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Una vez más soy el primero en despertarme. Me baño y empiezo a trabajar en el cuaderno de viaje. Reconstruyo las vivencias tal y como se dan, siguiendo de forma secuencial los momentos que merecen ser mostrados. Los demás se descartan. Se tiran a ese viejo tacho de basura al que van a parar tantos fragmentos que estorban, terminan desacelerando la narración o hacen que pierda interés por su baja importancia. Le guardo fidelidad a la verdad. La realidad de los hechos prima por encima de cualquier criterio, incluso el de la intensidad. Anulo la tentación de algunos cronistas por alterar el pasado en pro de mantener la atención o hacer la vivencia más interesante. Si no es lo suficientemente seductora no vale la pena de ser narrada. Debe descartarse so pena de que el cronista se vuelva un mentiroso. García Márquez me condenaría. García Márquez tenía mala ortografía, como yo…

Susana baja y comenta que ya se leyó mi libro. Saca unos tallarines con tuco y los calienta.

—Te los guardé especialmente. De lo contrario no te hubieran dejado.

—No le digás eso, mamá. Se va a poner consentido. Mirá, no me dice esas cosas ni a mí —se queja Cecilia.

Degusto los tallarines

—Están deliciosos.

—Cuando pases por Mendoza te quedás en nuestra casa —me invita.

—Te vas a quedar en mi cama. Hoy en día el perro duerme sobre ella.

Termino de comer, Cecilia se alista y salimos.

—¿Ahora si nos despedimos?

—No, mamá, mirá que aún tiene sus valijas aquí.

Cecilia rueda el Citroën de nuevo y se dirige hacia la estación de servicio.

—Ayer fue muy gracioso porque recordamos en la comida lo que pasó en el hostel. La forma en que entraste desnudo al dormitorio.

—Sí, muy chistoso.

Frena en la estación de servicio, llama a Claudia Ibaldi, una amiga que trabaja en el diario El sureño, me hace una cita a las cinco, me da la dirección y me dice que me viene a buscar para llevarme.

—¿Hablaste con la “Mochila”, el “Mochi” o como se llame?

—Esta noche tengo una comida en su casa. Ahí hablaré con él para ver si me voy al camping.

—Igual te podés seguir quedando en casa.

—Gracias, estoy durmiendo perfecto en el sofá.

—Bueno, che, tengo que irme a laburar. Después hablamos para ver si te quedás el fin de semana conmigo.

—Eso no te lo puedo confirmar —respondo y cierro la puerta.

Leo la respuesta de Jorge Curinao en la que me dice que me espera en Río Gallegos. Trabajo hasta que el hambre me hace pedir una hamburguesa, la como y me preparo para recibir a Lucas, Pri y Alejandro. Hacia las tres y media aún no han llegado. Le marco a Alejandro. La llamada no entra. Le escribo un correo. Espero un poco. El televisor me desespera. Voy al mostrador.

—Disculpa, podrías bajarle el volumen, no hay nadie aparte de mí.

—No, ahora llega cualquier persona.

—Le podrías bajar mientras llega alguien.

—No se puede —el tendero es tajante.

Vuelvo a la mesa con desagrado. Intento trabajar. Un par de hombres llegan a la mesa contigua. Llamo a Alejandro. Recargo el celular para ver si es que me quedé sin minutos. Entra a correo de voz. Una pareja con su pequeña hija se sienta en otra mesa. Un joven con el pelo largo lo hace frente a mi mesa. Le escribo otro mensaje a Alejandro. Una joven de labios pintados entra como un huracán y se sienta con el joven de pelo largo. Pude que sean. Los miro. La joven retira los ojos. La vuelvo a mirar. Los esconde detrás de su pelo. Vuelvo al mostrador. El tendero me dice que me siente del otro lado si es que tanto me incomoda el televisor. Me abre un local contiguo en el que funciona un alquiler de películas. Traslado el computador y estoy pendiente de la llegada de Alejandro. A las cuatro y cuarenta y cinco llega Cecilia. Bordeamos la costanera y pasamos frente a un avión que combatió en la guerra de las Malvinas. Me deja frente a la puerta del diario. Toco el timbre. Claudia sale. Subimos a la oficina de la periodista encargada de cultura. La joven dice que tiene que irse ya que su bebé se enfermó.

—Dejemos la entrevista para mañana.

Vamos a la oficina de Claudia. Me dice que conoce a una poeta. Llama a Betty Vera. La mujer llega a los cuarenta minutos. Habla igual o más rápido que Cecilia. Luce las uñas pintadas de azul y rosado. El ala de un tatuaje se vislumbra por el borde de su escote. El pelo rubio, los labios pintados y unos ojos claros acentuados con pestañina, terminan de componer su rostro. Me cuenta que su primer libro de poemas publicado se llama “Respiros”.

—Las poesías son como eso, respiros.

Salta de un tema a otro y comenta que propuso que se haga una plaza en conmemoración de los escritores fueguinos, en la que cada uno de ellos debiera plantar y cuidar un árbol. Me ve escribiendo y dice:

—Vos me vas a volar mi idea. Pero robamelá que sería hermoso, vos que tienes la posibilidad de expandirla en cada pueblo. Has visto que hay plazas de todo menos de escritores. También es una buena idea que en los aeropuertos hubiera un estand en donde estuvieran los libros de los escritores de la región.

—¿Por qué no estás materializando estas ideas?

—Porque depende de quién venga. Si se lo planteas a alguien a quien no le importa lo guarda en el cajón. Si es amigo tuyo lo hace. Por aquí todo funciona así. Por eso se necesita un grupo de escritores unidos. Yo soy buena en generar ideas. Otra cosa es hacerlas realidad.

—Así es. Se necesitan hacer esfuerzos para traerlas al mundo tangible.

Nos cuenta la historia con su hermana. La forma en que la odió desde el primer momento, por quitarle la atención de sus papás. Dice que su último libro trata de eso. Habla con fervor. Hace evidente esa rabia atravesada desde la infancia.

—¿Todavía la detestas?

—Sí, porque me daño la vida.

Me comenta que en Tolhuin hay un novelista llamado Roberto Giorgi que posiblemente pueda ser un poeta inédito.

—Si querés visitarlo te llevo. Podríamos ir los tres juntos —le dice a Claudia.

Les pregunto en dónde queda Don Bosco 1233 y me dicen que está cerca.

—Estoy invitado a comer donde el “Mochi” Leite.

—¡Ah! El “Mochi”. Tengo una relación de perro y gato con él. En este momento estamos peleados. Pero si querés te puedo llevar.

Salimos a la tarde. El cielo sigue gris. Cubre la ciudad con esa falta de color que la llena de tristeza. Le pido a Betty que me haga el favor de parar un minuto antes por el supermercado. Compro un vino. Conduce un par de cuadras y me deja frente a un bar que lleva el nombre de Aquelarre.

—Tené cuidado que esta es la zona roja —comenta Betty y se rie con Claudia.

Me despido de ellas, bordeo el lenocinio y entro por un pasadizo que da a una casa. Golpeo. Una señora me indica recorrer la muela que lleva hacia otras dos, una de las cuales tiene un par de ventanas y una puerta de madera. Golpeo. Me abre Alejandro.

—¿Qué pasó? No llegaste.

—Che, disculpá. Anoche terminó mal. Pasá.

El “Mochi” está sentado a la mesa con un vaso de licor enfrente. Se ve diferente a la foto que tiene en su página de Facebook. Allá está de perfil con una barba delineada y una gorra que tapa su alopecia. En persona luce con la piel afeitada y una cara más redonda. Está en compañía del joven de pelo largo, la joven que llegó como un huracán y Daniel Layseca. Me acerco a ellos.

—Julio, un placer.

—Lo mismo che, ¿qué te tomás?

—Un vino.

Alejandro me presenta a Maruska, la novia del “Mochi”, una joven esbelta de ojos vivaces, gafas y una actitud tímida, que parece estar saliendo de los albores de la adolescencia. El costado de su cabeza rapada le da un “look” alternativo.

