Últimamente poco salgo a divertirme, pero cuando me animo pasan cosas excepcionales. ¿Se imaginan a este servidor cantando la mítica «Mil horas» a grito herido en un karaoke…con tres calvos secundándolo en los micrófonos?
No, no es una imagen de una vomitiva comedia de Adam Sandler. Es una situación más cotidiana de lo que cree. ¡Hay más calvos! Provenientes de la genética, Roswell o un delirio neonazi, andamos ya por todos lados. Acá no entran los denigrantes intentos por ocultarla, como aplastar la cola de una mofeta en la cabeza -el PetroStyle- o englobar una raquítica masa de pelos con moco de gorila. Tampoco los futuros alopécicos que sonríen nerviosos cuando les advierten un supuesto «negro porvenir». Ni los tímidos que ceden a los bromistas con chistes de «jajaja tienes un motel en la cabeza ¡con dos entradas y materas en cada una!» Somos calvos puros, sin distingo de raza, barriga o condición social.
¿Por qué hay más calvos en Bogotá? ¿La contaminación? ¿El solo hecho de ir por sus calles ya sea en Transmilenio o en carro particular? No me lo pregunten. En una sola noche vi a cientos de ellos y deseé armar una protesta espontánea, gritar por la 53 cerca al estadio que los calvos ahorramos energía, somos más activos sexualmente y que es una falta de consideración el que no existan productos para nuestro cuidado personal. ¿Queremos un champú Ego si jamás conoceremos la caspa? ¿Buscamos tintes para las canas? ¡NO!
Sé que es engorroso levantarse a ejecutar un acto tan sanguinario como rasurarse con cuchilla las ideas. Si se inventaran una espuma de afeitar que solo baste aplicar y retirar con agua muchos lo agradeceríamos. No saben el enorme placer que se genera cuando uno se pasa la yema de los dedos por la cabeza y saber que ya no hay un maldito cabello, así sea en su estado más indefenso.
¿Qué si nos anticipamos a una revisión urgente de la próstata? ¿Qué si el sol y la lluvia causan estragos en la piel? ¡Para eso hay gorras! Dirán lo que quieran, pero mi pelada es mi orgullo. No tengo que esconderla. Pero no busco llegar al ridículo de exigir derechos como un aumento de sueldo o adopción de niños y boas por el simple hecho de ser calvo. Solo esperaba mostrarles que en la escuela donde estudian sus hijos, en el que hace la cola detrás de usted en el banco, amigo peludo, en su restaurante favorito – sobre todo ahí- ya hacemos presencia ¡No verá pelos en su sopa! Amiga, si usted va a ser infiel ¡olvídese de cabellos delatores en su blusa o en el jabón de baño y prepárese a recibir grandes dosis de espectacular sexo!
Y para conectar con mi tema frecuente de este blog, pues queremos verdaderos calvos presentando noticias, protagonizando series o novelas, cambiando los destinos de nuestra triste programación de fin del mundo ¡Jota Mario no se rasura, no coman cuento! ¡Queremos nuestro Vin Diesel criollo!
Una generosa calva, mejor que muchos pelos de salva
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