrás. Fue en el Cali donde entendieron que su fuerte era servir de pivote -. Camina hacia el segundo grupo, instruye a los niños en algunas técnicas futbolísticas y se toma la foto. Hace lo mismo con los siguientes grupos.
Es difícil precisar cuándo se visualizó como futbolista, aunque debió ser desde muy pequeño. Venía de una familia de futbolistas. El hecho de ver a sus primos y familiares luciendo los uniformes del Unión Magdalena, el Junior, Millonarios y otros equipos profesionales colombianos, sin duda le hizo entender que su anhelo era alcanzable. Si sus familiares lo habían logrado, él también podía. El mundo del fútbol profesional, lejano para otros, era accesible para él, un camino predeterminado por el hecho de haber nacido en la familia Valderrama. Las condiciones en las que creció, con un balón de fútbol en sus pies desde la cuna, y las conexiones con los directivos de los equipos de la costa atlántica colombiana, le ayudaron a abrirse camino. El éxito posterior llegó por su trabajo y dedicación. El caso de Diego Forlán de Uruguay es parecido. Su papá, Pablo Forlán, jugó en el fútbol profesional uruguayo en los setentas. Su abuelo, Juan Carlos Corazo, fue director técnico de la selección uruguaya en el mundial de 1962. Puedes nacer en una familia de futbolistas pero eso no quiere decir que vas a ser una estrella. ¿Cuántos no han crecido con esas mismas oportunidades y jamás llegaron a jugar un mundial? El ambiente en el que te formas puede ayudarte a dirigir tus objetivos, pero es el esfuerzo constante de tus músculos, el sudor de tu cuerpo, la determinación de tu mente y el sacrificio de entrenarte todos los días – mientras que los demás andan de fiesta, durmiendo o disfrutando tiempo con sus familias -, lo que te hace dar pasos hacia delante. El método con el que lo hagas, la inteligencia emocional y una correcta toma de decisiones, terminan construyendo tu propia historia. El mundo está lleno de soñadores. Hay uno en cada uno de nosotros. Todos podríamos ser grandes futbolistas, grandes artistas y filósofos, si así lo quisiéramos, nos pusiéramos en el empeño y dedicáramos nuestra vida a ello. – Cualquiera de ustedes puede ser un gran escritor -, le digo a mis alumnos el primer día se clase. – Si dedica su vida a ello y lo anhela desde la entraña -, añado posando la mano en mi vientre. – Claro, eso tiene un precio.
Milton Rico le enseña a su grupo a conducir el balón con golpes cortos, haciendo ochos en los conos. Él tiene el sueño de ser un baterista exitoso con «Riko», el grupo de rock conformado por tres hermanos de Duitama, Colombia, radicados en Filadelfia. Su hermano José, el vocalista, anda en Miami grabando las voces de su primer disco que sale en septiembre. Su hermana, Mariane, encargada del teclado, estudiará música para perfeccionar su arte.
Tito sigue al «Pibe», cuadra su cámara frente a él, ajusta el lente y lo retrata sonriendo ante dos niños que se disputan un balón con las manos. Tito sueña con ser reconocido por fotografiar personalidades. Siro también sueña, a pesar de estar en una etapa más avanzada de la vida. Añora posicionarse como un «comunicador futbolístico» para el mundo de habla hispana residente en el noreste de los Estados Unidos. Quiere publicar un libro llamado «Juegüelo con los pies & gánelo con la cabeza», en el que enseñe de forma didáctica las reglas de juego del fútbol. «Essi» Brainsky, de tan sólo nueve años, fue seleccionado en las divisiones inferiores del «Philadelphia Union». Sus papás, Andy Brainsky y Yetty Usher, lo llevan a sus entrenamientos todas las tardes y fines de semana. Su hermana Hannah, de siete años, una asesina en el área, sueña con jugar un mundial de fútbol femenino.
El «Pibe» llega al grupo de los niños más grandes. Les da algunas directrices, los ve dominar la bola y hacerse pases de cabeza. Corrige la forma en que deben pegarle señalando el centro de su frente. Cabecea el balón arqueando la espalda y lanzando el cuerpo hacia delante. Posa para la foto abrazado con Santander Ospina. Cada uno de los niños sonríe con un balón en la mano.
