Entre las decenas de perros que deambulan por mi barrio, el que más me gusta es Cholo. Le puse así porque es un berraco, como el entrenador del Atlético de Madrid (o como mi suegro, que se llama igual), y porque me parece un nombre sonoro y con prestancia. Lo bueno de los perros callejeros es que no les molesta que les cambies el nombre, mientras les prestes atención, te están agradecidos.
Cholo me recuerda a Bogotá. Al principio no quería ser amigo mío, se mostraba reacio a olerme. Supongo que pensaría: yo no voy a darle papaya a esta vieja para que me trate mal. Pero poco a poco me lo fui ganando, con pedacitos de pollo, sobras del almuerzo y alguna que otra rascada detrás de las orejas. Y me enamoré de él perdidamente. Por su fidelidad y las historias que me cuenta. Historias de superación, de violencia, de perseverancia, pero casi nunca de amor. Cholo no es un romántico. Me dice que la vida lo ha hecho así.
Cuando me vine a vivir aquí, lo hice con recelo. Una ciudad que tiene 700.000 perros y gatos abandonados no me parece un gran sitio para vivir. Denota que las personas que allí viven no tienen sensibilidad alguna. Sobre todo viendo la cantidad de perros de raza que todos los domingos salen a pasear a la ciclovía. Pero me equivoqué. En parte.
Cholo nunca ha querido hablarme de su pasado, dice que le duele. Pero yo no paro de preguntarle, aunque él no suelta ladrido. No se si es porque en tiempos pasados estuvo en algún lujoso apartamento estrato 6 supremamente costoso y se deshicieron de él, o porque el “desechable” (cómo odio esa palabra) que lo acompañó durante años se murió, y Cholo, otra vez, se quedó solo. Tampoco me ha querido decir qué edad tiene. Puede que ahora no tenga el pelaje café brillante que lucía antaño, pero sigue siendo coqueto, y eso me gusta.
No deja que me encariñe con él del todo, como Bogotá. De vez en cuando me ladra, me enseña los dientes o simplemente me castiga con su indiferencia. Es para decirme que no baje la guardia, que el amor perruno no es para siempre, y que en cualquier esquina puede dejarme tirada como un cigarro y cambiarme por otra amiga con más plata y que le dé más comida.
Sí, definitivamente, Cholo se parece a Bogotá.
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