Debo confesar que cuando supe que Transpotting, la película británica que se convirtió en una cinta de culto noventera, tendría una secuela, imaginé un gran fiasco. No partía solo del prejuicio, sino de la constatación de que muchas buenas historias naufragan al querer revivirlas siendo el supuesto homenaje un intento cercano a la parodia. Casos como el de Wall Street, Total Recall, Ghostbusters, Annie, Poltergeist y, más recientemente, It, así lo demuestran. En textos anteriores ya había criticado el interés del cine actual por acudir a la nostalgia para hacer secuelas insulsas que solo desvirtúan el buen recuerdo de las originales (para la muestra, tres artículos: 1, 2 y 3). Transpotting, además, marcó a toda una generación y propuso una narrativa que en su momento la hizo única y difícilmente replicable. Todos esos antecedentes hacían temer un rotundo fracaso, pero no fue así.
Tener 20 años después a los actores del elenco original y contar con la participación del director y el guionista, tuvo mucho que ver con esto. La película no pretende replicar la fórmula que tuvo éxito en los noventa ni inventar giros forzados de la historia, solo actualiza los personajes y la situaciones 20 años después, partiendo del punto en donde terminó la película anterior, respetando el carácter de los personajes, la energía y los valores que siempre han estado en juego: La amistad y la lealtad vs. la traición. La película tenía, además, el gran reto de no decepcionar a sus fans originales y agradar a las nuevas generaciones que no conocen la historia original y, en mi concepto, creo que lo logra por medio de un buen cóctel de música electrónica e imágenes, articuladas por un montaje más que sobresaliente en donde, además, se involucran escenas de la película original que permiten que cualquiera pueda entender el sentido de la trama.
Danny Boyle (el director) es coherente con el estilo del Transpotting original no solo en su forma sino también en su contenido, a partir del famoso monólogo de Mark Renton de «»Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia…», pero revisado desde unos personajes cuarentones que cargan con el peso de su pasado y lidian con un presente igualmente difícil que gira alrededor de las decisiones que ya tomaron y las que deben seguir tomando. Estos 20 años también han pasado por los espectadores, por lo que es posible identificarnos también con su nueva realidad.
Transpotting es más que un guiño cariñoso para sus fans, es una película que se soporta en una muy buena narrativa, con personajes que no caen en la parodia de sí mismos y que, 20 años después, mantienen su esencia cargando el peso de los años que han pasado y las secuelas de sus acciones. Hace 21 años, esta producción británica con un elenco y un director prácticamente desconocidos se convirtió en una película de culto, un grito generacional, y hoy regresa más que decentemente para contar una historia que, si bien no era necesaria, satisface las expectativas y logra divertir y cautivar. Sigo siendo enemigo de las secuelas, pero este caso pasará a la muy reducida lista de segundas partes que sí funcionan.