—¿Qué pasó, por qué no se acercaron esta tarde?

—Viste, te dije que era él —dice Priscila—. No nos acercamos porque Lucas dijo que parecías un reportero de la National Geographic en vez de un escritor.

—¿Y cómo luce un escritor?

—No sé, más sucio —responde Lucas.

Maruska descorcha la botella de vino. Me sirve una copa. Llena su vaso de cerveza y toma un sorbo. La casa es acogedora. Sobre una pared pintada de naranja hay un mural de fondo amarillo en el que una figura picassiana muestra a un hombre rodeado de botellas. Bebe una copa. Podría ser el propio “Mochi”.

—Vení sentate acá.

Me abre un espacio y me siento junto a ellos. Bromea con Maruska, se ríe. Ella se ríe de vuelta. Pasa el brazo sobre sus hombros.

—Ponete el disco de los músicos patagónicos —le pide “Mochi”.

Ella abre el reproductor digital y pone un CD y escuchamos “Después de la sequía” de Nelson Ávalos. “Un paisano nomas” tiene una melodía dulce que acompaña con la guitarra: “De tanto vivir penando / se le encorvó la camisa / y en la gorrita gastada / se destiñe su sonrisa. / Debajo de sus pestañas / los sueños ya no le brillan, / se arrastran sobre las piedras / del suelo por donde pisa. / Ni el calor de su ponchito, / ni leña dura en invierno, / alcanzan para abrigarse / de la escarcha e` los gobiernos. / Es un paisano, nomás / de los que el mundo está lleno…”

“Mochi” comenta Nelson es un cantautor amigo y me pide que les cuente un poco acerca del proyecto.

—¿En Ushuaia conociste inéditos?

—Un chileno y una porteña.

—¿Y los chicos de Ushuaia?

—Luis Comis me dijo que estaban verdes.

—No debió hacer eso. Debiste haberlos conocido.

—Es cierto —admito—. Aunque esos filtros me ayudan a delimitar la búsqueda. Él comentó que los inéditos más interesantes de Tierra del Fuego giran alrededor tuyo.

—¡Ahhh! Son todos estos. Están escribiendo mejor que yo.

Se ríe con Maruska.

El tema de si alguien debe o no hacer un filtro inicial nos lleva a hablar de los críticos literarios.

—Son como las tías solteronas que no tienen hijos, pero critican a los hijos de los demás —comenta.

—¿Tenías tías solteronas? —Le pregunta Maruska.

—No, todas mis tías son putas.

—¿Esa es una frase tuya? —Pregunto.

—No, me la dijo Armando Tejada Gómez.

—García Marques decía que son como caballos muertos en la mitad del camino.

—Dicen que en los caballos se aumenta el olor a podrido.

Comenta que le parece muy interesante el proyecto ya que integra a toda América del Sur. Recita con voz melódica “Canción con todos” del propio Tejada Gómez”.

“Salgo a caminar

por la cintura cósmica del sur.

Piso en la región

más vegetal del viento y de la luz.

Siento al caminar

toda la piel de América en mi piel

y anda en mi sangre un río

que libera en mi voz su caudal.

Sol de Alto Perú,

rostro Bolivia, estaño y soledad,

un verde Brasil,

besa mi Chile cobre y mineral.

Subo desde el sur

hacia la entraña América y total,

pura raíz de un grito

destinado a crecer y estallar.

Todas las voces, todas,

todas las manos, todas,

toda la sangre puede

ser canción en el viento.

Canta conmigo, canta,

hermano americano.

Libera tu esperanza

con un grito en la voz.

(Ciñe el Ecuador

de luz Colombia al valle cafetal.

Cuba de alto son

nombra en el viento a México ancestral.

Continente azul

que en Nicaragua busca su raíz

para que luche el hombre

de país en país

por la paz.)”.

Le pide a Maruska que ponga la cumbia que compuso con su grupo Los Cheremeques en Cómodoro Rivadavia. Ella enciende un cigarrillo, pone el CD y escuchamos “Ruido en familia”.

—Mirá el talento que tiene para tocar la percusión.

—¡Qué exagerado! —Maruska sonríe y esconde la mirada.

—En Uruguay te puedo recomendar con Elder Silva y María Laura Blanco. Ella es inédita. Elder maneja el centro cultural y es uno de los poetas más importantes de Uruguay. En Río Gallegos con Maritza Kusanovic. Ella te puede hacer un paneo sobre el resto de poetas de la ciudad. En Comodoro debes encontrarte con Liliana Ancalao, Luciana Mellado y Juan Cárdenas. Todos son publicados. En Trelew con Jorge Espíndola y Ariel Williams. Él es un catedrático. También con Mauricio Robles, Viviana Ayilef y Raúl Pérez. En Neuquén con Raúl Mancilla, Tomás Watkins y Macky Corbalán…

—…con ella ya estoy conectado.

Me indica algunos otros nombres que apunto en mi libreta. Sirve una nueva ginebra en su vaso, se levanta y empiezan a cocinar una sopa de verduras. Corta el queso en cuadrados sobre una tabla de madera al tiempo en que Maruska pica el apio magallánico en otra.

Aprovecho para decirle a Priscilla que me muestre algunos de sus poemas. Esconde sus ojos, abre el computador de “Mochi” y los busca en su blog “Pez de tierra”. Leo “Quien amargura”.

“Esto es alguien incrustado en su cuerpo y siempre yéndose. La sombra impresa a sus pies destaca su cabeza, sus cabellos, un cráneo imaginario de transparencia y noche negra. El cuerpo se va sobre su sombra. La mirada de los otros es de color azúl y penetra. Toca. Se adhiere. Iluminan el aire. Lo llenan de humo. Llenan la sombra de humo y luz. Hay alguien amargo y siempre yéndose. Esto es un cuerpo incrustado y alguien que transita sin desprenderse.”

La miro, sonríe con cierta timidés y aleja de nuevo los ojos. Alcanzo a vislumbrar que son de color café.

“II”

“Hacer de la mano un hueco y arrastrarla por el lado interno de la piel. Sostener el humo aislado. Diferenciar la levedad

y dejarla ir.”

“110113”

“5.42 am

(El cielo pasa respirando dentro del cuerpo y lo habita sin quedarse.)”

Se despierta de madrugada con frases en la cabeza… Se levanta a escribirlas: sigue intranquila…

“Proceso poético”

“Como un vidrio

Que se quiebra

La poesía

Estalla

Desde afuera

Hacia su centro

Y luego se alarga

Hasta quien la escribe.

Y ambos se iluminan

-por un instante-

-por un único-

Halo de luz

Dividido en cientos

De soles vítreos.”

Este no tiene que ver con el accidente, ni con su dolor…

“1201130621 am.”

“Zumbido entre los oídos ruido de estómago silencio a la par. La mañana rueda pálida con su color naranja quieto los pájaros anidan pájaros sin cantar. Me toco los pies entibio mi columna desarmo mis grises desenvuelvo mi llanto sin llorar. Afuera no hay viento pero algo acá dentro lo escucha: irse. La vida de verdad está muda. Acaricio los nombres las palabras los zumbidos todo en llamas. El cuerpo en blanco y negro como no queriendo irse. Mi cerebro corre y se incendia.”

Otro que escribe temprano en la mañana. La frase: “Afuera no hay viento pero algo acá dentro lo escucha: irse”, es muy reveladora.

“19.12.12”

(Tormenta (interna y externa) los rayos santafesinos también son filosos lindos como hilitos luminosos fuegos artificiales dados vuelta lámparas gigantes que vienen dos veces retumban la tierra el colectivo y pegan la vuelta el agua en la ventana como venitas que se caen y las sombras de los arboles se imprimen en el cielo medio gris medio violeta cuando a los hilos se les da por aparecer y todo se convierte en un instante de belleza finita)”

“Escritos de diarios y cementerios”

“8.1.13

(I)

Me gustan los cementerios. Me gustan los muertos.