Carlos Valderrama se visualizó como un jugador mundialista y cada una de sus jugadas lo fue llevando hacia su meta. Juan Pablo Montoya, se vio como corredor de la Formula Uno. Sus pasadas precisas y triunfos en la formula 3000 y la Cart lo llevaron a ello. Más importante aún, el corredor colombiano llegó a ser el desafiante de Michael Schumacher, porque se consideraba mejor que el hepta-campeón del mundo. Su confianza en si mismo era absoluta. Alguna vez escuché a Juanes diciendo: «Si ese otro cantante pudo llegar tan lejos, ¿yo por qué no puedo?». Shakira era una quinceañera en Barranquilla, con el sueño de ser una artista a nivel mundial. Cantaba en algunos clubes sociales de la ciudad. La misma gente que la aplaudía se reía cuando ella les llegaba con ese cuento. He escuchado las canciones de Shakira hasta en la República Checa y Turquía. Cuánta gente no se ha reído de los sueños de los demás. ¿Cuántos no se burlaron del «Pibe», un niño iluso con el sueño de ser futbolista? ¿Cuántos no se ríen de mí? «Un ‘man’ que se cree escritor», un «pobretón», que lo ha sacrificado todo. «Escribe crónicas como si se sintiera el personaje de una novela». Cuántos otros soñadores no deberán enfrentarse a la envidia de los demás, aquel mal endemoniado que nos muestra su peor cara.
A todas aquellas personas que critican a los demás por tener sueños y buscarlos, así sea de forma quijotesca, les tengo una recomendación. También podrían hacer realidad sus sueños, si es que en verdad lo quieren y el llamado les viene de adentro. No hay que desanimarse si al principio no llegan los resultados. Es necesario ser perseverante. Pedalear en una bicicleta estática puede no llevarte a ningún lado, pero tus músculos se están fortaleciendo. El persistente siempre llegará más lejos que el talentoso porque su persistencia nunca lo abandona. El talento se esfuma si no se ejercita.
Siro llega a mi lado con ojos iluminados. – Ven te presento a Viviana Marmolejo. Es una caleña lindísima que quiere una foto con el «Pibe» -. Sube las cejas un par de veces. – Me dijo que el sueño de su hijo es ser futbolista -. Señala a una joven de cintura esbelta enfundada en una chaqueta y jeans descaderados. – Él es el escritor del que te hablé -, le indica a la joven mamá. La saludo con un beso en la mejilla. – Eduardo me ha enseñado a ir perfeccionando mi escritura.
– Siro me dijo que tu hijo quiere ser futbolista -, digo ante su sonrisa de dientes ordenados.
– A Brian le gusta mucho el fútbol, por eso lo he puesto a entrenar en equipos aquí -. Inclina su rostro de piel morena hacia uno de los lados. Su pelo liso se resbala por el hombro. – Si él llegara a ser un jugador profesional, sería un orgullo para mí -, añade peinando un mechó de su frente.
– Que bueno. El «Pibe» dijo que los papás siempre debían apoyar los sueños de sus hijos.
– En la entrevista que le hice a Roger Torres, me mostró que lleva tatuado el nombre de su mamá en el antebrazo -, cuenta Siro. Saca un recorte de periódico y nos muestra la foto. En la parte posterior de su muñeca, tatuado en letras estilizadas, el nombre de «Ludy». – Roger lo besa cada vez que anota un gol.
El grupo vallenato canta en la tribuna. Los colombianos corean el nombre del «Pibe». Carlos los saluda levantando su brazo.
Shakira ha dicho que si uno es talentoso pero no tiene disciplina, ahí no hay nada. Pablo Picasso nos dejó una máxima trascendental: «La inspiración existe, pero debe encontrarte trabajando». Cada personalidad que vemos posesionada de su papel comenzó con un sueño. Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Milan Kundera y los demás escritores exitosos, estaban escribiendo sus obras mientras que el mundo giraba afuera. Pelé, Maradona, Zidanne, Kaká, Messi y muchos otros futbolistas excepcionales, han pasado a la historia gracias a un talento que han perfeccionado con esfuerzo y dedicación. Robinho dijo en declaraciones recientes que le gustan las medidas estrictas de Dunga. Confesó que en el mundial de 2006 la selección brasilera anduvo de fiesta y por eso perdieron. Beethoven, Elton John, Mick Jagger, Bono, han sido músicos trabajados. Nelson Mandela, John F. Kennedy, Barack Obama y el resto de políticos influyentes, crecieron todos con sueños grandes y lucharon por ellos. Si hablas con cualquier personalidad te dirá que a grandes sueños, grandes logros. Entre más alto pongas la vara, más alto te exiges saltar.
