Pocos autores han merecido tanto el Premio Nóbel de Literatura como Bob Dylan, cumpliéndose esta semana el primer año del anuncio de ese reconocimiento. Cientos de personas protestaron a escasos minutos de la publicación de su nombre como merecedor del galardón, manifestando su desacuerdo. Yo, en cambio, celebré como si mi equipo de fútbol hubiera ganado el más importante campeonato.
Pensé de inmediato en Hemingway, uno de mis autores favoritos, y un indiscutible merecedor del Nóbel de Literatura: lo ganó en 1954 por su obra maestra ‘El viejo y el mar’, una corta novela que en la mayoría de ediciones no supera las 150 páginas. Las piezas más memorables de la literatura no necesitan ser las más complejas o extensas. La creatividad, la capacidad de narrativa y la lucha por la innovación pesan mucho más a la hora de escribir. Y en ese sentido, Dylan antes de ser un memorable músico es uno de los escritores más relevantes de su tiempo.
Su enorme preocupación por la temática del sufrimiento, del horror del racismo y la guerra es notable en muchas de sus letras, particularmente durante la primera mitad de la década de los 60. En medio de los años de mayor tensión por la Guerra Fría escribió sobre la tristeza irremediable de las víctimas y del dolor que jamás podrá ser saldado por cuenta de los conflictos.
A mi juicio su canción más profunda es la hipnótica Chimes of Freedom (Campanas de la libertad) de 1964, y que a primera vista podría confundirse con uno de los complejos tratados del pensador alemán Walter Benjamin sobre las víctimas de las guerras. La letra cuenta la historia del fin de un intenso conflicto desde la mirada de los soldados, que recorren las ruinas y reflexionan sobre la devastación ante sus ojos. Para quién suenan las campanas de la libertad tras el final de una guerra, se preguntan.
Entonces Dylan responde que los tañidos llaman a quienes sufren, con heridas imposibles de ser atendidas (tolling for the aching whose wounds cannot be nursed). Y añade que la esperanza de sus sonidos llegará a los sordos, los ciegos y los mudos, a la maltratada y abandonada madre, a la mal llamada prostituta (tolling for the deaf an’ blind, tolling for the mute, for the mistreated, mateless mother, the mistitled prostitute). Desde los versos exquisitamente escritos, Dylan relata con prioridad el sufrimiento de las víctimas más indefensas, desarmadas y desprotegidas, y cómo las dinámicas de la guerra reducen toda la dignidad de los más humildes.
Es en ese momento cuando habla de otro héroe de la paz: el soldado cuya fortaleza no es pelear (the warrior whose strength is not to fight), una imagen que recuerda que los protagonistas de los conflictos, quienes se enfrentan cara a cara y quienes ponen el saldo de muertes, son personas obligadas por la guerra a apartarse de todas sus cualidades y talentos. El soldado raso caído en medio del combate es despedido como un héroe, mientras que sus metas y proyectos son condenados al olvido absoluto. Son millones las historias de los muertos que jamás podrán ser contadas.
Las campanas, según Dylan, suenan también por quienes buscan a sus seres queridos en medio de la incertidumbre, ya sin palabras en medio del camino tortuoso por la verdad (tolling for the searching ones, on their speechless, seeking trail). Por las historias de amor frustradas por la muerte, condenadas a la nostálgica idealización de lo que pudo haber sido.
Y entonces una canción tan profunda como ‘Chimes of Freedom’ deja claro que la paz, con toda su esperanza, no debe ser entendida como un triunfo político de quienes la negocian, ni como una victoria militar de alguno de los bandos enfrentados. Todo esfuerzo de paz debe asumirse como una responsabilidad histórica por devolver la dignidad a las víctimas y la memoria a quienes perdieron su vida en medio de la tragedia humana. De manera oportuna Dylan escribió hace cincuenta años, y hoy lo recordamos desde Colombia, que nada podrá remediar el dolor de quienes han sufrido, pero sí podrá evitarse que el horror se repita.