Caminar entre sus tumbas, hacerles compañía, hablarles.

Y a veces, sentir que me escuchan. A veces, saber que responden.

Cuando camino y los veo detenidamente

siento que me acompañan, que los acompaño.

El viento en el cementerio siempre es suficiente.

Demasiado. El sol en el cementerio siempre

es enorme, cegante, nos arde. La lluvia penetra

los huesos. El espíritu. También nos arde.

La gente es poca para su llanto. Si se huele bien,

la crueldad de la vida presente y en movimiento

está en el aire que sale de sus cuerpos amargos.

Suelo hablarle a los muertos cuyas flores

han muerto con ellos. A los cuerpos olvidados

que ya no forman parte de la ceremonia simbólica

de sus vivos; cuyas tumbas resecas no pertenecen

a ningún gesto que las haga relucir.

Mi símbolo es el habla. Mi presencia.

Soy presencia de su presencia con cariño

a su muerte. Y a la mía también; sé que ellos

estarán ahí cuando yo esté ahí.

Me gusta conversar con los muertos.

Decirles que no tienen la culpa.

La muerte no sabe lo que hace.

No sabe lo que hace.”

“(II)

Lo que no me gusta

Es estar cerca

De la tumba

De mi hermano.

Porque entonces

puedo oler mi cuerpo amargo

deteriorarse

agónico.

Porque entonces yo

no sabré lo que estaré

haciendo

cuando lo haga

y quizás tampoco sea mi culpa”

El hermano… ¡Qué tragedia! Pri me muestra su perfil de nariz recta. Busco sus ojos. Me huyen. Y yo queriendo mirarlos, decirles que lo siento mucho, que las palabras no bastan, claro que no, ni las madrugadas tampoco. Si la conociera mejor la abrazaría… Papá y su cúmulo de imágenes finales me persiguen una vez más, me hermanan con esta joven de ojos cafés en la muerte de alguien que vuelve en los sueños convertido en un pájaro fantasma.

—Está listo —dice Maruska con los platos soperos en la mano.

Pasamos a la mesa y la probamos. El queso le da una textura cremosa.

—Está buenísima.

—Es una sopita de verduras para curar hasta el alma —dice “Mochi”.

Tiene zanahorias, papas, espinacas, queso mantecoso, choclo, zapallo criollo, pimienta y apio magallánico.

Terminamos y ayudo a retirar los platos. Me sirvo un vino y vuelvo a la mesa.

—Mochi, recitá “Mi cristo Ona” —le pide Daniel.

—¡Ahh! Un clásico.

Infla sus pulmones, abré bien los ojos y comienza:

“Ahí va

mi indio roto

mi Ona destrozado,

camina sin orejas

algún latifundista se las ha cortado.

Arrastra sobre el lomo

una cruz impuesta

cuánto, cuánto le pesa

igual repecha la cuesta.

Fue acusado por los blancos

de no respetar

ovejas ni alambrados.

Ahí va

mi Ona

mi hermano ensangrentado

mi cristo marrón.

Un altar de olvido

ya le tienen preparado

un misionero grita: cristianización

y qué mejor ejemplo

que otra crucifixión.

Ya está clavado en la cruz

espinas de calafate

coronan su frente cobre.

Salta la sangre

ésta bebe la luz

todos aplauden

y mi hermano, pobre

no entiende

por qué lo lastiman

por qué lo han inmolado.

Y murmura en su lengua

perdónalos, padre viento

tú que alejas la tormenta

perdónalos tú

que cantas al pasar entre las lengas

perdónalos, padre viento

perdónalos tú

yo, yo no puedo

lo siento.”

Una vez termina hacemos silencio. Su voz angustiosa, la forma en que lo declama con aquel dolor abierto en cada palabra, forma ecos.

—¿Qué quiere decir “Ona”?

—Es un sinónimo de selk´nam —responde Mochi.

—Lo supuse…

—“Mochi”, recitá “Manifiesto” —le pide Alejandro.

—¡Ahh! Otro clásico.

“No creo

en los grandes hacendados

de la poesía,

en los latifundistas

de la tinta.

Creo

en el ovejero de las letras

que con los perros rigurosos

de las situaciones cotidianas

van trashumantes

con su piño de ideas

afrontando

cuero al cielo la palabra

para darnos abrigo.

Ellos son los que saben

que no es cuestión

de esperar la esperanza,

si no de ganarla.

Los arquitectos de la literatura

que sigan

con sus escuadras,

compases y balanzas,

nosotros, peones constantes,

a fuerza de imagen

construiremos

la justa casa del hombre.”

Maruska termina recitándolo con él.

—¡Qué lindo! —La exclamación se le escapa.

“Mochi” la trae hacia él y le da un beso.

—¿Quién más lee?

Daniel busca su libro en el anaquele y dice con tono melancólico:

—“L´AMOR L´AMAR…”

“L´Amor LaMar

son tus ojos

desmenuzando pájaros llorados

Pequeñas jaulas de nidos entumecidos

buscando asilo en el cristal

en las arpas doradas

en la música que eleva

proyectando imágenes

que te devuelven.

Así pronto el viento a volar mariposa

hace barro. Ni pestañar aun la memoria

del cadáver derramado sombra

¡No la espantes!

Sal.dentro de los huesos

Que otra vez la sopa desliza hambre

Mientras la pluma se dispara…

L´Amor LaMar

Es el bostezo

De un niño que juega

En jardines de papel

Y junta colores

Que luego solloza…

¡L´Amor de madre!

Y no mueras de tristeza

La piedra se ablanda

Si la lloras a-penas en los ojos,

No ahogues la arena

Que se creía salvada.

No equivoques el camino.

El alma se desnuda en el alma

El mar crece en el recuerdo

Humedece a gritos el vaso

El filo de una rosa en la pecera

Marchita la escama

Con su muerto encima

Hasta llenarse de espinas

Del hastío en la almohada

Que llega hasta los ojos

Y entonces gira

Uniéndose al mundo. Amanece

Amor a Mar.”

Pri vuelve al computador tras la barra.

—Este no tiene título —advierte.

“Es como si algo dentro mío atentara contra mí. Como si realmente

quisiera hacerme daño. Algo desesperado que pretende

mi exilio; ese es su fin último y por eso sus acciones

causan mi sufrimiento. Es como si quisiera amontonar

sus razones a mis pies, desde un lugar oculto, ajeno

a mis posibles realidades deseadas. Como si quisiera

dar por obvio, el desarme de este mundo que provoca

poco a poco, y hace de mi cuerpo el instrumento preferencial

para este daño, para sí mismo, para mi psiquis.

Es como si algo dentro mío quisiera ubicarme en el

momento final del abismo, y viniera yo a encontrarme

siempre al borde, temblando y decidida a saltar.

Es como si alguien más no quisiera mi salvación

y yo no supiera cuál alguien soy, a favor de qué estoy

luchando; es como si estuviera

Destruyendo mi vida

queriendo sanarla

Al mismo tiempo

Sin saber cómo hacer uno sin el otro.

Como si algo anhelara desaparecerme,

y yo tuviera miedo de quererlo

de no quererlo.”

Termina de leer con una voz melodiosa que nos endulza a todos, levanta la cara y nos mira con su timidés.

—Dale otro —le pide Lucas.

—“X”.

“< Envoltura < mar depiernas < en sutura

< Escrupuloso < gérmen piscisida

< Que deambula < heterogéneo/heteroespina

< Clavada < en el centro-vértice < y.última

< Vibración-del-cielo/sin-salida < Sombra vertical

< sobre la mano/sobre.la.palma-frí.a < Daño redondo

< en la piel-reptílica ”

Cierra el computador y deja la mirada gacha.

—Dale tú —le digo a Lucas.

—Estos son de los que te traía esta tarde a vos. “Carbón de tierra”.

