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320108_10151006708912805_1887200446_n.jpgSimplemente espectacular. La gente de a poco iba concurriendo a ese espacio (bar) que significa Colombia en tierras argentinas. O por lo menos brindó la total sensación de estar en nuestro país aunque sea por un par de horas.

El lugar estaba totalmente adecuado «a lo colombiano» para transmitir esa vibra de alegría y alboroto que nos caracteriza. Gol Caracol sintonizado y  la gente se prepara, se sienta, charlan sobre la posible alineación que el señor Pekerman reserva hasta el último instante.

«Mejor Dorlan con Falcao en punta», dice uno de tantos colombianos en el bar. Otro responde «Nooo, es mejor Teo, es de la casa, conoce la cancha de memoria, será el día de él…», finalizaba el personaje mientras agarraba su cerveza y bebía un trago.

Todo fluía. Se sentía una carga energética positivísima en, no sólo ese sitio, sino a través de todos los cafeteros en el mundo que emanaban buena vibra. Había con qué. Los 40 grados de Barranquilla se sentían hasta en el ártico.

Todo listo y los jugadores salen a través del túnel. Saltan, corren y se dan contra un marco fuera de serie: todo el Metropolitano brilla en su máximo esplendor. Se les ve la confianza. Estaban absolutamente convencidos del papel a desarrollar ante un equipo invicto tras 18 fechas, ser el último campeón de la Copa América y haber finalizado en el top del Mundial pasado…

No teman. Estaba todo calculado. Carlos Vives toma protagonismo con el micrófono y entona las gloriosas letras del himno nacional. La única precaución que hay es que se invoque de nuevo a Ublime, pero por fortuna no. La gente se pone de pie y lo entona a más no poder. Los pelos se erizan, la energía está en el aire, hay tensión y, por fin, la pelota rueda con un grito de «¡¡Vamos Colombia!!»

Nada más pasaron dos minutos y cuarenta segundos para que ese grito se volviera a repetir (masivamente) pero de una forma mucho más escandalosa. «¡Golazo de Falcao!», era la frase predilecta de los presentes. Y sí, después del amague y centre de Zúñiga y la pifia de Abel, el adicto al gol mandó la pelota a que se refrescara un rato con la red.

El balón pendulaba de un lado al otro con los 11 guerreros vestidos de amarillo en la cancha como protagonistas. Las cervezas volaban y las cajas de «Guaro» eran demandadas cómo si fueran las últimas a tomar en la vida.

Era el primero de cuatro, que ni el más ingenuo se hubiera imaginado ante semejante combo comandado por el Master Tabárez.

Edwin valencia se convirtió en el rey del equilibrio. Manejó los tiempos de las transiciones; actuó de corrector en el medio campo sin perder una sola batalla.

Su socio, el señor Aguilar, se comportó a las mil maravillas. Recayó sobre él una gran responsabilidad creativa que supo conllevar de la mano del «Man of the match», Macnelly Torres.

Estupendo. El 10 del Atlético Nacional no tiene problema alguno con los perfiles. Filtra con la misma claridad ya sea con izquierda o derecha. Organiza sin complejos, de manera continua y clara. Como pez en el agua se sentía él en su feudo. En su territorio, ante su gente.

Corrieron rapidísimo esos primeros 45.  «Qué golazo se metió Radamel», decía uno. «Sí, pero es que todo el equipo ha estado compacto y claro, menos James, que está un poco perdido», comentaba otro. Hasta uno más audaz y tildado de loco decía: «Qué Forlán ni qué Cavani; Colombia es calidá y hoy los goleamos…»

Albricias por acá y por allá. Los jugadores viajan al segundo tiempo y repiten la formula:  Vacunan a los dos minutos y veinte segundos después de que interactuaran James y Teo-gol. Lo dejó mano a mano y Muslera la vio pasar entre sus piernas.

«Goooooool», fue el alarido que invadió esas cuatro paredes mientras que Teófilo dedicaba su gol a Shadai (Sí, así como lo lee), su nueva hija. 


Cinco minutos más tarde y la receta se multiplicó. Otra vez de James para Teo y gol. Los charrúas no querían saber nada. Su camiseta impregnada de sudor era como una capa más de piel que les impedía respirar. Tabárez movía el banco pero sin solución. El combinado patrio era ampliamente superior.


El «ole, ole» de la tribuna y del bar se apoderó del momento. Había ya gente parada en las mesas. Otras diciendo «deme otra de un litro, por favor…» y mientras tanto la sociedad Teo-Falcao-James-Mac-Abel-Zúñiga-Armero, dejaban ese cuero chiquitico.


Un par de sobresaltos sobre la hora en la que Cavani y Forlán fueron protagonistas pero sin llegar a trascender, por suerte. 


Seguía el monólogo tricolor y, en un cambio de ritmo, Camilo Zúñiga fluctuó e hizo el one-two con el Tigre.
 Con el rabillo del ojo vio venir (sin frenos) a Álvaro Pereira y le fracturó la cadera con el cambio de dirección (con caño incluido) y, luego sólo tuvo que colocarla allá, lejos del alcance del portero.


Cuatro cero. Inesperado. Espectacular. Tremendo. «Ole, ole, ole, ole», exclamaban unos. «Ya estamos en Brasil», gritaban otros, ya un poco alicorados.


El juez sentencia el «no va más» en la Arenosa y hay explosión total. Otra vez (sí, otra vez), la Selección Colombia vuelve a ilusionar en volver a una cita orbital de una manera óptima, organizada, y con la clara teoría de dominar el ítem fundamental del fútbol: la pelota.


Vamos por buen camino, buen juego y excelente energía. Se nos viene Chile, pero por ahora, ¡qué golazos!

Twitter: @Nicopareja


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