Hay días en los que no quiero dar más, en que disfruto alzar la frente y gritarle al mundo entero que ‘me eché a las petacas’, bella expresión que junto a ‘con todo respeto’, resumen para mí la esencia de muchos de nosotros, colombianos que ahora adoramos a Pékerman y llenamos el Panini cuando antes ni nos importaba la tricolor. No es un reproche, de hecho voy lunes en esta perorata; sólo me gusta pensar mediocremente, sin mucha profundidad.
A veces hace falta liberar el pequeño surrealista que habita en la cabeza, el responsable de ideas chistosas pero también de la procastinación, término que uno utiliza cuando sabe lo que hace, porque quienes ven de afuera simplemente le llamarían ‘vagancia’. Pero no, porque en esta era uno necesita aprender a desfogar la energía creativa perdiendo el tiempo con total sanidad.
Por eso paro el trabajo de escribir para simplemente mirar al techo, revisar Facebook, responder en Twitter, seguir cualquier link que me presenten, salir a dar una vuelta. Es un placer aprender a procastinar, porque sin esas pausas uno viviría más abrumado y fregado de pensamiento, creyéndose que la vida es trabajar y entregar cuando también es ver fútbol con tranquilidad.
Pero esto lo aprendí de grande, porque en el sistema académico dominico en el que crecí, que para mí traduce ‘Coco’ (corrosivo y coersivo), me abrochaban con castigos y reprimendas cuando me distraía. Esos curas no sabían que mi fortaleza estaba justamente ahí, en no prestarle atención a las clases con fórmulas y exactitudes por andar pensando en historias para el fin de semana.
A veces me gusta la mediocridad, porque es una manera de confiarle al destino, al azar, al hipismo o al mismo Dios que las cosas se han de solucionar sin mi intervención. Cuando escribo mediocre, es porque en el fondo espero que todo se solucione solo, ya no desde lo que plasmo, sino desde cómo la gente lo apropia en su cabeza, ojalá con la misma mediocridad con la que fue escrito.
Es que la presión de permanecer descrestando desgasta mucho. Me siento como árbol de olivo al que le quieren sacar el aceite bajo presiones extremas, y es un privilegio; pero cuando uno ha pasado la mayoría de la vida navegando armónicamente gracias al talento natural, llegar a volverse profesional hace que cada palabra que se escribe compruebe que se puede vivir de eso, que cada artículo, línea o tuit se vuelven referentes de qué tan buen escritor se es, y nadie espera que se haga algo de menor categoría.
Por eso he dejado de postear en este blog, y ahora como que me dan ganas de demorarme más escribiendo, como una forma de seguir siendo bueno de puertas para adentro y no exponer lo mediocre que en realidad puedo llegar a ser. En el fondo, uno escribe con miedo a que alguien tome una lupa y con detalle se fije en lo incompetente e impostor que es, porque uno se conoce y sabe que aunque la cancha esté despejada, para anotar se requiere de talento, y ese a veces no viene ni con mucha disciplina. Por eso avalo la procastinación, porque es la excusa perfecta para no triunfar.