“Que entre carbones te revistes sol preñado de vientres, y tu risa es lunar de los antiguos ya marchitos, y es tu isla la carcajada maldita de quien porta una cruz para cortar cuellos o masacrar tanta vida, tanto con tanto sesgo, con tanta lluvia; un fuego que te envuelve isla sola, un llanto que te abraza escondida, piel de guanaco. Por tanto río, a los ojos se les derraman las siglas de los caídos sin nombre grabado, más que en el sol o en la mordida del zorro en la carne del cordero. Por tu memoria mi desvelo, por tus raices mis fuegos.

—¡Leé otro!

Alejandro lo anima, se sirve un vaso de ginebra y el “Mochi” le dice que le deje un poco. Lucas selecciona otro papel y lee un poema intitulado.

“Aura tu luna seca de manos invisibles que acarician este valle de miradas perdidas, un velo delgado de pálpitos acelerados me toma los ojos con fuerza centrifuga; de noche estos ojos muerden como los lobos muerden el fuego, y de estrépito a momento un delgado hilo de púas se retuerce de sol y luna al imploro de que por favor te lleves despacio este dolor de cama vacía. Una lágrima es capaz de partir el cosmos pulverizando cada estrella a un ínfimo pedazo de lava, entiéndase qué tanto arde la lluvia sobre un río tan seco, sobre una perla de desierto, como sal en la llaga de los días.

Los silencios hablan: dicen que al calmar el exhalo se escucha a la noche bajar por la espalda.”

—Lee uno de los que me mostraste a mí —le digo a Alejandro.

—No, yo quiero escuchar uno más de Lucas. ¿Vos querías poetas? Ellos dos son tus poetas —señala a Lucas y a Priscila.

Lucas escoge “Querida Aires”.

“Se destartalan los desiertos en los costados

mugrosos

de los edificios, y quién me ve entre tanto pelo?

Acaso un ojo

Acaso Alguien

o Algo

me ve entre tanto pelo?

Camino, te juro que vago entre serafines lujuriosos

que caminan pensando en un falo rubio, en la carne

Y los edificios

que miran

se destartalan

de la risa

de tristeza

No sé si acaso alguien ve entre tanto pelo

si acaso los edificios miran

me ven?

Cuidado!

Infeliz!

Son burdos y sudan, se ladran y se masturban verbalmente

Se detestan entre sí y quieren arrancarse la vida por el pescuezo

Hace frío

llevan bufanda con cabeza gacha.

Calor, este calor de mierda

que deja ver carne y trapitos nomás

y se detestan pero se ven los culos

se babosean las manos

Y constantemente

los edificios

se destartalan

de la risa

de tristeza

porque ven tanto pelo

pero acaso alguien me ve?

Estoy acá, gritandote desde debajo de una estatua

de la mano de un semáforo

acá, debajo de los pasos de un muerto de hambre

que robó un pan

y lo persiguen los uniformes, naranjas

lo corren

porque quieren arrancarle el pan

y la vida

y el pescuezo

Y los edificios

se destartalan

de la risa?

de tristeza?

Acaso alguien nos ve?

Entre tanto pelo?”

—¡Eso es poesía! —Exclama Alejandro.

Bebe el vaso de ginebra. Se sirve otro. El “Mochi” lo vuelve a increpar. Se va metiendo una pea brutal con la mezcla entre cerveza y ginebra, al punto en que se balancea como un árbol al viento. Pri y yo lo mirámos y nos sonreímos.

—Leé uno vos —pide “Mochi”.

Tomo la copia que le regalé y leo el poema “I” a la mantis.

Me ama, me devora,

Me duelo y me parto.

Ya no seré el que le hable

La recorra

O la mire.

Seré suyo como ella del viento,

Seré fluido y sangre,

Seré rojo y seré verde.

Mis ojos en sus hijos,

Mis pasos,

Mis miradas,

En sus ojos.

Seré viento

Seré ella.

Me piden que lea otro y escojo la “Segunda noche” de “Poemas marinos a una mujer salvaje”.

He visto:

Caracoles fuera de sus conchas,

Cangrejos que son tenazas poderosas,

Manta rayas que confunden

El agua con el cielo y vuelan,

Y medusas gigantes

Con su cuerpo de aire.

He visto:

Mujeres de ojos verdes y pelo rojo,

Pupilas de leopardo,

Pechos anaranjados,

Y tallo esbelto.

He visto:

Sonrisas jugando entre sus dientes.

Contemplo el cinturón

De la Vía Láctea

Con estrellas fugaces

Quemándose a lo lejos.

El agua del Atlántico

Mece tu cuerpo.

Gimes en mi oído.

(¿Eres tú o es el mar?)

He visto:

Corales amarillos y morados,

Peces que se inflan como globos.

Y ahora veo:

El arco iris nacer entre tus piernas.

—¡Eso es! —Exclama “Mochi” —. Maruska, leé “Agua Bis”.

La joven se niega. Le insistimos hasta que acepta y lo busca en el computador.

“Y cuando el oxígeno quiso acordarse, dos hidrógenos se le unieron apoderándose de él en su totalidad y… ¡Agua! ¡Aguantatelá! Serás gota o serás chorro… llevarás tierra, serás barro, serás charco, te lloverán los hijos uno a uno conformando tu todo, tu todo o tu nada, nada, que lo demás será resuelto agua, suelto o todo junto, aun así nada parecido a mí. Además, ha de más que de hacer menos se encargará mi orilla.

¡¿En qué me he convertido?! Soy agua turbia, me han succionado y vuelto a escupir, giro, fluyo, corro, salto y… río, pegajoso y turbio río, escandaloso pero frio río, escucho y río, me esparzo, me hago en esencia parte, así tu partida no influye en la mía. Aunque en parte admito que en pleno regocijo mar permito, sin tiempo a pensarlo ni tiempo a nada recuerdo halagada, me entrego a tu cause, negación en pleno naufragio y profunda ha de ser mi aceptación mientras aquí me hunda, me resigno si se adormece mi pensar más digno por la razón que fuese me resigno. ¡Archívese!”

—¡Archívese! ¡Qué bueno está! —Dice Mochi.

Maruska niega, toma el encendedor y prende un cigarrillo.

—Sí que está bueno —concuerdo—. Tiene un ritmo creciente, muy catártico.

Le volvemos a pedir a Alejandro que participe. Saca las hojas de su bolsillo y lee con voz ebria la versión anterior de uno de los poemas que habíamos trabajado.

—Déjamelos ver.

Los tomo en mis manos. Empiezo a buscar el que quedó reducido a un solo verso y no lo encuentro. Abro mi cuaderno para copiar los otros.

—¿Qué vas a hacer, che?

—Copiarlos.

—No, no, no —me los quita.

—Aquí tenés a los poetas inéditos que estás buscando —señala a Pri y a Lucas—. Los míos no valen nada. Qué tristeza, che.

Saco la cámara y tomamos algunas fotos frente a una de las paredes de madera. “Mochi” y Maruska sonríen entre Daniel, Alejandro y yo. Sacamos otras con Pri y Lucas contra el fondo naranja en el que está el mural del borracho. Alejandro toma unos platos en la mano y se los muestra al lente. En otra pone mirada de loco. En una más pica el ojo. Daniel se excusa con “Mochi”. Le dice que se tiene que ir. Nos sentamos en la cama que da contra la ventana y tomamos otras. Alejandro sigue haciendo caras en cada foto. Volvemos a la mesa. Se sirve un nuevo vaso de ginebra. Yo, una copa de vino. Maruska juega a cubrir con su cabello la cabeza de “Mochi”. Un hombre entra con entusiasmo y saluda.

—¡Sobrino! —Exclama “Mochi”.

