Reseña crítica de La sustancia de Coralle Fargeat
X: @jeroriveracine
Permanece en cartelera la película La sustancia, de la directora francesa Coralle Fargeat, protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley. Esta película es, sin lugar a dudas, una de las más potentes y desagradables que ha pasado por la cartelera comercial y, a pesar de ser un hueso duro de roer, propone una apuesta sugerente y retadora con un relato pertinente para la discusión sobre los roles de género en la sociedad actual.
La película cuenta la historia de Elisabeth Sparkle, una presentadora de televisión que arriba a sus 50 años y descubre que será reemplazada por una mujer más joven porque ya ha llegado a una «edad en la que ya no funciona». Impactada por la noticia, Sparkle entra en un shock emocional que la confronta con su edad y con el rechazo social que afronta al ser descartada por culpa de un proceso natural para cualquier ser humano. Desde este punto, la película conecta su propuesta estética visceral con un mensaje social claro y contundente: los cánones de belleza y las exigencias que recaen en las mujeres contrastan con quienes detentan el poder en una sociedad patriarcal, que en la película son retratados como monstruos desagradables e indeseables. Vale mencionar la escena en la que el director de la cadena de tv, excelentemente interpretado por Dennis Quaid, come camarones con salsa de manera grotesca mientras critica a la hermosa y glamourosa protagonista por haber perdido «su gracia» o los comentarios denigrantes hechos por personajes masculinos sobre las mujeres que desfilan frente a ellos en casting y shows de televisión.
Desde este punto, la historia entra en los terrenos de la ciencia ficción y el «body horror« al inducir a la protagonista a probar «la sustancia», un programa que le permitirá intervenir su cuerpo para alternar con otro yo más joven y «mejor en todo sentido», otorgando la promesa de la eterna juventud y belleza. El proceso es doloroso y tremendamente desagradable y la película no escatima esfuerzos en mostrarlo. De la espalda de la protagonista emerge otro cuerpo, como si de un parto se tratara, que no es otra cosa que una versión más joven de sí misma, dejando su cuerpo original como un cascarón hibernante que, una semana después, cobrará vida. Allí la película dobla la apuesta hacia el estilo de David Cronemberg, con películas como Videodrome, La mosca o Crash, que exploran temas como el dolor y las transformaciones corporales.
La obsesión por la belleza y la eterna juventud, que aparece en clásicos de la literatura como Blancanieves y El retrato de Dorian Gray son intertextos importantes para esta película, pues las dos entidades que hacen parte de Elisabeth Sparkle están irremediablemente destinadas al conflicto en tanto sus intereses se oponen y cada una de ellas odia algo de la otra. Sin embargo, y cómo su guía en el programa le reitera, no se trata de otra, se trata de ella misma en su alter ego y cada cosa que una hace repercute en la otra. Es allí donde la discusión se muestra como una metáfora de algo muy interesante: la autoaceptación y la forma cómo los medios de comunicación y la industria del entretenimiento moldean el cuerpo femenino para el placer masculino, siendo objeto permanente de escrutinio.
La versión joven de Sparkle está obsesionada por el ascenso social y el éxito profesional y es la parte de ella que se aferra al pasado y a lo que poco a poco ha ido perdiendo con la edad y su versión mayor se horroriza y deprime al descubrir las pequeñas señales de envejecimiento que aparecen magnificadas. La lucha entre sus dos versiones alude a su falta de aceptación y es por eso que la versión joven odia despertar después de una noche de excesos con la comida (anorexia y bulimia) y la versión mayor anhela, pero también siente repugnancia por la frivolidad de la juventud y la sexualización que se hace del cuerpo femenino joven. Como en los efectos de cualquier droga, el bienestar, placer y sensación de seguridad anteceden a un síndrome de abstinencia de malestar, arrepentimiento y autodesprecio.
La instalación de la estrella de la fama de Elisabeth Sparkle en el boulevard de Hollywood es el punto de partida para una narrativa que la industria del entretenimiento diseña para enviar un falso mensaje de inmortalidad y aceptación. «Ellos te amarán», dice el letrero en el ramo de rosas que la joven presentadora recibe como un recordatorio de que el requisito para la aceptación es la perfección, que solo se exige a las mujeres y para la que deben acudir a toda clase de artilugios. Cuando llegan los excesos, transforman sus cuerpos y rostros en monstruosidades que se vuelven objeto de ataques y ridiculización, como se representa en la película. Es significativo, por tanto, que sea justamente Demi Moore la protagonista de la película, pues ella misma ha sido objeto de controversia por sus procedimientos estéticos. En un renacimiento digno de Hollywood, Moore se luce haciendo la mejor interpretación de su carrera, con profunda osadía y compromiso con su personaje y en un co-protagonismo muy destacado de Margaret Qualley.
La película es una suma de excesos que hace difícil su visualización y pone a prueba los escrúpulos y capacidad de aguante de la audiencia por su terror gore y su narrativa visceral, en el sentido más amplio del término. No se anda con sutilezas y esto es porque no se trata de una disertación académica, sino de un grito de horror de parte de una directora que, en representación de las mujeres, denuncia el uso del cuerpo femenino como un arma en contra de ellas y su capacidad de autodeterminación. Vale mencionar la escena en la que la protagonista, herida en su orgullo propio, decide aceptar la invitación de un antiguo compañero de colegio, a quien inicialmente había despreciado, con el fin de recuperar su pisoteada autoestima. Vemos en escena a una mujer hermosa y elegante cambiar una y otra vez de estilo, concentrándose en cada una de sus pequeñas imperfecciones y odiándose a sí misma. Estoy seguro de que esta imagen es cotidiana para muchas mujeres y algunos hombres.
La película es un manifiesto estético que oscila entre el glamour y la repugnancia haciendo énfasis en lo desagradable que es la máquina de la belleza. Mujeres de catálogo con cirugías reales y digitales elevan el estándar de belleza a niveles imposibles de alcanzar, generando inseguridades, ansiedad y depresión, y todo esto como parte de un maquiavélico plan de la industria para obtener mayores ganancias económicas.
El diseño de producción de la película es realmente notable. Un lujoso apartamento y un baño de lujo son el telón de fondo de buena parte de la cinta junto a un colorido estudio de televisión con colores vivos, en una estética que recuerda a las películas de Stanley Kubrick, con planos simétricos y puntos de fuga que se pierden en la pantalla. Esto contrasta con el «body horror» sobre el cuerpo de la protagonista que se lleva a un extremo tal que roza con el ridículo y termina generando risas involuntarias hacia el final de la historia. La película es un exceso y su metraje, también excesivo, queda cerca de arruinar lo que se hubiera conseguido en menos tiempo.
La música y, sobre todo, el sonido, son protagonistas de toda la cinta. Desde los sonidos de la transformación del cuerpo, pasando por las desagradables masticaciones del personaje de Quaid hasta la música invasora y saturada del final, el sonido acompaña la experiencia e incrementa el malestar de los espectadores, que algunos no logran soportar. La sustancia es una película de única visualización y, más que un film, es una extrema y desagradable experiencia sensorial. La incomodidad y las nauseas son ciertamente indeseables, pero muchas veces son la última frontera para pasar de la molestia a una verdadera indignación y de la inconformidad a la exigencia de un cambio real en la sociedad.
Pd: Agradezco a mi hija Laura Rivera Martínez que, en una buena conversación, me aportó una mirada femenina necesaria para entender algunos subtextos de esta película.
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