Leves gotas de lluvia caen del cielo grisáceo y deciden dar por terminada la clínica. Los niños vuelven a formar el círculo en la mitad de la cancha. Los papás los circundan. Las gotas cesan. – Menos mal escampó -, no quiero que a Brian le de gripa -, dice Viviana mirando las nubes cargadas.
El organizador dice algunas palabras finales y abre las preguntas al público. – ¿Si es llamado a la selección Colombia iría? -, pregunta un hombre con acento antioqueño.
El «Pibe» acerca el micrófono a su boca. – Estoy esperando que me llamen -, responde con una sonrisa. Verlo me devuelve a la época de bachillerato, cuando vi el mundial del noventa en compañía de papá. Mi vida giraba en torno al fútbol. Tuve la fortuna de ser un apasionado en el momento en que Colombia estuvo en su mejor momento histórico. Papá me levantaba a las cuatro a.m. silbando la Cuarta Sinfonía de Beethoven. – ¡Ya déjame en paz! -, le grité mil veces.
– ¿Prefieres ser una cigarra en vez de ser una hormiga? -, respondía arrugando los ojos. – El éxito tiene un precio. Mira el lado positivo, los demás anda durmiendo mientras que tú estás mejorando -. Así estuviera lloviendo salía a patinar o a correr lastrado. Papá me seguían en bicicleta.
Desayunaba pensando en fútbol, iba al colegio pensando en fútbol, en las clases pensaba en fútbol, dejaba de almorzar por jugar fútbol, llegaba del colegio y empezaba a patear la bola contra el muro, papá llegaba del trabajo y entrenábamos de forma rigurosa. Jamás nos permitimos la laxitud de ‘capar’ un entrenamiento. Analizábamos partidos por televisión, escribía artículos acerca de fútbol. Comía y dormía pensando en fútbol. Los sábados entrenaba en una escuela de fútbol y jugaba partidos en los que se iba haciendo evidente mi mejoría. Historiaba mis goles. Los domingos íbamos a ver a Millonarios. El entrenador del colegio no lo pudo creer cuando volvía al año siguiente convertido en un goleador nato. Ese año me gané la titular del equipo y quedamos campeones de la UNCOLI.
El «Pibe» sale rumbo a la carpa de Verizon. Camina sin afán. Brian llega y abraza a su mamá de la cintura. – Ven les tomo una foto -, digo cámara en mano. Viviana sale con la cabeza inclinada hacia su hijo. El niño la abraza de la cintura, sostiene el balón con su otro brazo. – Siro, tómanos una a los tres -. Le entrego la cámara-. Paso la mano por el hombro de Viviana; enredo mi mano entre su pelo. La otra en el bolsillo. Ella con sonrisa de rombo, sus ojos negros de mirada profunda. Brian sonríe, dejando ver el hueco que forma la ausencia de uno de sus dientes frontales.
A pesar de mi pasión por el fútbol, la escritura siempre estuvo inscrita en mi mente. Desde temprana edad venía con el cuento de ser escritor. Lo supe desde que me apasioné por la literatura de aventura leyendo a Julio Verne, Daniel Defoe y Robert Louis Stevenson. Empecé a escribir una novela a la edad de los doce años. Historie la toma del Palacio de Justicia por el M – 19 y la catástrofe natural de Armero, ambas en noviembre de 1985. Le mostré los escritos a papá. – Algún día serás un gran escritor -, dijo al leerlos. Los guardo en su mesa de noche con orgullo. Un par de semanas después los recuperé para mi archivo personal.