El vino se acaba y Maruska me ofrece cerveza. Recuesto la espalda contra la pared y me abstraigo a contemplar la reunión. El ambiente cálido en el que “Mochi” y Maruska se bromean. Le cuentan al sobrino algunos detalles del viaje por Patagonia. Pri ojea “Invocación”, el último libro de “Mochi”, con esa aura que la cubre. Detallo su piel de porcelana, su nariz delicada y labios de un color rojo de manzanas. La pañoleta de flores sobre su frente y el foulard rosado alrededor de su cuello, le dan un aire de princesa lejana. Sentado en la cama, Lucas le hace algunas anotaciones a sus poemas. En la barra, Alejandro bebe otro trago, divaga en su propio mundo. Al poco tiempo Lucas y Pri se ponen sus chaquetas y se acercan a la mesa.

—Te vuelvo a ver ¿no es cierto?

—Che, se me ocurre que podrías venir a un programa de radio que tenemos el viernes —responde Pri.

—No estoy seguro que me quede hasta el viernes. Pero si estoy acá voy encantado. Dame tu número y quedamos en contacto.

Lo anoto. Se despiden y salen. Alejandro vuelve a llenar su vaso de ginebra. Le digo a Mochi que está invitado a participar en la antología de poetas editados y me dice que me envía “Poema a todas las mujeres que me sustentan esto de ser una jirafa”. Lo busca en el computador, toma un trago de ginebra y comienza.

“Cuando Niño

Lo femenino era mi madre,

Las ovejas, la luna

Y las yeguas.

Cuando joven, yo y mi timidez,

Algunas amigas difíciles

Por ser de pueblo “chico”

No por “santas”…

Yo y mi puta timidez…

Cada polvo

Tiene lugar oscuro

Nombres y apellidos

Que no digo como escarcha,

Como casa prestada con acuario

y vecinas chismosas y carentes de mis peces.

Quince años de iglesias falsas,

Piedra Buena, un burdel,

Más tarde sobre el gris

Y el frío de mis playas

En Río Grande….

Luego el amor,

Después el amor,

Siempre,

El amor.

Hoy las amo a todas en silencio

Y las extraño

Y las sueño…

Voy a morir prontito,

Solo como poeta

Voy a morir prontito

Entre sus piernas.

Traigo una camisa blanca,

Un pantalón azul,

Un aro que cambio

Como viento piedra

En la oreja izquierda

Soy

Tan simple y complicado

Como el abrazo que les di

Con mis ojos y mi lengua

De ganas de hijos que hoy,

Me pesan y sustentan.

Ah mis mujeres poesía

Pocas, muchas, pero buenas,

Gracias por esta tristeza

Que me cuelga

Cuando regreso a sus pieles

Hoy, ausencia.

Mañana cuando viaje al comienzo

Me iré amándolas

Como a barquitos

Que siempre navegan

Por el mar de mi saliva ginebra.

Les agradezco,

Todo el olvido y el odioamor, todo,

Me lo merezco…

Por suerte tengo el corazón

Más grande que una jirafa,

Pesa siete kilos

Y no alcanza

Para dejar estirado

mi largo cuello

Hacia el alimento verde

De la palabra que cuelga,

que huelga en esta isla.

Soy una jirafa ramoneando encorvado,

hojitas de lenga”

—Qué bueno está eso del corazón de siete kilos. Le serviría a más de uno, me incluyo.

El sobrino me hace cara de que a él también.

—“Mochi” necesita uno más pesado —bromea Maruska.

—¿Ahhh, sí? —Pregunta él.

—Sí, por todo lo que toma.

—Podrías recitar “Matemática de las manzanas”, Nicolás Romano me lo dio a leer en Ushuaia y me encantó.

—Aquí va:

“Dedicado a Repetto, Linscken y Fesquet

y a algunas tristes profesoras de mi secundaria

Una manzana

puesta en la mesa

vale para cinco

diez o los que sean.

Una manzana

mordisqueada a hurtadillas

tiene sabor a vergüenza.

Uno por diez

es igual a veinte,

uno por uno igual a nada.

Antu

nunca me gustaron las manzanas,

más la tuya, ésa, la repartida,

tenía y tiene

el dulce sabor

de la revolución.

Eso es la vida,

así lo creo

y que así sea…

Si no es así,

dividan mis ojos,

mis dedos,

mis neuronas,

todas mis vísceras

y los pocos dientes que me quedan,

estaqueen mi piel

sobre el techo de una fabrica

ó empálenme en Ushuaia

sobre la casa de gobierno,

si eso no basta

atrapen cuatro guanacos,

monten en ellos

alimañas de traje o uniforme,

y a lo Condorcanqui

desguácenme

hacia los cuatro extremos

y déjenme tirado

sobre la mesa de la tierra helada

como una manzana…

que de cada pedazo

saldrán semillas

calladas, inquietas,

semillas

-niñas y claras-

como tu porfía,

Antu

de cambiar la matemática”

—¡Epa, “Mochi”! —Celebra Alejandro.

Tomo algunas otras cervezas al tiempo en que la noche comienza a envejecer. Hacia las tres y media le pido que me llame un remís. Llega al poco tiempo.

—Mañana te gestiono lo del camping —comenta.

Nos despedimos y salgo a la noche. Unas jóvenes de piernas desnudas desafían el frío. Fuman y hablan con unos clientes frente a Sol de Mayo.

El remis atraviesa la ciudad, bordea el aeropuerto y me deja frente a la casa de Cecilia. Entro sin hacer ruido, sacó el cepillo de dientes y voy al baño. El celular vibra en mi bolsillo. ¿Quién puede ser a esta hora?… Contesto.

—Che, venite a quedar aquí mañana. Estamos comentando con el sobrino y con Maruska lo buen tipo que sos. El camping queda muy lejos.

—¿Estás seguro Mochi?

—Sí, seguro, venite aquí mañana a la hora que quieras.

Al día siguiente es Susana la primera en levantarse. Me doy una ducha para sacarme el trasnocho de encima y tomo un café.

—¿Anoche también bebiste?

—Sí, mucho… El “Mochi” me pidió que fuera a quedarme allá.

—¿Pero vos estás seguro? ¿No estás bien aquí? Mirá que mi mamá ya se va pronto y voy a estar con más tiempo.

—Sí, seguro. Aunque estoy muy agradecido por todo lo que has hecho por mí.

—¿De forma que ahora si nos despedimos? —Pregunta Susana.

—No, igual mis maletas se quedan aquí por ahora. Estoy seguro que nos vamos a volver a ver.

Salimos y le pido a Cecilia el favor de que me deje en otra estación de servicio ya que en la de siempre los dueños son “mala onda”. Estaciona frente a una ubicada en la costanera.

—Aquí te queda cerca para ir a El Sureño por la tarde. —Inclina la cabeza y me mira—. ¿Es decir que te vas a donde el “Mochilero”, la “Mochila”, el “Mochi” ese o como se llame?

—Me lo pidió. Yo aquí vine a buscar poetas.

—Sí, claro… ¿Te vas a quedar conmigo el fin de semana?

—No creo, la verdad. El viernes estoy partiendo. Tengo todo el continente en frente mío. Ni siquiera he cruzado el Estrecho de Magallanes.

—Bueno, che. Pensalo y me decís.

Me bajo y Cecilia se va apurada. Acepto solicitudes de contactos que llegan a la página de Facebook. Respondo correos. Recibo uno de “Mochi” con la información de los poetas patagónicos y le envío uno introductorio a Raúl Artola y a Liliana Campazzo en Viedma, a Raúl Masilla y Tomas Watkins en Neuquen, a “Tani” Mellado y Liliana Ancalao en Comodoro, Carlos Pérez y Bruno Di Benedetto en Puerto Madryn, Maritza Kusavonic en Río Gallegos y Ludmila la Mana en Esquel. Le escribo un mensaje de texto a Pri en el que manifiesto que fue un placer conocerla y me encantaría reunirme con ella luego de salir del Sureño. Responde al poco tiempo. Dice que entró a una reunión, pero si quiero nos podemos juntar por la noche con otras personas. Confirmo y escribe: “no todos son poetas, pero no dejan de ser gente hermosa”. Publico en mi blog de El Tiempo y en el de Blogger los poemas de José Antonio Mena e intento adelantar el cuaderno de viaje hasta que se hacen las cuatro.

