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¿Lo retuvieron sin justificación? ¿Le tocó pagar de donde no tenía para que el oficial de tránsito no se mandara con una multa inexistente? ¿Ha sido agredido sin motivo alguno?

La policía simboliza algo más que la seguridad y el orden. Es confianza, simple y sencillo. El caso de esta semana, donde dos jóvenes de la localidad Rafael Uribe Uribe en Bogotá fueron quemados por miembros de la Policía, abrió una ventana hacia un mundo del que todos hablan pero nadie se atreve a comentar abiertamente por temor a ser perseguidos.

La sensación de poder que otorga una insignia, acompañada de sus respectivas armas, ha de ser gloriosa: nadie afirmará lo contrario porque es así. Sin embargo, la procesión va por dentro. Soldados que día a dia conviven con la muerte y se les hace tan normal que hasta cuentan sus bajas personales como trofeos; policías con alguna frustración personal o sexual que les obliga a atacar por igual a mendigos, gays, travestis, jóvenes y prostitutas, miembros del ESMAD rayados con las universidades públicas o con cualquier movilización… Añadan a este coctel una vida familiar exasperante, un sueldo que no es nada o alcanza para lo justo, una formación militar basada en la humillación, los golpes y los castigos, súmele un mal carácter y tendremos todos los casos que ustedes quieran de abuso de autoridad.  

Aquí no vamos a generalizar con que todos los policías, unidades ESMAD, agentes de tránsito, soldados y demás miembros hacen de las suyas cuando tienen la oportunidad. No obstante, el que se incrementen los reportes de conductas inapropiadas de quienes dicen preservar la vida pone a pensar en un aspecto meramente técnico, y es precisamente el acompañamiento psicológico que, supongo, deben tener. ¿Acaso es considerado irrelevante el que un uniformado  busque ayuda por su estado psicológico? ¿Cuantos casos creen que se prevendrían si recibieran una atención oportuna? 

Muchos de ellos terminan su servicio o se retiran a edades donde aún pueden ser productivos pero no encuentran mayor cosa y se dedican a revivir traumas de su paso por el mismo, así que la situación no suele mejorar tan pronto cuelgan sus uniformes. Los ejemplos de ex miembros que se suicidan o maltratan a sus parejas e hijos o cometen actos desesperados como el hecho protagonizado por un ex militar del Ejército en las oficinas de un fondo de pensiones el año pasado son muestra de los males que aún los acosan y ante los cuales no parece existir una salida.

Tratándose de una profesión de servicio a la comunidad, no pinta muy bien el panorama. Para los que me leen ¿cuál será la mejor alternativa de solución ante esta realidad?

juanchopara@gmail.com  

 

  

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