Los niños hacen la fila frente a la carpa. Los de menor edad van de primeros. El «Pibe» les firma la camiseta, sonríe y posa para la foto. Brian aguarda en la fila con una sonrisa en la boca. La punta del diente frontal naciendo en su paladar. – Cuéntame de tus propios sueños -, le pregunto a Viviana.
– Quisiera estudiar -, dice encogiendo la quijada -, aunque por ahora me queda difícil. El niño me quita mucho tiempo y no tengo con quién dejarlo. Mi mamá me ayuda, pero ella también trabaja.
– ¿Cuándo lo harás entonces?
– No sé; algún día.
– Ponle una fecha, no dejes pasar el tiempo.
– Te puedo contar el sueño que mi mamá y yo teníamos al salir de Colombia. Soñamos con una casa propia y ya la tenemos -. El «Pibe» autografía la camiseta de Brian en el pecho. Lo abraza con el marcador en la mano. Ambos sonríen. Tomo la foto. – Me la tienes que mandar -, dice Viviana. Me da un papel con su correo electrónico.
Es importante distanciarse de la realidad y pensar en quién somos, que soñamos ser y en quién nos hemos convertido. Sólo así podemos ver a dónde fueron a parar nuestros sueños, que hicimos de ellos y qué tanto nos hemos dejado conducir por una vida adulta que aprisiona si no estás dispuesto a luchar contra ella. Por eso es tan importante viajar. Te deja ver en perspectiva lo que has hecho, dejado de hacer y lo que quieres hacia el futuro.
– ¿Pensé que eras músico? -, le pregunto a Milton Rico.
– Milton Rico es la combinación de esas dos cosas. No me visualizo sin una o la otra -, dice con el balón de fútbol bajo su guayo. – Siempre la doy toda por mi camiseta. Juego con toda la pasión. De esta misma forma toco la batería.
– No puedo decir nada, yo era igual -, le respondo con un par de palmadas en el hombro.
Volver el tiempo atrás y ver quién fuimos es importante de tiempo en tiempo. Recordar nuestros triunfos y fracasos nos hace entendernos mejor. Si conoces tus fortalezas y flaquezas puedes trabajar en mantener tus atributos y corregir tus defectos. Puede ser que el «Pibe» llegó a ser quien fue gracias a su fracaso en Millonarios. Las derrotas tienden a ser más reveladoras que los triunfos, sobre todo porque no estás embriagado por el elixir efímero de la victoria. El perdedor, si es inteligente, revalúa su derrota y la usa en el futuro para corregir lo que hizo mal. A eso hacia referencia Francisco Maturana el día en que dijo que «perder era ganar un poco». La cultura popular y los conceptos sencillos se encuentran sustentados por grandes verdades.
– ¿Tienes hambre? -, me pregunta Siro guardando su libreta en el maletín.
– Sí, vamos a almorzar -. Subimos por las tribunas ante la fila de niños que aún quieren su foto con el «Pibe».
Todo comienza con un sueño, una idea platónica que habita el mundo de las ideas y debe traerse a la realidad. El «Pibe» tuvo el sueño de convertirse en un gran futbolista. Lo trabajó, superó los obstáculos y buscó un anhelo que consiguió luchando. Nadie le regaló nada. Cada uno de los pases y goles que hizo en su carrera deportiva fueron el reflejo de una habilidad que cultivo y fue perfeccionando.
Dejamos atrás el ‘Northeast High School’. El cielo sigue gris, aunque no parece que vuelva a llover. – Siro, fue un lindo día.
– Un sueño hecho realidad -, responde acelerando por ‘Cottman Avenue’ ante la fila de cerezos frondosos. – Siempre quise entrevistar al «Pibe».
Los sueños son tan etéreos como tú quieras. Si te aferras a ellos, vences los obstáculos y los luchas, tarde o temprano dejan de ser volátiles y se materializan. Lo importante es no cesar en el empeño, ser obstinado y batallar hasta el final. Si por alguna razón mueres en el intento, por lo menos tendrás la satisfacción de decir que la diste toda. Eso solía pasar cuando perdía un partido de fútbol. Me quitaba la camiseta empapada de sudor, estiraba mis muslos adoloridos, perdía la mirada en el vacío, volvía a la realidad y decía: – Por lo menos perdimos con las botas puestas.
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