El horizonte sigue cubierto de nubes. El mar, de un plateado brillante, por momentos se confunde con el mismo color del hemisferio. Hace imperceptible la línea del horizonte. A pesar del ambiente grisáceo la resolana hiere mis ojos. Es evidente que el sol, en estas latitudes, golpea más duro. Pongo mis gafas y sigo adelante por una orla de baldosines asalmonados. Una baranda de aluminio separa a la calle con una playa de arena oscura que en ciertos sectores tiene pilares de concreto que supongo, han sido colocados ahí para frenar los mares de leva. Faroles dispuestos de forma equidistante, terminan de adornar la costanera. El viento es continuo. Parece no dar tregua. Sopla las nubes y trae otras más dispersas, que por fín permiten ver el cielo. Del otro lado de la bahía algunas fábricas con largos tubos de escapes vierten sus hidrocarburos al aire. Se levantan junto a tanques de agua y bodegas. Le pregunto la dirección a unas personas y entro por un barrio de casas de cemento de uno y dos pisos, que en su mayoría, tienen pequeños jardines resguardados por rejas. Ubico El Sureño, pregunto por Carolina Salas, me hace una entrevista, me toma una foto y bajo a saludar a Claudia Ibaldi. Hablamos un poco y me cuenta que su hija se llama Celj-ams, que en shelk´nam quiere decir: estrella. Llamamos a Betty y acordamos ir a Tolhuin en busca de Roberto Giorgi. Quedan en recogerme a las ocho de la mañana en casa de “Mochi”.

Camino a la estación de servicios por un barrio de casas de madera pintadas con colores amarillos y rosas que acrecientan su brillantez con los rayos del sol. Vuelvo a mi trabajo hasta que veo al colombiano que conocí en el bar Dublin de Ushuaia. Salgo y le tomo una foto a su moto sobrecargada de bolsas, maletas y tanques. Le ayudo a pararla en su soporte y entramos.

Se sienta a mi mesa, abre Skype y hace algunas llamadas a Pereira y Cali. Revisa si fue aceptado en una expedición que va a la Antártica, me comenta que no y consigue alojamiento con un señor que se acerca y se lo ofrece. Recibo un mensaje de Pri en el que me envía la dirección de sus amigos y dice que llegue hacia las diez y media. Vuelvo a mi trabajo hasta que Cecilia me llama y queda en pasar un poco más tarde. La espero mientras Boca juega en la “Bombonera” contra Toluca, en el debut de la Copa Libertadores. Santiago Silva mete un penalti para los Xeneizes. Carlos Esquivel empata para los mexicanos en el segundo tiempo. Cecilia llega al caer de la noche con mis maletas en el baúl del auto. Le indico dónde vive “Mochi” y recorremos algunas cuadras. Orilla el auto y me dice:

—Qué tristeza, che, que te vayas a ir y no nos hayamos podido conocer mejor. Justo ahora que mi mamá se va, vos también.

—Y sí. Debo seguir.

—¿Y por qué no te quedás el fin de semana conmigo?

—No puedo, ya te dije.

—¿Por lo menos te hubieras seguido quedando en casa?

—Tú fuiste la que habló con el “Mochi” por lo del camping.

—Sí, pero no sabía que la “Mochila” te iba a invitar a la suya.

—Bueno, pues eso ya está. No hay marcha atrás.

—Pensalo y me cuentas si te querés quedar el fin de semana conmigo.

Lo discutimos un rato más hasta que pone el auto en marcha y estaciona frente a Aquelarre. Me ayuda a bajar la maleta pequeña, la rueda por la gravilla y entramos. “Mochi” y Maruska están cazando una polilla.

—“Mochi”, Cecilia, Cecilia, Maruska.

Se saludan entre todos.

—Bueno, aquí se los dejo. Me lo cuidan por favor.

Cecilia me da la última mirada y sale por la puerta.

—¿Me lo cuidan por favor? Esa mina te quiere garchar —dice Mochi.

Les ayudo a atrapar la polilla y la saco por la puerta.

—Ahora después me invitó Prí a la casa de unos amigos.

—¡Ahh! Pri. Vos manejate como querás. Igual la puerta queda abierta.

El sobrino entra con un amigo que luce la camiseta azul con líneas blancas del Club de Gimnasia y Tiro de Salta. Se sientan a la mesa y destapan una cerveza. Al minuto lo hace un joven de pelo negro y cuerpo delgado. Se sienta a la mesa. “Mochi” le dice:

—Hijo… hijo.

El joven lo mira con intensidad. Sus ojos negros, de un brillo más intenso que el brillo habitual de los ojos, se sostienen sobre los de “Mochi”.

—Hijo… Cuánto me alegro de verte.

El joven permenace en silencio. Su piel tersa, la lozanía de su rostro, propia de la juventud, me hacen pensar que no tiene más de veinte años.

Se miran como si uno hubiera embrujado al otro en una especie de hechizo en el que el primo, el amigo del primo, Maruska y yo también caémos. Mochi mira a Maruska, vuelve a poner los ojos en esa línea de la mirada de su hijo y esboza una leve sonrisa.

—Es ella —le dice—, es más joven que tú.

Los ojos del hijo siguen formando ese resplandor que destella en sus pupilas. Permanece en silencio. Se mira con el “Mochi” durante unos minutos más hasta que Maruska enciende un cigarro y rompe el encanto. Va a la cocina y se pone a cocinar milanesas de merluza con puré de papas. “Mochi” bebe un trago de ginebra. Me levanto de la mesa, tomo el “Breve tratado de la lágima” publicado por el Surí Porfiado en 2009 y me siento en la cama a leer “Nocturno ebrio”.

“Regreso a mi casa

y en la esquina de Bilbao y Don Bosco

pongo una flor en mi solapa

de apio magallánico

-calzo el olvido en mi solapa-

He recorrido

todos los bares de mi barrio,

todos

esta noche.

Por ejemplo

a las dos de la mañana

en los “Tres Barrilitos”

me atendió Gabriela,

al yo no tener dinero

ni gracia

ni conversación

ni ganas,

se fue como tantas

guardando sus masajes

y manzanas

para otros parroquianos.

Retornó a lo más profundo

de ese paraíso de humo

meneándose al tonto ritmo

de una cumbia villera.

Hoy,

fuera de mis efluvios alcohólicos

rememoro

con la boca áspera de tu recuerdo

que ella, Gabriela

por lo menos me contó

de su nacencia en Santa Fe

y yo aún no sabía

donde iba a morir

en esa noche

lejos de la patria de tus ojos.

Luego me habló

de Paso de los Libres

y de pieles vendidas

y vergüenzas,

mejillas rojas de distancias

de parientes e hijos

y caricias mentiras.

Corrientes extrañas

-me explicó-

la arrumaron

a la siempre noche

de este pueblo.

Tengo masajes –me dijo-

No tengo plata –respondí-

¿te queda memoria?

-Silencio patagónico-

Mientras ella

me acariciaba la entrepierna

me acordé de mis hijos

y con suavidad de lana

retiré su mano,

pagué la copa que bebía

y me fui…

De regreso a mi casa,

frente al bar de Tebes,

puse una flor

de apio magallánico

en mi solapa,

doblé por Don Bosco

y entre el “Sol de Mayo”

y el “Blanco y Negro”

al fondo,

me acosté sobre el lecho

de tu ausencia.”

Y pensar que todo esto pasa aquí. Eso me maravilla… Sigo con: “Poema al amigo de remera con pescaditos mientras bebíamos en “Cajón de ginebra chico”.

“Qué lindos los pescaditos

Cómo flotan

en la enorme pecera de tu vientre.

Qué lindos y qué necios

Porque sí se trasladaran

a tu corazón ebrio

conocerían el océano.”

Supongo que el amigo o la mujer a la que va dirigido este poema también debe tener un corazón de jirafa o en su defecto uno de elefante.

“Carta de un amante despechado y con sed”

“Tomó la pluma como tipo vida y comenzó a garabatear la carta.

Amor (dos puntos) sé que no he sido precisamente una lluviecita de verano, de esas que chirlean el calor y nos dejan frescos y con ganas, más bien fui tormenta ahuyentando tus pasos, anegando tus precarios senderos de ternura, en fin, los niños que no comprendemos este mundo de adultos estamos destinados a cometer estupideces todo el tiempo. Es por eso este berrinche que me supera.

Cómo uno va a prestar su pelota de fútbol, su juego de ingenio, su trineo, su piel, que por tradiciones ancestrales, sacó, mascó hasta no dientes, tratando de dejarla suave para el abrigo de estas tantas noches que nos faltan, conservando por cierto esa pelambre de guanaco libre, de carbón saltando los alambres, de esa caricia sobre la propia intemperie de la piel de tantos otros olvidada, vituperada, masticada siempre por los que nos utilizan (pelitos defendiendo por un pelito nuestro brilloso frío de sangre apelmazada) niños, animales salvajes nosotros los poetas.

Hoy me voy a quedar aquí llorando por dentro el hain interrumpido por tu ausencia amor.

Kloketen, kloketen, repica cada lágrima que me cae sobre las raíces que me faltan.

Y con esto, terminó la carta. La leyó, arrugó el papel, lo tiró y partió a la calle porque se le había terminado la ginebra. Ella – lo presentía – no regresaría jamás.

Otra vez habían vencido los falsos, los mediocres, los…

Esto pensaba, cuando el viento de siempre, lo entró al bar.”

Probablemente Aquelarre…

Saco “Invocación”, Colección El Rey Tuerto, Parque Chas Ediciones. Buenos Aires 2010, que “Mochi” me regalo y empiezo por “Conociendo a un turbal (*)”.

“Creí que la vida

lamía nuevamente

éste mi continente

urgido de caricias,

dañado de distancias,

inanimado de silencios,

arrasado de presagios…

(*) turbal: zona anegada”

Me evoca las planicies que hay por estos lares.

“Pan de indio (*)”

“Me nacieron de golpe

otros pájaros y ramas para ellos,

rozando con sus alas estas aves

amaneceres nuevos para todos.

Le entregué a este amor

viento, mar, isla, lluvia.

Sólo me quedó la serpiente de su olvido.

(*) pan de indio: yao yao”

Y eso que en Tierra del Fuego no hay muchas víboras… Aunque están en todos lados.

“El fin justifica a los mediocres”

“Partió a escondidas y con necios

ultimando las gotitas,

todas las gotitas

amanecidas de mi amor.”

¿Podría haber ocurrido en Sol de Mayo?

“Claudicando”

“Traté de morirme en mis alcoholes,

raso fue mi vuelo, lágrima,

amanecí en otros sitios

incendiado de cólera

dolor y nada.

Oscura es la mortaja,

rara y oscura

aquella mortaja que se tejió con mi sangre”.

“Mochi” levanta su vaso y bebe un trago de ginebra.

“Epitafio selk’ nam escrito en el aire (*)”

“Yace donde el viento sabe un cazador desparaisado.

(*) selk’nam: pueblo originario de la zona norte de Tierra del Fuego”

El viento, ese viejo amigo, lo único que a veces nos queda…

“Saludando a Kree”

“Fue cuando la soledad

urgida por mi carne

insistía en habitarme.

Saliste de la noche,

te hundiste en mi sangre

esperanzando a la vida para siempre.”

Cuánta soledad habita en cada poeta…

“Preparándome para el Hain (*)”

“Viajé luego

iniciando la noche,

visité la antigua costumbre

inservible de no amarme,

dormí los trenes, los amigos,

oriné mi sangre y mi prestancia,

reaparecí después de siglos

amable, pintado de luna y esperando.

(*) Hain: ceremonia de iniciación de los selk’nam”

Mochi termina su trago y vuelve a llenar su vaso con ginebra.

“Renacimiento de la lluvia”

“Klóketen 1 (*)”

“Hoy

ovillo por vos la distancia y el dolor,

Estoy naciendo.

(*) Klóketen: denominación que le daban los Selk’nam al joven iniciado en la ceremonia del Hain.”

Si estuviera solo derramaría unas lágrimas por papá…

“Klóketen 2”

“Pertenecer por suerte

otra vez al sol…

Reír y que me responda la lluvia.”

Hasta dejar de pertenecer al sol una vez más…

“Recordando el matriarcado”

“(Homenaje a Kree) (*)”

“Sombras,

fueron muchas sombras,

una vez ante tanta noche

enarbolé una lágrima,

riendo de ternura

ante ese brillo antiguo

te acercaste Rosalí, (**)

eras luz pequeña

y me alumbraste.

(*) Kree: sol en idioma Selk´nam

(**) Rosalí, heterónimo de Ingeborg”

Como una luz puesta en mi camino, así llegaste, y la oscuridad se hizo luz…

“Y te dije

(Diálogo breve con el aire)”

“Tengo un papalote (*) y miedos

Espero un viento bueno…

(*) papalote: (México) barrilete, volantín”

El viento va a llegar, aunque no siempre es un viento bueno…

“Altura de vida”

“Papalotes de ternura

arañan los cielos,

ríen al viento esos pájaros

amanecidos

por el agua de tus ojos.”

Llorar es bueno, hasta que se vuelve malo… “Mochi” le da un beso a Maruska.

“Paciencia de cazador y de guanaco (*)”

“Siempre te esperé

Ingeborg, (ahora me doy cuenta)

el mundo recorrido, disfrutado y sufrido

moría en los regresos a mi cuarto.

Padecía en mi isla el no encontrarte,

rugía húmedo el dolor,

en silencio rugía como el viento de siempre.

(*) guanaco: mamífero camélido de América del Sur”

Es como esperar una carta de amor que nunca llega.

“Juramento”

“Dadme una serpiente y una traición.

Entonces, sin dios y con tus ojos, construiré un paraíso.”

Nietzsche estaría feliz…

“Lenga milenaria”

“¡Mírenme! ¡Eh! ¡Les digo a todos!

¿Imaginan al verme

que alguna vez en soledad

mendigué amor?”

Mendigo de amor, la peor clase de mendigo…

“Karukinka (*)”

“La isla y el fuego que ella encierra

lamen con su tierra y brazas

una mirada de chulengo (**)

que no ha muerto.

Vivo hoy habitando

un continente,

Ingeborg se llama

y es mi única tierra,

atrás queda la estepa

y sus brillitos de frío.

(*) Karukinka: Tierra del Fuego en lengua Selk’nam

(**) chulengo: cría del guanaco”

También podría ser Tierra del Hielo. Me pregunto cuál sería la palabra en Selk’nam. Esa estepa de la que huye el poema es a la que tengo que llegar, lo antes posible.

Maruska termina de cocinar y sirve los platos a la mesa.

—¡Vení colombiano!

Me siento junto a “Mochi”. Su hijo se fue y no supe a qué hora.

—Espero retribuir tu generosidad cuando me visites en Praga.

—No tengás la menor duda de que te iremos a visitar. Nos vamos a quedar por más de un mes. ¿No es cierto Maruska?

—A vivir en su departamento.

Ambos se ríen.

La sasón de Maruska es excepcional, es cierto lo que escuché en algún lado. En casa de “Mochi” se come muy bien. Al terminar levanto los platos y me pongo a lavar.

—Dejá eso que ahora lo hacemos.

Hago caso omiso. Termino. Vuelvo a la mesa. Le pregunto a “Mochi” si tiene alguna copia que le sobre de “Breve tratado sobre la lágrima”.

—Se agotó. Igual lo encontrás por Internet.

—Me pareció hermosísismo.Vi que en una parte tenía escrito la palabra salud en checo: “Nazdravi”.

—Es porque en punta arenas conocí en casa de una amiga a unos científicos búlgaros que iban a la antártida y decían salud así.

El sobrino sale de la casa y vuelve con tres botellas de cerveza de un litro. Mi reloj marca las once y media. Le pido a “Mochi” que me llame un taxi. Me despido de ellos y salgo a una noche que intensifica su frío. El viento sopla. Aún así hay unas morenas en minifalda frente a Sol de Mayo. Las piernas de una son bellísimas.

Le doy la dirección al remisero. Sale a la vía principal, entra a un barrio, recorre algunas cuadras y me deja frente a una casa. Toco el timbre y Pri viene a la puerta.

—Llegaste justo a tiempo para el asado.

Me presenta con Natalia, la dueña de casa. Algunos de sus amigos hablan entre ellos de la vida que llevan como estudiantes en Buenos Aires. Aparte de la dueña, todos parecen estar en el principio de sus veintes. Viven con esa liviandad propia de la post adolescencia.

Como un pedazo de carne. Al final de la cena las chicas se van a la cocina. Me quedo con Cesar, Lucas y Maxi. Hablan de sus propios amigos. Me aburro. Voy a la cocina. Natalia me pregunta acerca del proyecto. Se lo explico un poco. Hablamos de Colombia hasta que Maxi llega y pregunta por qué estamos ahí. Volvemos al comedor. Vuelven a hablar de sus cosas. Enciendo la computadora y empiezo a rotar las fotos de Ushuaia. La labor es lenta y desgastante. Los ocho segundos que el programa gasta en rotar cada foto me parecen eternos. El trago se acaba, hacemos una vaca y algunos de los hombres se van a comprar vino. Me quedo con Pri.

—Qué bonito verte.

—Sí, eso digo.

—¿Sabes cómo te calificó Macky Corbalán? —Niega de forma retraída—. Como la nueva promesa literaria del Fin del Mundo.

Sus pómulos se enrojecen un poco.

Nos tomamos unas fotos en las que se retrata su sonrisa de boca cerrada, sus aretes largos, más largos que las puntas de su pelo, y esa leve inclinación de su cabeza que me genera ilusión…

Lucas vuelve. Se integra a la conversación. Los demás amigos regresan con un par de botellas de vino y empiezo a mirar el reloj a medida en que voy rotando las fotos. Dos y media. Pienso en lo cansado que estoy. Mañana pasa Betty con Claudia a las ocho. Agostina propone jugar Pictionary y hacemos un par de equipos. Los que se conocen las fichas de memoria contra los que no juegan nunca. Hablo por mí. El otro equipo empieza a darnos sopa y seco a Pri, Lucas, Tatiana y yo, hasta que vamos entrando en calor y con algunos buenos tiros avanzamos en el tablero. Nuestros adversarios no logra sacar el dos que necesitan en el dado, eso nos da una posibilidad. Los alcanzamos. Adivinamos el dibujo que pinta Lucas, tomo el dado en mis manos y por pura cuestión de suerte saco el tres que nos deja entrar al Cielo y nos da la victoria.

—Mirá vos, no pensé que fueramos a ganar —dice Pri.

—La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, como en la canción de Rubén Blades…

Nos montamos al auto de Cesar. Da algunas vueltas y va dejando gente. Pri me da un beso en la mejilla.

—Recuerda que Vientos de locura, el programa de radio, es el viernes.

Se baja. Soy el último al que dejan. Una joven con ligueros y calzones negros toma de la mano a un cliente y lo lleva por el callejón que da a la casa de “Mochi”. Me despido de Cesar y camino sobre los pasos de la pareja. No están por ningún lado. Las luces siguen encendidas. Entro a la casa y “Mochi” me mira con recelo. Al notar que soy yo afloja la mirada. Sonrie.

—¡Ahh! Llegaste en el mejor momento. Esta debe ser de allá: colombiana. —Me muestra el polvo blanco en un papelillo—. ¿Querés un poco?

—Gracias “Mochi”, paso.

El sobrino y el amigo lucen en un estado de borrachera mayor que el propio “Mochi”, quien bebe de una nueva botella de ginebra. Maruska apaga el pucho. Bebo un poco de agua. Me siento junto a ellos y tomamos una foto. Tomo otra en la que “Mochi” y Maruska se besan. Retrato una plaqueta de bronce en la que está Neruda con gaván y boina. El sobrino me ofrece un vaso de cerveza. Lo bebo. Me sirve otro. Maruska enciende un cigarrillo. Bebe su cerveza. A las cinco y media claudico.

—Me voy a dormir —advierto, aunque “Mochi” no parece escuchar.

El sobrino y su amigo me siguen con la mirada hasta la cama. Me quito los zapatos, levanto la cobija y me acuesto.

—¿Qué hacés? ¡Vení con nosotros!

—Estoy muy cansado, mañana a las ocho me voy a Tolhuin.

—¡No seás afeminado, che! ¡No seás afeminado! ¡Vení!

—Mochi, puedes decir lo que sea. Me voy a dormir.

—Dejalo tranquilo —comenta el sobrino—, quiere dormir.

El “Mochi” me da una última mirada con cierta descepción y aleja los ojos. Cierro los mios. A pesar de las voces, casi a los gritos, el humo del cigarrillo y el alboroto general, concilio el sueño.

—Pasate a una cama en mi casa. Pasate a una cama en mi casa…

Entreabro los ojos. El sobrino está frente a mí.

—No, aquí estoy bien, gracias.

—Lo despertaste, boludo. ¡Dejalo tranquilo! —Le dice Mochi.

Vuelvo a cerrar los ojos y duermo hasta que una algarabía me despierta. Mochi parece haber echado de la casa al sobrino y su amigo. Los dos hombres se levantan de la mesa y se van. Hay silencio por unos segundos hasta que Maruska estalla en llanto. Lo empieza a increpar.

—¿Por qué hiciste eso? —Pregunta entre sollozos.

—Estaba aburrido, ellos no aportan nada, nada…

—¡No! ¿Por qué hiciste eso?

La joven parece descontrolada. Llora con unos lamentos desatados que me conmueven. Cierro los ojos. Intento parecer dormido.

—¿Por qué te ponés así?

Maruska habla con rabia. Lo cuestiona una y otra vez hasta que se va a la alcoba. Mochi permanece un momento sentado. Se levanta, tambalea y camina hacia allá. Cierra la puerta plegadiza.

—No te pongás así. Yo te amo, te amo mucho.

Maruska sigue llorando. Mochi empieza a llorar con ella. Le repite que la ama, que la ama mucho. El momento es desgarrador. Los primeros rayos del día entran por la ventana. Forman un ambiente azuloso al interior de la casa. Los llantos de uno y otro rasguñan las fibras de mi interior. El amor. Tan doloroso el amor. Ese amor adolescente que puede volver en cualquier momento de la vida con su textura de celofán tan expuesta a rasgarse… Se me vienen a la cabeza los momentos de mi vida en los que yo mismo me he visto vulnerable. En ese estado de fragilidad en el que podría llegar un viento y tumbarme. Poner la sanidad mental en manos de otra persona es un riesgo abisal. Te lleva por parajes llenos de hongos gigantes, mariposas, libélulas y árboles cuyos frutos son rojos corazones con forma de manzana. Eso si todo va bien. Cuando se pone mal, el bosque se transforma en el peor enemigo. Una jungla a la noche plagada de cienpies, escorpiones y serpientes, con los árboles llenos de espinas que arañan los brazos y piernas. Si es que no aparece la “curupira” y nos vuelve locos.

El llanto de Maruska es infinito. Mochi la sigue. Por algúna razón pienso en “El amor brujo” de Arlt, aunque no tendría por qué. El reloj marca las siete. Puedo dormir media hora, bañarme y estar listo en la otra media. Cierro los ojos. Intento dormir por encima de los llantos hasta que la joven se va calmando y el silencio, por primera vez, se posa sobre el mundo.

 

 

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